lunes, 16 de mayo de 2011

Tribulaciones de Jules Verne

Diez veces como mínimo llegué a empezarme este libro antes de darle el bocado definitivo, ése en el que pruebas un trocito de cada uno de los ingredientes y te enganchas a su sabor de forma que no lo puedes dejar hasta que te lo terminas. El caso es que era una cuenta pendiente, porque nunca pasaba de la tercera página, y realmente me alegro de haber cruzado ese recibidor en el que me quedaba siempre.
Hay dos razones fundamentales por las que esta obra me ha encantado y por las que recomiendo encarecidamente su lectura.
La primera es que, si os gustan las novelas de aventuras, aquí tenéis un ejemplo intachable, con principio y fin y una trama definida, con la duración justa y los personajes necesarios, sin pasarse ni quedar escasa. Es un viaje a la antigua usanza por la exótica China y sus misterios, costumbres y tradiciones en una época en la que sus puertos estaban abiertos a las potencias europeas y sus paisanos empezaban a hacer las Américas. Un recorrido no exento de humor, pues si de algo puede vanagloriarse es de ser absolutamente absorbente y divertido, con situaciones peligrosas y variopintas y una intriga constante que no se resuelve hasta las últimas páginas.
La segunda razón es más bien filosófica, pues los primeros párrafos de la obra, esos que no conseguía dejar atrás, son una discusión entre amigos sobre la naturaleza de la felicidad, sobre cómo a veces el tenerlo todo nos impide apreciar el valor de cada pequeña cosa. Y ése es el principal móvil de la novela, que nos hace acompañar al rico y apático Kin-Fo en sus arriesgadas andanzas, que le llevarán a darse cuenta de lo engañado que había estado hasta el momento en que sus desventuras comienzan.
Como punto negativo citaré las descripciones, algunas veces excesivas y fruto de la fascinación del autor por un mundo tan distinto del suyo; sin embargo, es lo único malo que puedo mencionar, pues la obra en conjunto es una lección del relato en su más pura esencia, en su esquema último de introducción, nudo y desenlace, por cierto, muy bien conducidos.

No será, sin duda, la última vez que Verne y yo crucemos nuestros caminos.

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