martes, 12 de junio de 2012

Érase una vez...

Había una vez, en una pequeña ciudad al sur de Galicia, una niña de cinco años que estaba aprendiendo a leer. Como se había roto el cúbito de su brazo derecho, no podía dibujar, ni hacer fichas como los demás niños, así que su profesora le ayudaba en todo momento. Cuando no podía estar con ella, dejaba que hiciera lo que quisiera sin molestar a sus compañeros, y la niña solía abrir los libros de cuentos que había en el aula y ponerse a descifrar las palabras que allí aparecían, despacio, pero con tanta pasión que pronto fue capaz de leerlos todos.
A medida que esa niña crecía, iba devorando más y más historias, hasta que incluso aprendió a crearlas ella misma, y lo hacía todo el tiempo y de forma casi inconsciente, como la marea dirigida por la luna. 
Los cuentos -maravillosos, de animales, de ciencia ficción, de hadas- fueron su primer contacto con aquello a lo que, de alguna manera, estaba destinada, y por eso siempre les guardó un sitio especial en su corazón. Nunca dejó de leerlos y jamás se cansó de aprender de ellos.

Supongo que, a estas alturas, es evidente que aquella niña gallega de cinco años era -soy- yo. No sabría decir cuánto les debo a los cuentos, a aquel primer contacto con la literatura en mi aula de Educación Infantil. No sé en qué medida mi rotura de brazo y aquellas semanas sin poder trabajar como los demás influyeron en las decisiones e inclinaciones que he ido tomando desde entonces. No sé si, de no haber sido por los cuentos, ahora leería tanto como leo y escribiría tanto como escribo. El hecho es que lo hago, y que a Pinocho, a la Sirenita, a Ricitos de Oro y a la Liebre de Marzo les reservo en mi corazón un lugar especial; forman parte de mi mundo interior, del lugar al que pertenezco.
Se están realizando últimamente no pocas adaptaciones cinematográficas de cuentos clásicos, algunas más acertadas que otras, pero una serie es diferente, se dirige a un espectro amplio de público que enciende el televisor de forma sistemática; trata captar una audiencia fiel que le permita seguir adelante y no caer en saco roto. Una serie debe ofrecer al espectador los ingredientes que le interesan, debe mantener la tensión y avanzar a un ritmo adecuado, que no decaiga nunca. 
Cuando me enteré de que existía Once upon a time, me acordé de Xena y Hércules, dos series que marcaron mi infancia y que, con sus miles de carencias y sus no menos aciertos, fueron pioneras en la inclusión de los mitos griegos -que habían sido ya reinventados mil veces en otros soportes- en la parrilla televisiva. De la misma manera, no es la primera vez que los clásicos de los hermanos Grimm y Perrault se reescriben, ni siquiera es original la idea de hacer que sus personajes viajen al mundo real. Pero sí que es, al menos que yo sepa, la primera serie de televisión dirigida a niños y adultos a partes iguales, que nos convence de que el mundo real y el de los cuentos están profundamente vinculados.
En Once upon a time, los personajes de los cuentos de hadas habitan Storybrooke, un pequeño pueblo del estado de Maine, donde asumen identidades diferentes debido a una maldición que hace que no recuerden nada de sus verdaderas vidas. Emma, que fue abandonada por sus padres siendo un bebé, se reencuentra con su hijo el día de su vigésimo octavo cumpleaños y acaba mudándose a Storybrooke. Henry, el pequeño, está convencido de que todos allí son personajes de las historias que aparecen en su libro de cuentos, pero Emma es escéptica por naturaleza y no da crédito alguno a sus fantasías infantiles.
No siendo una serie perfecta -reconozco que el piloto me hizo evocar Hércules no sólo por la temática, sino también por los cutres efectos especiales y algún que otro decorado que anuncia a gritos estar hecho de cartón piedra-, la grandeza de Once upon a time reside en la forma en que se estructuran sus episodios, tomando el testigo de otras joyas de la televisión, como Lost: la línea temporal principal se intercala con flashbacks del mundo de los cuentos. Así, se nos hacen conocer las historias de Blancanieves y el príncipe, Hansel y Gretel o Pepito Grillo, al mismo tiempo que Emma se va enfrentando a sucesos más o menos mágicos en el mundo real. 
Los personajes son maravillosos, como también lo es el reparto. Todos los cuentos están relacionados, y un mismo personaje puede en realidad ser dos, como es el caso de Rumpelstilskin -el duende que en el cuento de la hilandera convertía la paja en oro-, quien no es otro que la Bestia que necesitaba del amor verdadero para volver a convertirse en un ser humano. Encarnado por el actor Robert Carlyle (The Full Monty, Eragon), es sin duda mi personaje favorito y me tiene completamente enamorada. Otras historias fantásticamente relatadas son la de Caperucita (Meghan Ory), Gruñón (Lee Arenberg) o el Sombrerero Loco (Sebastian Stan). Además de los actores principales (Jennifer Morrison, Lana Parrilla, Ginnifer Goodwin y Joshua Dallas), yo he agradecido infinitamente los pequeños papeles que tienen muchos otros para mí conocidos: Alan Dale (Lost), Emma Cauldfield (Buffy, the vampire slayer), Emilie de Ravin (Lost), David Anders (The vampire diaries)... 
En general, Once upon a time es una serie para soñar. En cuanto conoces un poquito a los personajes, te olvidas de los fallos que tiene y te instalas en un mundo increíble, un mundo que, en mayor o menor medida, todos recordamos y guardamos dentro de nosotros. Es verdad que los cuentos pierden partes fundamentales de su estructura (como la clarísima diferencia entre el bien y el mal) y que se adaptan a un público más amplio, pero existen tantos guiños y referencias a las historias originales -y a las versiones de Disney-, y se manejan de forma tan poética los elementos fantásticos, que sólo resta dejarnos llevar.

Me he devorado la primera temporada en pocos días -y menos habrían sido de no haber tenido exámenes- y ahora la espera será larga, pero me alegra saber que en los nuevos episodios aparecerán también personajes que todavía no hemos visto, como la Sirenita. Dado que soy una amante incondicional de la melancolía de Andersen, espero que Ariel no sea la única y dejo la sugerencia silenciosa de que les den una oportunidad al patito feo y al soldadito de plomo.

Espero sinceramente haberos convencido de echarle un vistazo; si amáis los cuentos es imprescindible que lo hagáis y, si no lo hacéis... bueno, tal vez éste no sea vuestro blog.

2 comentarios:

  1. Para mí ha sido la sorpresa de la temporada. Es una serie con bastantes guiños (hm..esos trajes de la Bella y la Bestia, como nos recordaron a la película de Disney), y sobre todo, muy disfrutable para todos, sin meterse en grandes complicaciones de series de temática más "adulta". Además, incluso la cantidad de episodios, cosa que no suelo llevar bien en las series americanas, por extensas, se me hicieron llevaderos, al estar contando las historias de cada habitante y no tratarse de un tema semanal que después olvidaban.
    Ah, y el final de temporada ha sido bastante arriesgado. Me gustaría ver qué nos plantean en la próxima

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  2. Sí, a Disney hay un montón de guiños. El propio pelo de Bella es Disney total. Otro ejemplo es la escena en la que Blancanieves aparece cantando con el pajarito.
    A mí el final se me hizo bastante previsible en cuanto a la forma de despertar a Henry... ¡era evidente! Pero el final, final sí que me sorprendió. También tengo ganas de ver cómo lo desarrollan.

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