Cuando llegué por
casualidad a las letras de Ada Salas, hace varios meses, no se me
pasó por la cabeza que la antología que acababa de caer en mis
manos me fuera a impactar a tantos niveles. Podría dedicar esta
entrada a sus versos, pero la voy a centrar en los versos. En
cómo, mediante una serie de reflexiones a las que me adhiero,
analiza y desmiembra la raíz misma de la poesía y el poeta.
- La fase más ardua del proceso de escritura es ese barrido, ese vaciamiento que, a través de un desasimiento paulatino de la vida, del yo nuestro en el mundo de los demás, se traduce en una espera vigilante, alerta. Vacío, silencio, soledad. Nada. Ausencia.
Los que escribimos
movidos por esa fuerza que se escapa a lo explicable y a lo humano
comprendemos a la perfección las palabras de Ada Salas. Cuando
escribimos, desaparecemos. Nos convertimos, primero, en algo distinto
de lo que somos en el plano real y en la percepción ajena; y, en un
segundo momento, en el silencio, en la espera, en una especie de
médium que no hace sino traducir algo que le es dictado y que no
proviene directamente de sí mismo.
- La escritura se lleva a cabo mediante el acceso a una dimensión del pensamiento distinta a la real, a la que nos permite el desenvolvimiento en el mundo. Sólo a través de la búsqueda, la espera y el alumbramiento poético puede llegarse a esa otra realidad propia, a ese “yo es otro” de Rimbaud. Por eso la escritura poética es un acto fascinante, pleno. Cuando escribimos somos distintos a lo que somos cuando no lo hacemos. El poema es la exclamación, el grito de sorpresa ante nuestro rostro desconocido.
“Yo es otro”. Yo no
soy yo cuando escribo, yo soy algo desconocido que voy descubriendo a
medida que brotan las palabras. Algo que me sorprende, algo que me
choca y a veces detesto.
- No escribir sería no ver, no querer ver. La escritura multiplica.
Para muchos, la escritura
es aire incluso cuando pasamos temporadas largas sin escribir. Es una
constante, un pilar maestro sin el que no seríamos lo que somos. Es
nuestra identidad, es la única manera de cruzar al otro lado y
encontrarnos con ese “otro” que no deja de ser nuestra propia
persona. Es una forma de experimentar el mundo, la única que nos
parece real y completa.
- Hallar el poema es hallar lo que se quiere decir. Escribirlo es el único modo de averiguarlo. Antes, antes del poema, el deseo de decir algo: ¿qué? Sólo después de haberlo escrito comprobamos, estupefactos, que lo que hemos dicho se corresponde secreta y exactamente con nuestro deseo de ese algo que quería ser dicho.
El momento de ver escrito
el poema, o incluso muchas veces el relato, es siempre sorprendente.
Es un descubrimiento, es un choque. Antes de plasmarlo por escrito,
no tenemos ni idea de qué es aquello que quiere salir de nosotros,
de qué es lo que estamos sintiendo, de qué se nos está revelando.
Cuando lo vemos en forma de letras, nos conocemos.
- Escribir es una apuesta, una aventura. Una gran parte del trabajo escapa a la voluntad del autor.
Es un acto involuntario
en gran medida. No somos dueños de nosotros ni de nuestras palabras,
solamente transmitimos aquello que escuchamos. Somos traductores de
algo que se nos cuenta.
- La escritura nace de un deseo de deslumbramiento y afirmación propios, de una infinita curiosidad, de un deseo infinito. No es nunca una respuesta, es siempre una pregunta. Por eso, ¿es posible escribir para los demás?
La escritura dirigida a
un hipotético público carece de sentido. Es artificial, forzada,
obligada. Es una escritura corrompida. La poesía es poesía cuando
se nos da libre, cuando no intentamos forzarla en moldes que no están
hechos para ella, ya que ella no encaja en ninguna forma impuesta. La
poesía es la carencia absoluta de cadenas. Y, como todo lo que es
libre, no puede existir para nadie más que para sí misma.
- El destinatario primero del poema es el autor, pero el autor-lector que, es lo deseable, se verá sorprendido por una voz que tiene una gran carga de misterio y otredad.
No nos conocemos, no
conocemos al “otro”; vamos descubriendo cosas de él a medida que
se nos desnuda en palabras. Nunca antes.
- La creación no permite pretexto ni desmayo. Es duro enfrentarse continuamente a sí mismo, removerse. Se puede vivir sin escribir, pero qué pobre, cerrado el paso a esa aventura que vivifica ¿y mata? Quiero esa fiebre, ese yo mío que desconozco, me inquieta y me fascina; ese yo que conjura las palabras del más acá, más acá de mí, más en mí, más hondo. Nada me interesa tanto. Quizá nunca nada me ha despertado, alzado, sacudido tanto como la escritura.
Me confieso perezosa, o
acaso muchas veces demasiado ocupada como para dedicarme a la
escritura en la medida que ésta demanda: plenamente, sin
distracciones ni exigencias de nada que no venga de Ella. Sin
embargo, y esto imagino que nos sucede a cuantos hemos nacido con
esta inquietud de la palabra, no existe un minuto de vida sin la
ansiedad del verso, sin esa doble vida que sucede a la par de la
vida, sin ese fuego interno que calcina despacio.
- La escritura crea (¿es?) un estado permanente de carencia. Su lugar es el hueco. El poeta no enuncia: llama, convoca. Desanda el camino de la elipsis diaria. Busca, en la palabra, la faz de lo real que lo real elude.
