lunes, 1 de septiembre de 2025

For this I was given birth


Tiene algunas ventajas el poseer una atención y una memoria tan dispersas que no recuerdas casi nada de lo que has dicho o escrito. 
Por ejemplo, que llegas aquí a sacar de dentro cosas íntimas que no te apetece plasmar en ningún otro lugar, y entonces te llama la atención la entrada anterior, escrita en julio y de la que no te acordabas.
Te pones a leerla y te da la risa tonta de lo conectada que te sientes con esas cosas que ni siquiera sabías que habías pensado ya hace dos meses.

Yo venía hoy aquí por Finlandia. Porque he tenido el curso y el verano mentalmente más extraños en mucho tiempo, pero entonces la vida me ha llevado de vuelta a Helsinki por un momento, y esa experiencia fugaz ha sido suficiente para volver a reconocerme a mí misma. 

Y es curioso que aquí, en el blog, me esperase yo misma, aferrada siempre a las palabras de Byung Chul-Han, con la respuesta; como tampoco deja de ser paradójico que haya utilizado entonces la expresión "difuminarse" para referirme a lo mismo que me acaba de explicar con ese término el dorama que he acabado de ver hace una hora: Glass Heart

Total, que vengo aquí a hablar de nada, a repetirme, a volver a hacerme pensar lo que ya he pensado antes y a expresar lo que también han observado otros. Pero es que Helsinki.

Es que Helsinki.


Veréis, me he pasado un mes en Grecia entre julio y agosto. He recorrido Creta y después he conocido la versión insular del país, un lugar riquísimo en tantas cosas que no sabría por dónde empezar a enumerar sus maravillas. Pero puedo decir que me he sentido yo misma en quizá un 20 o 30% del viaje y me he pasado todo el resto del tiempo extraña conmigo misma y con los demás, irreconciliable con mi propia persona, enfrentada a un tipo de verano que no es el que a mí me gusta (calor y playa buscaban las personas con las que viajaba, y en vez de decir que esta vez no encajábamos juntas, me callé y embargué mi tranquilidad a cambio de cosas muy valiosas, pero contempladas desde la alienación). 

Pero después de Grecia pasaba una cosa. Algo que jamás habría esperado, algo que provenía del mes de marzo y que hasta entonces ni siquiera había barajado, algo que en esos pocos meses de margen no tuve tiempo de calibrar cómo operaría en mí.

Veréis, este blog se llama House of the Silent. Sus secciones tienen nombres como Little Angel, 4 Seasons Rush o Bitter Joy; no es casualidad que en su momento eligiera la discografía de Charon para colorear mi blog, ¡es que amaba ese grupo! Lo descubrí con 16-17 años y la fascinación fue instantánea: por el sonido, por la fuerza vocal, por la pasión, por la poesía. Amaba Charon, me sentía canalizada por sus canciones y me difuminaba en ellas. Cuando se separaron en 2011 alegando que ya no les quedaba inspiración para encajar con el concepto del grupo, me sentí triste, escribí alguna que otra entrada por aquí y lo acepté porque saber apartarse de un proyecto para no mancharlo me parece valiente. Y ya está. La vida siguió, los miembros hicieron sus cosas fuera de Charon, el maravilloso JP Leppäluoto sacó su propia música en solitario y yo tuve la suerte de verlo y escucharlo comerse el escenario en un Raskasta Joulua (Navidad Metal, mi sueño de muchos años) al que fui con mi mejor amiga en 2017.

Pero qué iba a esperar que volviera Charon, que en 2025 hicieran una gira de reencuentro ¡y poder ir a ella! Estaba tan tranquila en mi vida, trabajando en la escuela unitaria donde he obtenido mi primera plaza definitiva, haciendo quién sabe qué cosa con los niños, cuando Mai me escribe para decir que tenemos que ir a Finlandia y que hay que ver a Charon. No es posible para mí reproducir el grado de sorpresa que sentía, que aún siento ante tal cosa. ¡2025! ¿Qué sentido tenía ir a ver a uno de mis grandes grupos de juventud a mis casi 40, cuando ese mismo grupo llevaba 15 años separado?

