Una acaba casi cada competición seria preguntándose por qué todavía sigue un deporte como el patinaje artístico sobre hielo. Es para planteárselo. Cuando los resultados de una competición dependen de un jurado que es de todo menos imparcial, llegan el enfado, la decepción y la rabia; especialmente cuando una disfruta tantísimo viendo los programas y les tiene tanto cariño a los atletas participantes.
No sé si ocurre lo mismo en otras disciplinas que dependen de las valoraciones de otras personas, pero el patinaje artístico a veces es como Eurovisión: mucha política y poco deporte. Y todo el mundo acaba poniendo el grito en el cielo, firmando peticiones en Change.org o insultando a los que ponen el dinero, pero llega la nueva competición y se repite de nuevo. Y hemos aprendido a vivir con ello y a aceptarlo como parte del deporte. Triste, pero cierto.
Han coincidido los Juegos de Invierno de Sochi en muy buen momento, ya que justo estoy leyendo el libro autobiográfico (y muy ameno) de Johnny Weir, uno de mis patinadores y seres humanos favoritos, y deja entrever lo bonito que es todo por dentro. Así lo explica, sin pelos en la lengua: "Una de las primeras cosas que aprendes como patinador es que los jueces dan un trato especial a sus favoritos". Existe una selección de lo que consideran políticamente correcto, un deseo de buscar una imagen conservadora que represente al deporte; hay patinadores que nunca tendrán una oportunidad si los jueces pueden impedirlo, y otros que tendrán ayuda extra siempre que sea posible. El margen es muy amplio, especialmente ahora que, con el "nuevo" (ya tiene años, pero sigue estando sin pulir) sistema de puntuaciones nadie sabe quién ha dado qué notas y por tanto no se pueden señalar culpables.
Esto es lo que ha pasado en estos Juegos, que, como siempre, no han estado exentos de manipulación política en beneficio de unos (que están a años luz de merecer lo que han ganado) y detrimento de otros. Dejadme que os recuerde, amigos rusos, que las próximas Olimpiadas serán en Corea del Sur. Por si se os había olvidado.
Y bien, haré un breve resumen de lo acontecido. Básicamente, todo fue bien durante las competiciones grupal (sigo sin ser partidaria de esta categoría en unos Juegos), de parejas, de danza y masculina. Bueno, bien... Las notas que recibieron los patinadores rusos en todas estas categorías fueron excesivas. Sí, Plushenko nos ha dado a todos una lección alucinante al ejecutar triples y cuádruples perfectos tras muchísimas (creedme, muchísimas) intervenciones quirúrgicas en los últimos años, la más reciente, un mes atrás, de una hernia discal; y sí, he llorado al verle destrozado teniendo que cerrar su carrera abandonando la competición porque no podía moverse. Pero sus notas fueron elevadas teniendo en cuenta que no todos los elementos de su patinaje fueron tan buenos, así como la calidad de los que se quedaron por detrás. Y sí, amo a Tatiana Volosozhar y Maxim Trankov por encima de todas las cosas y su oro olímpico fue más que merecido, pero los jueces debían de estar despistados cuando Tatiana aterrizó sobre dos pies en uno de sus saltos lanzados, ya que nadie les descontó ningún punto.
Lo que quiero decir es que, en este deporte, jugar en casa mola. Así. En Norteamérica, Evan Lysaceck estará por delante de Plushenko a menos que la líe muchísimo; en Japón se dará prioridad a los patinadores de casa aunque no hayan tenido su día. Y, ya dentro de una misma Federación, hay gente deseable y gente a la que le harán la vida imposible. Gente buena que nunca tendrá las mismas opciones. (Luego estarían los favoritos globales que pueden tener siete caídas en un programa y ser tres veces campeones del mundo, pero mejor me callo).
Rusia no iba a ser menos. País orgulloso por definición, ha sido el líder de las disciplinas artísticas durante mucho tiempo. Las cosas cambian, los deportes evolucionan y empiezan a buscarse cosas distintas. Rusia ha aportado muchísimo a este deporte, es el padre y la madre del patinaje. Ha sentado las bases y ha establecido un estilo inimitable. Nadie cuestiona eso. Nadie deja de reverenciar a Alexei Yagudin. Les doy la razón a los puristas del patinaje tradicional en muchas cosas. Pero lo que tengo clarísimo es que ninguna justifica la falta de imparcialidad ni la manipulación.
