sábado, 29 de agosto de 2015

Memorias de una Montaraz


Agosto se acaba y comienzan los nervios. Dejo de dormir, empiezo a morderme las uñas y evito acercarme a la maleta que debo llenar de ropa, de libros, de sábanas y de utensilios de cocina: de vida, una vida que en cierto momento se tornó errante, como la de los Montaraces que describía Tolkien
Nadie sabe lo que es ser interino hasta que lo prueba. No cambio por nada la suerte (¡lujo!) de tener un trabajo que me permite tirar todo el año y darme unos cuantos homenajes; y no cambio por nada este 2015, en que he viajado, he ido a algunos de los conciertos más alucinantes que recuerdo y he podido dedicar tiempo (poquito, cosas de la distancia, pero algo) a las personas que me importan. No cambio un año que ha sido mejor que el anterior, en que me siento más vieja pero más sabia, menos insegura y un poco más tranquila. No cambio la felicidad que he alcanzado a base de ensanchar el espacio entre las crisis de ansiedad y los miedos oscuros.
No cambio nada, y sin embargo algunas noticias no son bien recibidas y me hacen perder los nervios. Por suerte, es momentáneo, y he sido yo la que ha conseguido que sea momentáneo, y eso es una victoria; después una se levanta de nuevo, busca soluciones y planifica la manera de no perder aquello que no quiere perder, sacrificando sólo lo prescindible.
Siempre, siempre, siempre, podría ser peor. 


Este verano ha sido extraño. Para empezar, corto, aunque muchos me tacharéis de avasalladora teniendo en cuenta que los maestros descansamos más tiempo que la mayoría de otros profesionales; pero para mí un verano que se queda en mes y poco no es un verano completo y siento que no he descansado. Un mes de oposiciones requiere, además, un retiro mayor, pero nadie hace excepciones para los que no hemos tenido la suerte de conseguir una plaza. Cuando además tienes septiembre, con sus exámenes de diversos organismos y su vuelta a la rutina... Bueno, vuelta. Vuelta a empezar. En un sitio nuevo, con características diferentes, con gente distinta. Para alguien con mis temores sociales, es incluso peor. 
Toca decir adiós a Galicia, que os pongáis como os pongáis es el mejor sitio del mundo. Toca despedirse de los padres, de lo conocido, de la rutina, en busca de una nueva. Nunca es fácil. Nunca volverá a ser tan difícil como lo fue, pero nunca será fácil. 
Como decía, ha sido un verano raro. He estado en el norte y en el sur, y en mi Galicia a medio camino. He conocido dos lugares completamente diferentes y embriagadoramente bellos: Andalucía, con su sequía característica y unas ciudades exquisitas; Escocia, de un verde intenso y un gris gótico y amenazador. Me he enamorado de cada paso y me he permitido saborear esas emociones.
Ha sido un verano corto, pero ha tenido luz y sombra, playa y montaña, y ciudad, y aldea. No he descansado mucho, ni de lejos lo necesario (ojalá me hubieran dejado, pero un interino no descansa ni en agosto, pendiente de listados, publicaciones y demás despropósitos de las administraciones), pero mi mirada sí lo ha hecho: sobre lomas tapizadas de vida, arcadas de marfil y caoba, islas entre la bruma y ciudades dormidas. Me he rodeado de gente permanente y de gente pasajera, de ocasionales y reincidentes. Y he tenido algunos minutos aislados de paz.


A día de hoy, una no puede quejarse habiendo tenido esto. Y lo que viene no será más difícil que lo que ya ha pasado; puede que lo parezca, pero no lo será. 

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