Si algo sé de mí misma, es que ante estas cosas elijo locura. Ya tenía Grecia comprado y planeado, ya sabía que volvía a casa el 26 de julio tras un mes entero fuera y también que el 1 de septiembre tenía que estar trabajando.
Sí, era consciente de que me iba a morir de cansancio y de que me arrastraría por las esquinas a posteriori, pero también sabía lo que iba a recibir a cambio: esa comunión mística, la capacidad mimética de Walter Benjamin, el emborronarme por completo para no tener principio ni fin. Lo sabía cuando me puse a buscar fechas y vuelos y lo sabía cuando aterricé en mi Finlandia el 29 de agosto, ocho años después de la última vez, y paseando por el centro de Helsinki me sentía tan en casa que no le veía sentido a irme nunca de allí.



Y entonces fui a Tavastia, el local de conciertos más mítico del norte de Europa. Y casi lloro cuando atisbo el heartagram del techo en homenaje a HIM. Y vi a Charon desde tan cerca, ¡desde tan cerca! Que, cuando Leppäluoto venía hacia la zona del escenario frente a mí, había momentos en que no había nadie en medio de él y yo, y me sentía tan intimidada y vulnerable ante ese señor que es uno de los artistas más bestias que he visto en directo, que me costaba aguantarle la mirada. Pero él sonreía, sonrió todo el concierto, al igual que lo hicieron el resto de miembros y como sé que lo hice yo misma. Y, por unos instantes, nos sonreíamos los unos a los otros porque estábamos experimentando algo mágico que sólo puede dar sentido a la vida.

Y en Helsinki me sentí en una película de Kaurismäki, como ha sucedido cada vez que la he visitado, y no hay halago mejor para la ciudad de mis sueños, para el país donde siento que no soy ningún bicho raro, sino simplemente finlandesa.
La primera noche, entré a las 2 de la mañana en un Burger King porque acababa de separarme de mis amigos y tenía hambre (aunque Helsinki apenas ha cambiado en ocho años, la presencia de cadenas extranjeras sí que ha aumentado bastante, a mi pesar), y en un rincón del local estaba un guardia de seguridad de melena rubia y bigote frondoso que, como tantos otros finlandeses, parecía sacado de los 70 y a la vez semejaba un personaje interpretado por el también amado Matti Pellonpää. Me puso ojitos, no sé cómo expresarlo de otro modo; me miró intensamente mientras entraba, pedía, esperaba. Me seguía mirando mientras recibía mi hamburguesa para llevar y, cuando salía con ella en la mano, simplemente me dijo: "Kiitos" con voz profunda. Lo miré y le contesté: "Bye"; y dudo mucho que pudiera disimular mi sonrisa. Aún me estoy tirando de los pelos por no haber vuelto por allí la noche siguiente, porque aquel momento fue sin duda una escena de Fallen Leaves y en mi cabeza él y yo ya éramos pareja. 
La noche siguiente, después del concierto de Charon (donde también ligué, de otro modo tampoco especialmente convencional pero que me encantó: una chica me empezó a mirar y a coger de las manos y no me soltaba, y en ese instante nos lo pasamos genial viviendo la música juntas y siendo novias por un ratito), de cervecitas en una terraza a la que volveré seguro, vimos pasar a nuestro lado a Mikko Lindström, Lily/Linde de HIM.
Por la mañana, habíamos visitado en el cementerio de Malmi las tumbas de Aleksi Laiho y de Matti Pellonpää. Y por la tarde habíamos comprado una entrega nueva que no sabíamos que había salido de Finnish Nightmares, las historietas que dibuja Karoliina Korhonen sobre la ansiedad social de los finlandeses. 


De vuelta en el avión, en la horrible escala en Ámsterdam (nunca había tenido horas muertas en Schiphol y lo aborrecí), y después en el coche conduciendo quién sabe cómo tras no haber dormido en dos noches, lloraba un poco por Helsinki, por lo mucho que la quiero y el tiempo que pasará hasta volver a estar en ella. Pensaba en las cosas de los finlandeses que me hacen demasiada gracia, en mi Pellonpää del Burger, en un concierto que no voy a olvidar en la vida donde estuve de pie pese al dolor, me desgañité cantando sus letras bellísimas y tuve mucha vergüenza cada vez que no había nada entre JP y yo. Y luego echaba la vista atrás, a Grecia, a cómo me sentía todo el tiempo ajena a mí misma, cómo no conseguí estar cómoda con las personas con las que viajaba, cómo anhelaba todo el tiempo vivirla de otra manera, en otoño, en manga larga, despacio, dejando pasar muchas horas en un solo sitio. Y no es que no pueda ser yo misma en Grecia: es que no puedo NO serlo en Finlandia. Es imposible, soy de allí. 

