miércoles, 23 de febrero de 2011

Black Swan

Mi profesor de Filosofía de 2º de Bachiller dijo una vez que todos somos actores. Los maestros son actores interpretando un papel. Los carniceros son actores interpretando un papel. Y los escritores, como -pese a que me pueda incluir también en alguna de las ocupaciones anteriores- es mi caso, somos actores interpretando, tal vez, miles de papeles, arrancándonos la piel para que salga a la luz el cisne negro que llevamos debajo.
Las personas que creamos, no las que dicen que crean porque han compuesto una canción mientras miraban la puesta de sol en la playa, sino aquellas que nos clavamos las uñas y nos sacamos las entrañas cada vez que damos forma a algo, conocemos perfectamente el significado de esta película. Todos somos actores, ya interpretemos mediante palabras, colores o notas musicales, y todos comprendemos el miedo, la violencia, la locura que supone cambiar la piel por plumas negras, y somos conscientes de que, pese a ello, jamás conseguiremos crear algo perfecto. También lo comprende Darren Aronofsky, no me cabe duda; y Natalie Portman, estoy convencida.
Black swan ha sido definida por algunos críticos como una obra de arte, y por otros como algo absurdo. Es una historia confusa y extravagante donde llega un punto en que no sabes qué es real y qué sucede sólo dentro de la mente de Nina. Pone cara y nombre a las partes más intrincadas del proceso creativo, que no es más que una batalla con nuestra limitada condición de seres humanos. Y termina con un clímax insuperable. El retrato perfecto de la inspiración, de la puesta en marcha, de esa sensación que va más allá de cualquier otra y nos hace ascender a lo más elevado. La música de las esferas, que decía John Lennon.
Maravillosa.

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