- Prefiero los poetas invadidos a los poetas dueños. Prefiero a los desposeídos. Esa es la diferencia, por ejemplo, entre el Huidobro del Canto I de Altazor, poeta desposeído, y el del Canto V, donde encontramos a un poeta dominador. Hay, también, poetas híbridos, y otros que cambian, según evolucionan, de condición. Me interesa el poeta que se transparenta en su poema casi a su pesar, no el que se impone.
Hace tiempo que comprendí
que la planificación y la medida no entraban en mis planes en lo
relativo a creación literaria. Discutí con algún que otro escritor
por ello y les di la razón en algunos aspectos, pero sigo pensando
que la poesía es libertad. La poesía, si es Poesía, es libertad.
Los poetas que nos hacen volar, que nos elevan, que nos llevan a esa
otra realidad que es más real que la que conocemos, son aquellos que
han escrito en libertad y con libertad, que han fluido en la poesía,
que se han desposeído y se han dejado invadir. Los poemas que
realmente valoro de mi propia producción son aquellos escritos en
anarquía, aquellos que no escribí yo: son los únicos que me
representan.
- Quien escribe no sabe, a ciencia cierta, qué escribe.
No somos dueños de
nuestras palabras. No somos dueños de nuestro fuego. No somos dueños
de las cenizas que dejamos atrás.
- El oficio y la condena del poeta es no poder cerrar los ojos al abismo, no poder cerrar sus oídos ante el canto mortífero de las sirenas.
- Cada regreso de un poema es una resurrección. En el proceso de escritura hay muerte y resurrección, como en todo viaje hay despedida y regreso. Es imposible abordar otras costas si no abandonamos nuestra tierra bajo los pies. Todo viaje implica, pues, una renuncia. El ejercicio de la poesía exige una disposición a vivir “del otro lado”, a traspasar el espejo; es, en cierto modo, una continua vocación de muerte.
- ¿Qué sería del viaje sin la posibilidad del regreso? ¿Cómo dar sentido a la partida sin alimentar la necesidad de la misma? El equilibrio es difícil. Debe irse, pero debe volver para volver a irse. Sólo puede emprender el viaje habiendo alimentado la nostalgia del mismo, y viceversa: el regreso sólo hallará sentido después de haber cumplido rigurosamente el ciclo del viaje. Es, por eso, un ser en estado perenne de nostalgia, por su doble condición nómada y sedentaria. Tiene siempre algo más y algo menos: algo le falta que le hace no andar entre los hombres, y algo le sobra para andar entre ellos. Quien ha probado la escritura será siempre un hombre exiliado.
Este último fragmento me
define tanto en sentido figurado, en relación con la poesía, como
en el más literal. Soy una viajera insaciable (¡y eso que aún no
he visitado nada!) y soy una nostálgica sempiterna; esto último lo
había asociado durante mucho tiempo a mi condición de gallega, pero
quizá también venga de la poesía. Amo el viaje, pero amo desear el
viaje. Amo la empresa, pero amo su planificación. Soy nómada, como
buena poeta, y aun así necesito un puerto al que regresar una y otra
vez. Y necesito la añoranza como gasolina para ponerme en marcha.
Para escribir y para estar viva.
Ada Salas, no os lo he
dicho, es una cacereña licenciada en Filología Hispánica que
cuenta con premios como el Hiperión de 1994 o el Juan Manuel Rozas
de 1988.
Su poesía de verso libre
es una delicia minimalista que habla del deseo, de la pasión, de la
creación. Podéis degustarla en algunos de sus títulos: Variaciones
en blanco (1994), La sed (1997), Esto no es el silencio (2008) o
Limbo y otros poemas (2013). La mayoría de reflexiones incluidas en
esta entrada aparecen en Alguien aquí. Notas acerca de la escritura
poética (2007).
¡Hola!
ResponderEliminarAntes que nada, quiero decir que me ha enamorado la entrada. Los fragmentos que has escogido y cómo has ido hilando tus propias ideas con las de la autora... me ha parecido una combinación perfecta. Debo admitir que no conocía a esta autora, aunque el título 'La sed' me suena bastante. Sin duda alguna voy a investigar más sobre ella y sus publicaciones porque tras leer tu entrada he quedado con ganas de más. ¡Muchísimas gracias por descubrírmela!
No suelo leer poesía, o no tanta como me gustaría, pero hay escritores que simplemente es imposible ignorar. Tienen versos tan crudos y reales que son necesarios y, en mi opinión, las reflexiones que tú nos has mostrado son de ese tipo de versos. La poesía, el arte de escribir en sí, es algo complicado. Es de todos y a la vez es de uno. Significa algo y a la vez no significa nada. Es real y a la vez es ficción. Las palabras son tan ambivalentes, están llenas de tantos sentimientos que resultan fascinantes, adictivas y sí, redentoras. Coincido contigo.
De verdad, he quedado maravillada con esta entrada y me quedo por tu blog YA. Ha sido un placer leer tus pensamientos y ver que a veces no soy la única que se pierde en el increíble mundo de las letras <3
¡Besos gatunos!
Muchísimas gracias, Lilly. Comentarios como el tuyo son los que realmente me interesan en el blog, no por positivo sino por haberte molestado en leer y unir los puntos, como diría Amanda Palmer. Gracias por verme y por, la leas más o menos, comprender lo que es la Poesía.
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