sábado, 24 de septiembre de 2016

El cine que nos hace felices. "Los hijos de Noam Chomsky"



He dudado un poco sobre si escribir otra entrada tratando un solo título (no me gusta demasiado hacerlo), pero, cuando sales del cine con una sonrisa como la que tuve yo ayer durante el resto de la tarde y que todavía arrastro a estas horas, vale la pena dedicar unos cuantos párrafos a hablar de ello.

Viggo Mortensen es uno de mis actores preferidos desde que me lo encontré encarnando a Aragorn en La Comunidad del Anillo, cuando no contaba yo más de trece años. Mi inicio en el mundo de Tolkien se dio a través de El Hobbit, y la primera de las películas de El Señor de los Anillos, que se estrenó cuando me acababa de terminar de leer el cuento de Bilbo y los enanos, me alcanzó antes de que lo hicieran las novelas, que cayeron enseguida después y que disfruté previamente a las secuelas cinematográficas. Así que sí, Aragorn me enamoró en parte gracias a Viggo, y ya leyendo nunca pude desligarlo del intérprete. 
Pero Viggo era más que Aragorn, y esto es algo que fui comprobando a medida que me deslizaba por su filmografía, que, como la describía el otro día Buenafuente en su programa, es muy personal y no tiene nada que ver con lo que habría cabido esperar de un actor que ha tenido tanta relevancia en un blockbuster. No siempre me han gustado sus películas (recuerdo cuando todos mis amigos me odiaron por hacerles ir a ver Una Historia de Violencia, que en su día nos pareció horrible; tengo pendiente volver a verla porque posiblemente hoy encuentre en ella algo más), pero si algo sé de él en todos los años que llevo siguiéndolo es que elige lo que le gusta hacer y lo que considera que necesita ser retratado en el cine, y no creo que haya muchas posturas más respetables.
Títulos que me han gustado o encantado de él, y a los que vuelvo cada cierto tiempo: La Carretera, Promesas del Este, Un Crimen Perfecto, Un Método Peligroso... y, recientemente, he disfrutado mucho Lejos de los Hombres (¡rodada en francés!; ¿hay algo que no sepa hacer este señor?) y Las Dos Caras de Enero junto a Oscar Isaac
Ahora, ¿tanto como Captain Fantastic? Pocas.


Captain Fantastic cuenta cómo una pareja decide criar a sus hijos de una forma alternativa, haciendo hincapié en el deporte, las artes, la lectura, las lenguas y la formación de una conciencia crítica; huyendo de la rigidez de la educación formal, que en la mayor parte de países está fracasando estrepitosamente. A la muerte de la madre, esta familia se verá forzada a toparse cara a cara con el mundo exterior, con allegados que no entienden su elección de vida y situaciones para las que ninguno de los niños estaba preparado.
Como maestra, el debate que la película plantea me toca muy de cerca y, en cierto modo, me agota; está sobre mi palestra casi a diario y, aunque no tengo una opinión formada por completo, muchas veces la frustración se interpone en el camino de mi profesión y de lo que la realidad requiere de mí. En muchas cosas, me siento más cercana al modelo que ofrece Captain Fantastic; sin embargo, lo bonito de la cinta es que no te transmite la dicotomía como algo que necesites reflexionar ahora mismo, no ha sido como otra reunión más de trabajo. Captain Fantastic disfraza de entretenimiento y humor una cuestión que vamos a seguir discutiendo y que las Administraciones tendrán que revisar tarde o temprano, más allá de LOEs y LOMCEs y decretos que no aportan más que burocracia y presión. Sus dos horas de duración dan para inclinarse hacia uno u/y otro lado, pero, sobre todo y por encima, para reír, para enamorarse de esos jóvenes actores que hacen un trabajo extraordinario y para disfrutar de unos diálogos ingeniosos y llenos de guiños para los que amamos aprender.
"Los hijos de Noam Chomsky", como llamaba a este padre y su familia un crítico de El País, tienen una visión del mundo muy clara y radical, pero otra de las cosas maravillosas de la cinta es que en ningún momento nos impone ninguna idea; al revés, se enfrenta una visión a la otra y se da a entender, sin tampoco buscar convencernos de ello, que ningún extremo es bueno y que en el gris suele estar la decisión más correcta, que nunca será perfecta e inapelable.
Quizá ternura sea la palabra más adecuada para referirse a Captain Fantastic. Ternura en la fotografía, que nos transporta a la belleza de los bosques americanos; en las escenas en que los niños leen y cantan y bailan y expresan sus opiniones sobre obras tan complejas como Lolita; en la interpretación impecable de Viggo, cuyo personaje realiza un interesante viaje emocional que le hace dudar de sus decisiones y aprender a dialogar; en cómo se retrata la muerte, desde un punto de vista mucho más amable que de costumbre, especialmente teniendo en cuenta que hablamos de una familia que ha perdido a su madre. 
En fin, dos horas deliciosas que se pasan sin notarlo y que, bajo esa apariencia de dulzura y comedia, siembran la semilla del debate. Una cinta, sin duda, revolucionaria y memorable, cuya guinda para mí es la celebración del cumpleaños del tío Noam; esa escena por sí sola es lo mejor que he visto en años. 

Cuando el cine te hace así de feliz, vale la pena gritarlo. 

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