Diez días se pasan tan
deprisa que tengo la sensación de que he estado todo el tiempo aquí,
en casa, en lo familiar; de que no he cumplido uno de mis grandes
sueños, de que no he amado cada segundo de él.
Es raro porque llevaba
queriendo pisar Finlandia desde los catorce años; casi nada, ¡tengo
el doble de esa edad! Parecía un punto lejano en el mapa, y caro, y
bastante improbable; tal vez porque soy especialista en echar por
tierra mis propias esperanzas, aunque luego me motive y vaya a por
todas. La contradicción, la lucha interna, la zancadilla, forman
parte de mí.
En fin, ¡que, catorce
años más tarde, he amanecido en la tierra de mis sueños y me he
ido a dormir en la tierra de mis sueños! He comido, he caminado, me
he reído, he escrito y he leído Harry Potter en ese lugar que me
enamoraba en la distancia y me transmitía ideas que han resultado
estar completamente vivas en mi experiencia allí.
Pocos minutos y ya no
había miedo, ya no había reservas, ya no había paracaídas. Me
lancé a mis diez días en ese país de introvertidos que no lo son
tanto, pero que respetan profundamente tu espacio y privacidad; a esa
tierra de palabras imposibles que acabé reconociendo y utilizando, a
esos paisajes de paz desnuda y naturaleza serena. Y los he disfrutado
más de lo que hubiera soñado, pues Finlandia es todo cuanto
esperaba: silencio, calma, organización, amabilidad, magia. Y
también muchas otras cosas que no entiendo cómo todavía algunos
niegan: bullicio, calidez, generosidad.
Ha sido una experiencia
completa, desde compartir piso con AirBnB a recorrer parte del país
en tren y navegar por el Báltico y el incomparable lago Saimaa,
junto al cual daría lo que fuera por vivir el resto de mis días. Ha
habido poesía a cada paso, desde la llena de vida y diversidad pero
tranquila Helsinki (que sentí como mi hogar), a las ciudades
pequeñas del este que se integran en los bosques de Carelia
(Joensuu, volveré a ti), pasando por una antigua capital llena de
buen humor y música. Finlandia es bonita se la mire por donde se la
mire, pero me llevo en un lugar especial los mercados de calle, esos
momentos en que gente anónima me empezaba a hablar en finés
convencidos de que lo comprendía, las tiendas de segunda mano llenas
de discos de metal, la locura con Pokémon Go a la que me sumé y con
la que me divertí tanto, los momentos de soledad observando y
escuchando; simplemente desapareciendo en la maravilla del paisaje,
del jaleo, de los olores que escapaban de los puestos en cada
Kauppatori.
Me he demostrado muchas
cosas a mí misma. La primera, quizá un poco absurda porque ya
estaba más que clara, que puedo viajar sola perfectamente y no
sentir ningún tipo de ansiedad por ello; al revés, me ha hecho
entablar conversaciones que de otra manera no habrían existido y me
ha permitido conocer mejor el idioma. La segunda, que, por más que
me intimide entrar en ciertos sitios o dirigirme a ciertas personas,
puedo hacerlo y de hecho lo hago. La tercera, muy tonta, que mi nivel
de inglés sigue siendo bueno; y es ridículo porque soy maestra de
inglés y tengo certificados suficientes (sacados sin preparación)
como para quedarme tranquila al respecto, pero soy tan insegura que
me pongo en duda todo el tiempo, y este tipo de experiencias en que
no hablas otro idioma en doce días (contando con los de viaje, ya
que me comí un total de veinte horas en Gatwick) te dan una bofetada
de realidad.
Ha sido el viaje de mi
vida y es un país al que TENGO que volver. Un país que me ha hecho
sentirme más cómoda de lo que me había sentido en ningún lugar,
que respeta el silencio y el espacio de cada uno, pero que abre sus
brazos a quien lo visita.
Catedral ortodoxa de Helsinki |
Lago Saimaa y castillo de Olavinlinna |
Joensuu con su iglesia evangélica luterana |
Fortaleza de Suomenlinna, bahía de Helsinki |
Río Aura y catedral de Turku |
Iglesia de Naantali, Turku |
Tallin, Estonia |
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