sábado, 27 de junio de 2015

The best


Lo comento cada dos días con mis amigos, pero nada ayuda a asimilarlo. Veréis, en 2015 he tenido la enorme suerte de ver a dos de mis grupos favoritos en directo; pero no grupos favoritos cualesquiera, sino de los enormes, de los que pesan, de los que siempre he soñado con poder tener delante, llegando a creer que nunca ocurriría.
Hace un mes, os hablaba de Dir en Grey. Hoy vengo a escribir sobre unas leyendas que llevan cuarenta años encima de los escenarios y al menos doce en mi ropa. Hoy vengo a hablar del quizá mejor grupo de rock 'n' roll de la historia: de KISS

No me voy a extender demasiado porque los acontecimientos recientes me tienen bastante aturdida. En cuestión de siete días he tenido a dos centímetros a Viggo Mortensen, dicho adiós entre lágrimas a gente con la que he compartido muchas horas y realizado pruebas de oposición. No me da la vida para asimilar todas estas experiencias increíbles que 2015 está poniendo delante de mis narices, aunque soy consciente de que en los últimos tiempos me he tenido que tragar las suficientes estupideces como para merecer toda esta riada de premios; pero cuesta procesarlos, qué queréis que os diga, y lo mismo deberían espaciarse un poco más en el tiempo para permitir recobrar el aliento entre uno y otro.
Que no me estoy quejando... Por mí, que siga la racha.

En este caso, ver a KISS era una de esas cosas que cabía la posibilidad de no llegar a hacer nunca, pues los señores en cuestión tienen su edad y hasta hace poco no he tenido un sueldo que me permitiera viajar, de manera que veía anunciadas fechas en Madrid o Bilbao y me quedaba en mi casa soñando con que el día llegaría. Y lo de soñando es bastante literal, ya que durante unos años soñé con frecuencia con un concierto de ellos, siempre el mismo, y cuando por fin tuve mi entrada llegué a pensar que viviría esa misma experiencia, pero no ha tenido mucho que ver.
Había adquirido mi entrada hacía meses (la compré el día que se pusieron a la venta) y estaba lista para renunciar a este sueño si me tocaba examinarme al día siguiente... y me tocó... pero no renuncié. No podía renunciar. Lo que no había estudiado, no me lo iba a aprender en una noche, pero si no iba al concierto me arrepentiría en el futuro; no es la primera vez que hago una locura de estas y hasta ahora siempre ha sido la decisión acertada. Hay que dejarse llevar por lo que a uno le pide el cuerpo de vez en cuando. O sin ser de vez en cuando, pero es otro debate.


Lo maravilloso de una gira de aniversario es que tienes garantizado que caerán grandes clásicos. Con KISS hay unos cuantos títulos que siempre sabes que estarán ahí, pero cuatro décadas de carrera dejan un margen muy amplio de elección, y podrían haberme fallado; agradezco que no lo hicieran: no hay palabras que expliquen lo emocionante que resulta escuchar en directo Love Gun, Detroit Rock City, Deuce, God of Thunder o Rock and Roll All Nite. Tal vez habría cambiado las también presentes Creatures of the Night y Calling Dr Love por otros indispensables, desde mi punto de vista, como Unholy o Strutter (la falta de Strutter me perseguirá hasta que volvamos a vernos), pero en general fue una buena selección.
Y lo fuerte: la puesta en escena. Los que conozcáis un poco a la banda ya lo sabréis, pero todo gira en torno al espectáculo: desde los trajes (que cualitativamente son bastante mejores que los de Lordi, y puedo certificarlo), pasando por el maquillaje y hasta llegar a la sangre, el fuego, los petardos y las plataformas flotantes. He visto volar a Gene Simmons, lanzarse en tirolina a Paul Stanley, disparar con la guitarra al bueno de Tommy Thayer, y elevarse la batería por encima de las cabezas de los otros componentes. He presenciado todo ese despliegue de luces, láseres, pirotecnia e interpretación, brillante por parte de Gene.

KISS no es sólo música, sino que se trata de un show completo, y podría ser que se resintiera con los años, pero si estos fenómenos siguen recorriendo el mundo es porque no lo ha hecho. Dos horas de concierto sin pausa son loables, y más cuanto están salpicadas de pequeños actos y de la palabrería en español de Stanley, cuyo dominio de nuestra lengua es bastante mejor de lo que él mismo cree.

Gene y Paul son, por diferentes razones, mis ídolos desde que era una niña. Gene, por su lengua incontenible, por decir siempre lo que piensa sin tapujos y a pesar de que sus opiniones, especialmente en la era de Internet, no suelan ser las más populares. Paul, por esa inyección de optimismo y amor por la vida que me aporta cada vez que tengo la ocasión de ver algo más de él, por su fortaleza y espíritu de lucha. 


Ha sido un honor compartir todo un concierto con ellos. Ha sido un verdadero regalo de la vida. 
Intentaré merecerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Al comentar en este blog, manifiestas conocer y estar de acuerdo con la Política de Privacidad del mismo.