lunes, 9 de mayo de 2011

Anata ga iru kara...


Con frecuencia recuerdo que, a los 15-16 años, mi madre solía decirme que viviera, que en cuanto entrara en la segunda década todo iba a ocurrir muy deprisa. En realidad no llevo mucho tiempo en la veintena, pero sí el suficiente como para sorprenderme cuando me percato de que hace tres años de uno de los mejores días de mi vida, de un día que nunca podré olvidar.
No voy a contar mi historia con L'Arc~en~Ciel otra vez. No voy a repetir que con 13 años me enamoré perdidamente de The fourth avenue cafe y han sido el grupo de mi vida desde entonces, ni que la primera vez que los vi en movimiento, en un videoclip, tras meses escuchándolos y pudiendo únicamente descargar fotos, me puse a llorar y a mandarle mensajes a Mai como una loca. Sólo insistiré en que, cuando empecé a adentrarme en el mundillo de la música japonesa y en particular en el de estos cuatro artistazos, la posibilidad de asistir a un concierto era bastante improbable, sobre todo porque no venían a Europa (recuerdo cuando comenzaron a anunciar los primeros conciertos Kagerou, Blood y D'espairsRay... antes de eso era impensable) e Internet no permitía todavía que fuesen tan conocidos como lo son hoy en día. Después de haber visto en 2007 a mis amados D'espairsRay en Madrid, ese sentimiento de "sueño imposible" fue disolviéndose un poco, pero L'Arc~en~Ciel seguía siendo mi grupo favorito y seguía pareciendo inalcanzable. Habían tocado en Estados Unidos antes, pero ¿Europa? Nah. De hecho, no creí a Tetsu cuando dejó caer en una entrevista que en 2008 podrían sorprendernos con un concierto en Francia.
El caso es que cuando comenzó a haber rumores por Internet acerca de un concierto en París resultaba todavía extraño. Fue una locura, en realidad. Muchos decían que iban a anunciar varias fechas, otros que sólo sería una actuación. El día que salieron a la venta las entradas me encontraba en casa de otra persona, las dos histéricas por conseguirlas, y cuando las imprimimos no cabíamos en nosotras de alegría.
Como siempre sucede, recordamos los grandes momentos envueltos en una especie de neblina que nos permite verlos, pero difuminados; a veces no sabemos qué forma parte de lo que sucedió y qué tiene más que ver con el significado que a largo plazo le hemos atribuido. De ese 9 de mayo recuerdo pocas cosas con nitidez: el momento en que salieron por detrás del telón, el italiano que nos echaba agua para que no nos deshidratáramos, el chico raro que se parecía a Jonne Aaron y Clara bailando y cantando a mi lado. La quedada de X Japan a la salida y el emo que miraba al vacío. Muchos codazos, muy poco aire, la cinta plateada que todavía tengo en mi habitación y el accidente (y la entereza, profesionalidad y alegría) de Ken. También el momento en que un cámara nos vino a grabar y nos pusimos a cantarle, nuestra aparición estelar en las noticias francesas y japonesas, o la chica mareada en el baño a la que le regalamos nuestras golosinas, o el mánager calvo del grupo al que tanta ilusión me hizo ver en persona. Las señoras Visual, el Heavenly Club o el momento en que nos reímos a carcajadas del francés de Hyde. Oh, y las lágrimas en Anata; esas lágrimas jamás las olvidaré. Pero el concierto, el directo en sí, el hecho de tenerlos ahí delante, la sensación que me produjo esa voz que lo llenaba absolutamente todo... aunque puedo evocarlo y darle con la espátula como a un cuadro viejo que hay que restaurar, sé que parte del color se ha perdido en la emoción de aquella noche y no puede ser restituido.
Cuando volví de París tras aquel bello fin de semana, me prometí que ahorraría para ir a verlos a Japón por su 20 aniversario. Y aquí estoy. No, no podré verles este año, por un cúmulo de razones que no explicaré, pero mis ganas de repetir, de volver a encontrarme con ellos, de bailar y cantar "Pero de capullo", de pintarme flores en los brazos, de notar que el anillo de Hyde JAMÁS se derretirá en un concierto de Hyde, eso sólo ha aumentado durante estos tres años.
A estas alturas de nuestra relación (si se le puede llamar así), los conozco muy bien y sé por qué los admiro. Sin embargo, eso mismo pensaba en 2008, que los conocía, y pese a todo me sorprendieron. Me sorprendieron la sonrisa perenne de Ken, los saltitos acompasados de Tetsu, la ternura de Yuki y la estupidez (lo digo con todo el cariño del mundo) de Hyde. A Clara le llamó la atención su maldad: "Es malvado y lo sabe", repetía. No sé. Sólo sé que, por la mañana, cuando estábamos haciendo cola y de pronto escuchamos que empezaban a ensayar, fuimos corriendo hacia las puertas laterales a observar el interior del local a través de los ojos de buey. Y sé que, cuando ese hombre empezó a cantar, allí, a cien metros de mí, el mundo dejó de girar para siempre.

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