La rarita, la antisocial, la callada, la que siente ansiedad ante un teléfono que suena y ante una invitación a quedar, la que se bloquea y no sabe salir de ello, la ignorada en las conversaciones y la seria y reservada... En Finlandia, no soy nada de eso. Soy yo, soy una más, soy el Matti de las viñetas de Korhonen. Me siento tan yo cada vez que estoy allí. No hay prisa, no hay "cosas que ver", no hay planes cerrados, no hay silencios molestos, no hay que quedarse donde una no quiere, no hay bloqueos que no se vean como algo normal, no hay verano que me llene la piel de picaduras reactivas y alergias y escozores.



Después de un mes fuera de casa, habiendo llegado agotada y herida de guerra, me he subido en otros dos aviones para pasar menos de 48 horas en mi ciudad favorita y ver en tercera fila a un grupo que jamás supe que vería. 48 horas de mística clarísima, de amor apasionado, de risa, de tranquilidad, de muerte al miedo y gloria a la ansiedad social. 

Si la vida fuera más fácil, sé lo que haría. Como hay demasiadas cosas que no puedo desatender ahora, me quedo esos dos días como fuel, como sangre que empuje mis venas, como muestra palpable de que no me he perdido a mí misma sino que a veces tengo que ponerme una coraza para protegerme, pero en el lugar indicado y en los momentos correctos, estaré ahí. Sin reservas y sin juicios.

lunes, 7 de julio de 2025

Mímesis, comunión vital

Dieciséis años tiene este pequeño espacio al que ya sólo recurro cuando prefiero que no me lea nadie que me conozca, y prácticamente los mismos me he pasado yo tratando de que mis palabras fueran lo suficientemente explícitas y precisas como para describir esa emoción que es el motor absoluto de mi vida; a la que me aferro con uñas y dientes cuando parece que nada tiene sentido, y la cual sé perfectamente que es ampliamente marciana y desdeñada por las personas que me rodean.

Y ha tenido que venir él a ponerle nombre, el maldito. Sí, él. Ese filósofo que los expertos adjetivan con "pop" y que para mí es la mente más clara de nuestros tiempos. Que ha dado profundidad de desarrollo a todas las cosas que pienso del mundo contemporáneo como no lo ha hecho nadie más y como yo no podría.

Quien me haya leído antes (conocidos no, por suerte) sabe que hablo de Byung-Chul Han, a quien ya he dedicado otras entradas por aquí.

Claro que esas entradas, normalmente, surgían de la lectura completa de alguna de sus obras. No como en este caso, que no llevo ni 40 páginas y ya necesitaba plasmar en algún sitio que me las he pasado chillando internamente a causa de cómo estaba dando en el clavo acerca de esa experiencia religiosa a la que sólo he podido acceder algunas veces, pero que representa la única verdad para mí. 


En su ensayo Vida contemplativa (2022), Han se centra en el valor sustancial de la inactividad y la espera como fundamentos de la vida. Y, para hacerlo, como es su costumbre, recurre y reflexiona sobre los trabajos de otros autores que ya han abordado temas relacionados. 
Llegado un momento, Han se centra en analizar la obra de Walter Benjamin, filósofo alemán del siglo XX de ideología marxista y Romántica; y toma una historia que este pensador cuenta en su libro Infancia en Berlín hacia 1900 acerca de un pintor que se metió en su propio cuadro, para conceptualizar lo que Han denomina la capacidad mimética.

Capacidad mimética sería ese momento en que uno pasa a formar parte de otra cosa, en que es asimilado, en que se pierde a sí mismo en algo y se desapega por completo de su persona. Y Han aún apoya esta idea en otra del austríaco Robert Musil: la mística clarísima, el estado en el cual uno deja de ser uno mismo para pasar a formar parte del todo, el momento en que desaparecen las divisiones entre uno y lo demás, ese estado profundo en el cual nada se aferra a sí mismo.


Leyendo esta digresión, me he atrapado a mí misma. Me he entendido. La imagen ha sido instantánea e innegable: Dir en Grey. Esa comunión que en sus directos me ha elevado hacia otro lugar, me ha hecho disolverme completamente en la música, en el espectáculo, en todas las demás almas que estaban bajo el mismo techo.