La categoría de las chispas es la que, en mi opinión, fue la mejor de todos los Juegos: la femenina. A lo largo de dos intensas tardes, pudimos disfrutar de programas muy buenos e incluso perfectos. La final fue una de esas que te dejan sin habla, y dejad que mencione de forma especial a Carolina Kostner, Ashley Wagner, Yuna Kim, Gracie Gold y Mao Asada, la cual nos dejó mudos con uno de los programas libres más bonitos de la historia.
Rusia tenía todas sus esperanzas de medalla puestas en Yulia Lipnitskaia, una niña de dieciséis años que ha hecho una temporada técnicamente impresionante. A pesar de no tener rodaje, ha puesto a temblar a patinadoras muy experimentadas con esa frialdad que la lleva a realizar programas buenísimos como una máquina programada para ello; como digo, además de buena patinadora es muy fría, y este deporte tiene un componente artístico que también cuenta. Pero sí, todo apuntaba a que Lipnitskaia se llevaría al menos la plata, especialmente estando en casa. Lo que ocurrió fue que la muchacha por fin tuvo un bloqueo, y digo por fin porque empezábamos a pensar que era un robot, y cometió errores graves que la desbancaron de los primeros puestos. Rusia tuvo la suerte de que otra de sus patinadoras jóvenes, Adelina Sotnikova, tomó el relevo y realizó dos programas, el corto y el largo, muy buenos (para su nivel). Nos gustó muchísimo a todos, yo le aplaudí y me alegré por ella como la que más. Hasta ahí todo bien.
¿Qué pasa? Que en esta competición también patinaban las diosas que ya he mencionado, y que hicieron programas casi perfectos. Sin embargo, Sotnikova se llevó el oro y Yuna Kim y Carolina Kostner tuvieron que conformarse con las medallas restantes. Hay gente para todo, y algunos se empeñan en decir que el programa de la rusa era más difícil que los otros dos al contener una combinación ligeramente más complicada. Sin embargo, no hay justificación posible para la forma de puntuar de los jueces. No hay nada que haga comprensible la puntuación estratosférica que Sotnikova recibió tras su programa corto, y nada que explique que su programa libre sea decenas de puntos superior al mismo realizado hace un mes. Nadie se lo traga, igual que nadie se traga que Yuna Kim, posiblemente la mejor patinadora de todos los tiempos, haya recibido un 0 en un componente técnico. ¡JA! El programa corto de Yuna Kim fue de libro de texto, como suele decirse; en el libre cometió un fallo mínimo. Sotnikova cometió varios errores, el más grave de los cuales fue un aterrizaje sobre dos pies en el programa largo. Sin embargo, la puntuación de la rusa, si no le hubieran descontado un punto por ese fallo, habría sido superior a la de Kim en los Juegos de Vancouver, en los cuales la coreana nos dejó a todos sin aliento al estar ante lo mejor que ha dado jamás este deporte en categoría femenina.
Ya lo decía Plushenko cuando lo desbancaron (en mi opinión injustamente) en Canadá: es inconcebible que un campeón (sea del Mundo u Olímpico) tenga caídas en su programa. En este caso, los dos pies sobre el hielo. Es una cuestión de los nuevos sistemas de puntuaciones, pero hay algo más. Aun si Adelina hubiera hecho un programa sin errores, hay una cuestión de calidad. Y la muchacha NUNCA estará al nivel de patinaje de Yuna Kim, que vuela sobre el hielo. Para mí, ni siquiera se merecía la plata. NO. Y no soy muy fan de la Kostner ni de su sempiterna monotonía de temas, pero hizo un señor programa muy superior al de la rusa.
Iban a ser unos Juegos agridulces sí o sí. Muchos de mis patinadores favoritos han anunciado su retirada del mundo competitivo, que es muy exigente y muy duro. Sé que ésta es la última temporada de Volosozhar y Trankov, de Akiko Suzuki, de Daisuke Takahashi, de Tessa Virtue y Scott Moir, de Brian Joubert y de varios otros. Estaba preparada para llorar. Pero no lo estaba para la injusticia. Siempre piensas que estas cosas van a dejar de pasar.
En fin, que una se queda quemada y se pregunta si tendrá ganas de volver a aguantar lo mismo de nuevo. Al final, la pasión por una disciplina tan bonita es más grande y pesa sobre lo malo, pero es esto último lo que a veces se queda en la lengua, el regusto de lo asqueroso que empaña largas horas de disfrute sano. Y, como en muchas otras cosas en el mundo, no se avistan cambios.
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