lunes, 24 de mayo de 2010

The End


Hace seis años, me subí en un avión con dirección a Los Ángeles que nunca llegó a su destino. Las turbulencias fueron al principio poca cosa, pero de repente todo el mundo gritaba y lloraba, y olía a sangre. Mi avión se estrelló en una isla. Sobreviví. Anclé mi nueva vida en las arenas de una playa que cambiaría por completo cualquier concepto que me hubiera formado con anterioridad.
Mi barco zarpa hoy, rumbo al mundo real, de vuelta a ese lugar del que una vez partí. Estoy orgullosa de haber formado parte de esta magnífica aventura, pero mis ojos huyen al horizonte, mirando por última vez la silueta de ese lugar mágico que siempre formará parte de mí.

Lost ha terminado. Y la única palabra que se me ocurre para decirle adiós es: "gracias". Gracias, Lost, por tenerme seis años en vilo. Por hacer de las semanas meses de espera. Por crear, a partir de cada interrogante, otros cinco nuevos. Gracias por John Locke. Por Jack. Por Ben. Por Sawyer. Gracias por Sun y Jin, por la manteca de cacahuete y por las estatuillas de la Virgen María. Gracias por Desmond. Por Rose y Bernard. Por Vincent tumbado al lado de Jack.
Gracias por las lágrimas infinitas, por todas esas ocasiones en las que me pasé horas llorando, pero admirando profundamente el ingenio que requiere colocar la mano de Charlie sobre un cristal, rezando: "Not Penny's boat".
Gracias por las risas, por el jabalí que la tenía tomada con Sawyer, por Faraday trazando complejas fórmulas en su encerado como un loco, por Hurley reescribiendo Star Wars.
Gracias por la cultura, por todos los títulos, nombres, guiños. Por Nuestro común amigo y por El mago de Oz.
Gracias por la fe y gracias por la ciencia. Por el progreso. Por hacerme confundir casualidad con destino. Gracias por enfrentarme al humo negro y por hacerme entender que, en el fondo, no sólo pelean, destruyen y corrompen.
Gracias por esas imágenes que permanecerán siempre en mi retina. Por una luz cegadora proveniente de una escotilla, por aquella turbina que absorbió a un superviviente y por Christian Shephard en medio del mar.
Gracias por hacerme soñar. Por llevarme del ejército a un monasterio, haciéndome pasar por restaurantes árabes, templos egipcios y conciertos de Driveshaft.
Gracias por Michael Giacchino, por las gafas de Sawyer, por esos ojos de Keamy y el gato que vivía con Mikhail. Por los episodios en coreano, los cadáveres de Adán y Eva y los conejos blancos. Por el flashback que quiso ser flashforward.
Gracias por las lecciones de narrativa, de fotografía, de creatividad, de filosofía, de humanidad. Por vivir juntos.
Gracias por pasar de la raya. Por no entender de límites y no escuchar consejos sensatos.
Gracias por no responder. Por no apagar la magia.

Gracias por cerrar los ojos.

No es un adiós: una parte de mí vivirá siempre en la isla, protegiendo la luz, para que no se apague.

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