lunes, 16 de enero de 2017

Las falacias sociales de la maternidad



Empecé a comprender con claridad que los hijos formaban parte de un sistema monetario. Y comencé a preguntarme: ¿para qué es este hijo? Es decir: ¿cuál es su significado, su valor? Pensaba que simplemente íbamos a tener un hijo, pero me di cuenta de que los fetos y los bebés representaban muchas otras cosas, de las cuales gran parte eran abstractas: libertad, estatus, valores, estilo de vida, identidad.

(...)

Negamos las muchas muertes simbólicas por las que pasa una mujer embarazada: el final de su yo independiente, la pérdida de su forma pre-maternal, el eclipse de su identidad psicológicamente despreocupada, la transformación de su matrimonio, el declinar de su posición como profesional o trabajadora.

(Citas del libro Misconceptions: Truth, lies and the unexpected on the journey to motherhood, de Naomi Wolf).


Es fácil creer, en estas sociedades actuales comunicadas hasta la indiscreción y envenenadas por la dictadura de lo políticamente correcto, que la búsqueda de la igualdad es cosa del pasado; que somos libres de hacer con nuestras vidas lo que queramos, que no existen las presiones, que cada cual decide su destino.

En mi casa, la discusión es eterna:

-Cuando tengas hijos...
-Mamá, no quiero tener hijos.
-Eso lo dices ahora, pero la vida sin hijos no tiene sentBLABLABLABLA.

"Eso lo dices ahora", "Ya cambiarás de opinión", "La llamada llega cuando llega". Da la sensación, cuando hablas con cualquier madre del mundo, de que la verdadera, la única, la genuina felicidad se encuentra en dar vida a otro ser humano; y de que no existe otra opción posible si eres mujer, porque no alcanzarás la plenitud si no dejas en la Tierra descendencia. 

¿Es que no hay madres que opinen lo contrario? ¿Ninguna va a cambiar el discurso?

¿Somos libres de decidir?

Y, cuando ya crees que no vas a encontrar comprensión en ningún sitio, llega una señora llamada Orna Donath y publica un libro. Un libro (publicado en España por Reservoir Books) sobre el estudio en el que lleva años embarcada, sobre los deseos (o la ausencia de estos) de hombres y mujeres de ser padres; y, especialmente, sobre aquellas mujeres que ya tienen hijos, en ocasiones nietos, y se arrepienten.

El arrepentimiento es un sentimiento censurado y censurable en las realidades en las que nos movemos; fuente de vergüenza, tabú, señal de debilidad o de falta de estabilidad mental. Hablar de arrepentimiento supone derribar una serie de barreras que son en realidad pequeñas si no mezclamos tan delicada cuestión con el concepto sagrado de la maternidad. Una persona que se arrepiente de ser madre debe de estar desequilibrada, o debe de ser mala. 
Llegué a este libro con tantos prejuicios como cualquiera; pensaba que iba a resultar sencillo comprender a estas mujeres debido a mi falta de deseos de ser madre, pero me topé con una serie de cuestiones que, como hija y como mujer, me chirriaron y me dolieron. Tiene que doler. Si no duele, no ha servido para nada.

Madres arrepentidas duele porque da voz a aquellas que no la tienen; porque grita verdades silenciadas; porque lidia con el concepto moderno de maternidad y de la relación madre-hijo. 
Madres arrepentidas conversa con una serie de mujeres israelíes, algunas con un hijo único, otras con familia numerosa; una o dos, también abuelas. El único par de elementos comunes entre todas ellas son el entorno en el que viven y el hecho de que, si pudieran elegir, no volverían a ser madres.
Las razones son muchas y el libro no deja flancos descuidados, sino que explora cuestiones tan cruciales como los caminos que conducen a la maternidad, lo que el heteropatriarcado espera de una madre, la identidad de la mujer madre y la comunicación con sus hijos, así como la influencia de las circunstancias socioeconómicas y culturales en la experiencia de la maternidad.

¿Tenemos hijos porque queremos tenerlos, porque elegimos libremente tenerlos? En el caso de las mujeres entrevistadas (y, claramente, no son ejemplos aislados), en su mayoría se han considerado empujadas a ello por la familia, por su pareja o por la sociedad en general. Algunas sabían desde antes de dar a luz que no deseaban ser madres, otras estaban indecisas; sin embargo, era lo que se esperaba de ellas o lo que sus esposos les pedían.

¿Qué es una madre? Las responsabilidades como madre, por más que las sociedades evolucionen, siempre van a ser mayores que las del padre; en un primer momento, por cuestiones biológicas y, cuando los niños ya son más independientes, porque así lo establecen nuestros sistemas de valores. ¿O se ve, acaso, de la misma manera a un padre que abandona el hogar, que a una madre que hace lo propio? ¿A quién se culpa primero cuando un niño está mal cuidado o falto de cariño? 

¿Es una madre mala si se arrepiente de haber tenido hijos? Las madres entrevistadas aman a sus hijos y afirman desvivirse por que ellos tengan lo mejor. Dan importancia a la educación de los niños, a que se sientan contentos y arropados por su familia; al mismo tiempo, odian el papel que ejercen como madres, se sienten malas actrices, desearían escapar de esa realidad que las asfixia. Consideran que no están hechas para el rol y, aun adorando a los niños, odian que su relación con ellos sea la de madre-hijo.

