domingo, 12 de abril de 2015

Cuando las consecuencias llegan más tarde


Siempre escribo de forma personal porque no sé hacerlo de otra forma, pero lo cierto es que mis palabras suelen ser laberintos que no dejan ver claramente qué es lo que esconden; lo explícito no va conmigo.
Sin embargo, hoy es uno de esos días (pocos) en que me siento en la necesidad de desintoxicarme, de arrancar de dentro cosas que me persiguen y me hacen la zancadilla. Es imprescindible que me extirpe este tumor que se empieza a interponer entre mi voluntad y el descanso, el estudio, hasta algunas veces la alegría.

A mi madre le diagnosticaron un cáncer de mama hace unos tres años. Nada raro a día de hoy, todos tenemos gente cercana que ha pasado por esto. Supongo, sin embargo, que nunca esperas que te toque a ti, que nunca estás preparado para enfrentarte a la noticia. Yo no lo estaba; mi madre siempre ha estado bien. Lleva toda la vida alardeando de la poca necesidad que ha tenido siempre de ir al médico, de lo bien que le salen los análisis, de que lleva un estilo de vida adecuado. Y, de pronto, en una revisión ordinaria, ¡paf! 
Recogí yo la carta en la que decía que debía repetir las pruebas porque no habían salido bien. La gente de mi entorno me dijo que podía ser perfectamente que hubiera habido un error técnico, sin más. 

Durante el año que mi madre pasó en tratamiento por su cáncer, nunca me vine abajo. Aunque en ese primer momento en que vi la carta me asusté, después lo llevé bastante bien. Obviamente, estaba preocupada, pero también convencida de que todo iba a salir bien; a día de hoy, ya no sé si era intuición o si simplemente me estaba negando a afrontar la realidad. Las condiciones, dentro de lo malo, eran las mejores: se le había detectado cuando apenas comenzaba a crecer, no se había extendido al ganglio de la axila y la operación salió perfecta. La quimio y la radioterapia eran sólo una precaución. 
Durante esa época, tuve la ocasión de descubrir muchos nuevos casos cerca de mí. Siempre habían estado ahí, pero supongo que nunca abres los ojos hasta que te ves obligado a abrirlos. Cuando era pequeña, una chica de mi colegio murió de cáncer; en el instituto una compañera tuvo que dejar las clases y recuerdo verla con turbante. Pero, cuando le tocó a mi madre, de pronto todo el mundo estaba enfermo también: la tía de una de mis mejores amigas murió meses más tarde, el padre de otra amiga lo tuvo realmente mal y a una vecina de toda la vida le descubrieron numerosos tumores por todo el cuerpo. 

Lo llevé bien, como decía, de principio a fin. Claro que dolió ver a mi madre sin pelo, claro que hubo momentos en los que me sentía perdida porque la persona que nos había cuidado toda la vida estaba asumiendo un papel distinto y no sabía cómo procesarlo. Pero seguía pensando que todo saldría bien.
Han pasado dos años desde el final del tratamiento, desde que por fin dejaron de destrozarle el brazo con todos esos pinchazos y desde que su pelo empezó a crecer de nuevo. Las revisiones han ido bien desde entonces y no he vuelto a hablar demasiado del tema; nunca he hablado lo suficiente y quizá por eso se me ha acumulado dentro.

Me he sentido culpable muchas veces por no haber sufrido. Por no haberme desmoronado. Por haber permanecido entera. 
Me arrepiento de no haber ayudado más, de no haber escuchado más, de no haber estado ahí tanto como debería haber estado.
Cada uno tiene que superar su propio duelo y tal vez mi excusa sea que en ese momento no me sentía con fuerzas para hacerlo. Pero tendría que haberlo hecho.

Tendría que haber sido fuerte, y es algo que me ha pesado desde entonces.

Este lunes, fue a hacerse una nueva mamografía y una nueva ecografía. Todavía no tenemos los resultados, pero, aunque hasta ahora las cosas han funcionado, es como si cada vez me diera un poco más de miedo. Es como si cada vez todo eso que en su momento no quise vivir volviera a mí con mayor intensidad.

No es fácil nunca, para nadie. Yo soy una afortunada porque tengo a mi madre aquí, pero he visto mucho dolor por el camino. Por eso, quiero esforzarme por dar siempre lo más que pueda de mí, por no volver a enseñar una sonrisa cobarde. Porque sí, me enorgullezco de haber continuado sonriendo, de haber visto el lado bueno, de haber creído que podíamos conseguirlo, de haber seguido estudiando y trabajando; pero esto solo no vale para nada.

Al final, no hay nada más importante que no dejar solas a las personas que nos necesitan.

Hoy es el día que me arranco esta angustia de las entrañas y dejo de mirar atrás. 

Hoy es el día que empiezo a centrarme en lo que puedo hacer ahora.

2 comentarios:

  1. Mi madre hace un par de años nos dio un susto, pero al final fue sólo eso, un susto, no cáncer. Le operaron del bulto en el pecho y ya está. Pero la mujer de mi padrino no corrió la misma suerte. Tuvo cáncer de mama, lo superó y, después de tener otro hijo y todo (es decir, bastantes años después), le dio metástasis y murió :S Y es lo que dices, hasta que no le pilla a alguien cerca no te das cuenta de toda la gente afectada por esa enfermedad a tu alrededor...

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  2. Eso es terrible, creer que la lucha ya ha quedado atrás y que, de repente, vuelva imparable.
    En teoría, si pasan cinco años y no ha repetido, se considera que ha sanado por completo. Pero puede volver, ¡así que!
    Es una carga psicológica jodida.

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