Y no es algo exclusivo de Dir en Grey ni que me haya pasado sólo en sus conciertos, pero es la imagen perfecta porque su música en vivo es mi canal más obvio y directo hacia el no-ser, hacia el no tener límites.

Después está lo otro. Está cuando escribo, cuando realmente escribo. No ahora, no desde hace mucho tiempo, pero he estado ahí. He estado completamente absorta y en trance a causa de la escritura, dejándome usar por algo más fuerte que mis ideas o mi imaginación. Siendo una especie de marioneta de esa comunión, de ese mimetizarse con la palabra, con una voluntad que no me pertenece.

Y el viaje, en particular cuando lo hago sola. La desaparición en otra realidad, en un contexto que se te impone y es permanente descubrimiento, independientemente de que ya lo conozcas o no: cuando me marcho y me hago al mundo, difumino mis confines. Dejo de sentir que existe un yo para solamente percibir un durante, un presente, un difuminado.


Es algo que nunca había podido explicar con claridad y que tampoco me había conceptualizado nadie. Pero Han, como ya tantas veces ha mostrado, es alguien iluminado con una clarividencia que parece diseñada para arrojar luz sobre todos nosotros. 

Vida contemplativa, en tan sólo unas pocas páginas, ha explicado y validado aquello que da sentido a mi vida, que persigo como el sediento suplica la lluvia. 


La vida actual complica muchísimo el acceso a la mímesis. La hiperconexión, el consumismo, la capitalización ya no sólo del trabajo sino directamente del tiempo libre y de las aficiones... Soy tan esclava como la que más. Me ahogo en esas demandas como la que más.

Y, sin embargo, tengo acceso a la contemplación, a lo real, a la disolución. Soy una absoluta afortunada y a esa fortuna tengo la obligación de aferrarme aunque la corriente vaya en la dirección contraria. 

lunes, 17 de febrero de 2025

Ver Lost en 2025

Cuesta creer que esté escribiendo en este blog sin que haya muerto nadie, que es lo único que me devuelve aquí últimamente. Pero oye, ¡buenas noticias! Y es que realmente echo mucho de menos la época en que lo usaba asiduamente porque, aunque no fuera el tipo de escritura que me piden las entrañas y que llevo años ignorando deliberadamente, al menos ejercitaba la capacidad, ahora bastante perdida, de redactar y expresar las cosas que de otro modo no puedo.

Soy víctima de Internet, como lo he sido siempre. En un primer momento, lo fui de los grupos de Msn, donde pasaba horas y horas colgando entradas sobre las cosas que me gustaban. Luego lo fui de las primeras redes sociales, como MySpace y foros varios. Y, finalmente, ha llegado la era de TikTok (que no uso) y cada día me siento menos a escribir. Cuando lo hago, es desde la pantallita de mi teléfono móvil y en formato post de Instagram, donde se me puede encontrar hoy por hoy en hasta tres cuentas, pero en un modo más conciso y visual. 

Total, que estoy aquí ahora. Me he sentado delante de un ordenador de sobremesa a dejar que fluyan los pensamientos. Ojalá me permita hacerlo más a menudo. 


El 24 de mayo de 2010, dije adiós a la serie de mi vida siendo consciente de que aquellas emociones ya nunca se repetirían. Es lo que tienen las historias que nos marcan: que podemos volver a ellas en mil ocasiones y emocionarnos hasta el llanto todas ellas, pero la sorpresa y la genuina llegada desde el desconocimiento ya no se van a volver a producir. 
Lost fue posiblemente la serie más importante de los años 2000 debido al fenómeno de masas que generó y a cómo sentó las bases de la forma posterior de narrar episódicamente en televisión. Tiene un mérito innegable y da igual en qué año esté una, que es evidente el porqué. La forma de jugar con los interrogantes, el efectismo, los cientos de referencias a ensayos filosóficos y obras de ficción, el carisma de los personajes y de sus actores, la coralidad de lenguas y colores de piel, el tono bien escogido de cada temporada y de cada trama... Damon Lindelof y J.J. Abrams sabían lo que hacían e incluso hoy, veinte años más tarde del estreno de la primera temporada, una duda de si las preguntas planteadas no tuvieron nunca respuesta en su planificación, o si los guionistas sabían bien lo que escondían aunque el desenlace no haya conseguido ser satisfactorio.