¿Debe decirse a los hijos que una se arrepiente de haber sido madre? Precisamente por desear lo mejor para ellos, algunas de las mujeres de este estudio afirman haberlo hablado con sus hijos o tener intención de hacerlo en el futuro; quieren darles las perspectivas y la libertad que ellas no tuvieron. Otras, en cambio, consideran que es una información con posibles consecuencias traumáticas y protegen de ella a sus hijos, aun a riesgo de que estos no las lleguen a conocer nunca por completo.

¿Una mujer conserva su identidad tras haber sido madre? Las madres aquí citadas aseguran haber renunciado a una parte importante de sí mismas al haberse convertido en madres de alguien. Ya no son seres independientes, ni siquiera aquellas cuyos hijos ya son más que adultos; sino que aseguran que la maternidad (con su ansiedad, preocupación, cansancio...) las acompañará durante el resto de sus vidas. Las que han seguido adelante con su carrera profesional acusan el desgaste de trabajar dos jornadas laborales cada día (una, la que les da dinero; la otra, la que nunca termina y que está en el hogar); se ha puesto de moda el modelo de súper-madre que puede con todo y consideran que no es adecuado ni justo. La igualdad con sus parejas, en el caso de las que tienen pareja, tampoco existe.

¿Las madres arrepentidas dejarían de estarlo si las circunstancias les fueran más favorables? Hay muchas madres que adoran serlo y que, sin embargo, hablan abiertamente de las dificultades que sufren, del cansancio físico y mental que acarrea el tener hijos. Las de este estudio afirman que, aunque su situación económica fuera mucho más favorable y vivieran en una sociedad en que los hijos fueran responsabilidad de todos y no únicamente de quien los trajo al mundo, no querrían ser madres porque no es algo que deseen en sus vidas.


Hay una cita de Luce Irigaray, reproducida en el libro de Donath, que resulta a partes iguales reveladora y terrorífica: 

"Y una no se mueve sin la otra. Pero no nos movemos juntas. Cuando una de nosotras llega a este mundo, la otra desaparece bajo tierra. Cuando una lleva vida, la otra muere. Y lo que quería de ti, madre, era eso: que al darme vida a mí, tú siguieras con vida".

Para las madres con las que la autora se entrevistó a lo largo de los años, la maternidad supuso una pérdida irreparable: la de sus vidas, la de sus identidades previas. 


El arrepentimiento como tema tabú y la maternidad como cuestión indiscutible son dos ingredientes complicados de sacar a colación sin recibir pedradas. Tenemos mucho que trabajar en cuestión de empatía, y este libro me ha ayudado a abrir la mente; a entender que no todos llegamos al mismo sitio siguiendo el mismo camino, y que el arrepentimiento no es un sentimiento indigno. Que tenemos derecho a sentir, que tenemos derecho a expresar lo que sentimos y que tenemos derecho a elegir.

También, por desgracia, que nuestra sociedad sigue creyéndose con la potestad de juzgar y ahorcar a aquellos que se salen, por poco que sea, de esa pauta marcada. Un ejemplo muy triste lo encontré este fin de semana en el tablón de una página de humor de Facebook, y no he podido evitar compartirlo:


Ojalá vengan más como este fantástico Madres arrepentidas. Por la sociedad, por los juicios de valor emitidos desde la superioridad moral, por las niñas del ahora y del mañana. Pero, sobre todo, por mí, porque sigo necesitando que me abran los ojos y me desnuden de mis prejuicios; porque historias como las de estas mujeres me reconcilian con el mundo y conmigo misma.

2 comentarios:

  1. Una parte muy importante del tema de las madres arrepentidas es la presión social: desde siempre, incluso en la última década, se vende la maternidad como algo hermoso y necesario, la forma última de realización a la que puedes aspirar al ser mujer...Se habla mucho también del drama de aquellas mujeres que no pueden tener hijos, como se resignan a ser entonces buenas tías o madrinas generosas...Pero las que no quieren tenerlos, o peor, se han arrepentido, se las considera casi una tara biológica. Personalmente me parece una decisión muy valiente, tanto el no querer ser madre como el atreverse a reconocer ese sentimiento tan contradictorio como es el arrepentimiento.
    (Por cierto, Sarah Andersen tiene u a cuneta donde plantea el tema de una forma muy ligera y divertida)

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  2. @Renaissance, me apunto ya mismo a Sarah Andersen para investigarla.
    Creo que son cuestiones que necesitan visibilidad. El arrepentimiento viene, como dices, en gran medida del hecho de que una mujer está casi obligada a tener hijos. Si decide lo contrario, la cantidad de explicaciones que debe dar a todo el mundo es inagotable (experiencia propia). En países como Israel, donde la norma es la familia numerosa, me imagino que muchísimo peor; alguna madre comenta que, habiendo tenido ya un hijo, la presión para darle hermanos era agotadora. Así que parieron, como se esperaba, y la realidad les confirmó que no están hechas para ello, que la maternidad no las hace felices y que no existe vuelta atrás porque no se puede dejar de ser madre ni aun cuando los hijos mueran o se vean separados de ella.
    Estoy de acuerdo, es muy valiente salir a la palestra y hablar de ello, especialmente cuando se van a recibir críticas (la mayoría, de mujeres) tan salvajes.

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