Lost en 2025 se percibe como una historia de su momento, pero también como una historia muy adelantada a su momento. Las cosas que chirrían (los machitos líderes, un actor inglés de origen indio interpretando a un iraquí, la escritura de blancos y negros en personajes como Jin, la injusta demonización de Sawyer por parte del resto...) se acaban mostrando a medida que transcurren los episodios como intentos de hacer las cosas bien y dar espacio a minorías a las que no era habitual ver en papeles tan protagónicos en ese momento: cuando hace que pongamos los ojos en blanco el ver que siempre son los hombres de la serie quienes se (auto)adjudican el peso de las decisiones y la acción, entonces aparecen las tramas de mujeres como Kate o Juliet, que son más jefas que los jefes; cuando una no sabe cómo gestionar los sentimientos encontrados hacia un Sayid escrito por norteamericanos, se plasman críticas directas a la discriminación y al sesgo racial de las autoridades yanquis; si en algún momento llega a mosquear muchísimo cómo Jin trata a su mujer y que esto se le perdone, tampoco es menos cierto que el hecho de que sea Sun la que habla inglés y se integra con el resto de personajes es de por sí un statement; y, si el TCA de Hugo parece que se supera de una forma demasiado fantasiosa, ahí está la serie para no soltar el tema de la gordura y la gordofobia y explicar, al menos un poquito, la profundidad de ambas cosas. 
En fin, que Lost es maravillosa. Ha envejecido y se nota en muchas cosas, pero al mismo tiempo sigue saltando a la vista lo rompedora que fue y lo importante de su mensaje. 

Lost en 2025 es llevarse una sorpresa porque nada era tan serio como lo recordaba, pero en realidad sí había grandes dramas todo el tiempo. Las actitudes de los personajes se deben a su momento, hay muchas cosas que hoy no se escribirían de la misma manera y un exceso de fanservice que sería omitible en una serie de su empaque. Y, con todo, sigue teniendo esa magia que hace que no quieras irte. 

Lost en 2025 es volver a enamorarme hasta las trancas de Sawyer, y hacerlo casi más de Juliet, a quien no recordaba demasiado y que para mí es uno de los mejores personajes de toda la serie. Es enfadarme con el final como no lo hice en su momento, metida hasta el cuello como estaba; porque donde quisieron dar respuestas siento que ojalá se las hubieran callado, donde se quedaron sin aportar parece torpe no haberlo hecho y a fin de cuentas nos hemos quedado sin saber qué pasó en las vidas de esos personajes. Es una serie sin final, y esto no lo recordaba y no me ha gustado.

Pero claro, Lost en 2025 son también horas y horas sin poder levantarme del sofá, risas y lágrimas y muchísimos recuerdos de cómo vivía esos episodios en aquella otra época: desde el día que aterricé en la isla de pura casualidad haciendo zapping en mi aldea, pasando por aquella segunda temporada que tanto esperé y me iba descargando semana a semana en Emule, y hasta la mañana que me levanté a deshoras para ver en Cuatro la transmisión en directo de la series finale que se realizaba en decenas de países a la vez.

Lost en 2025 plantea dilemas y conflictos, resulta muy imperfecta y sorprende por tomar al espectador por menos inteligente de lo que parecía en su día. Y, sin embargo, consigue que una se vuelva a sentir en casa entre sus personajes, en esa playa en mar abierto y escapando de osos polares en la selva tropical. Los misterios siempre fueron el motor mismo del enganche, pero a la vez nunca importaron demasiado, y esas precisas sensaciones se siguen transmitiendo en un 2025 en que, cuando la última temporada finaliza y la conclusión se queda coja, en el fondo seguimos queriendo estar ahí por más tiempo.

Aparte de Juliet, mi gran amor en este revisionado ha sido la Iniciativa Dharma, tan interesante como injustamente relegada a un plano secundario en el frenético resolver misterios de la última temporada. También me ha sorprendido no poder ver a Daniel Faraday sin que me recuerde a Pablo Iglesias y amar locamente los episodios de Desmond como lo había hecho siempre, porque Desmond es y será lo mejor de Lost.


Las relecturas y revisionados son algo muy importante para mí. Las historias que me han marcado, que me han emocionado y hecho sentir parte de ellas, me reciben como un hogar calentito cada vez que regreso a ellas y me permiten redescubrirlas y darles nuevos significados. Espero que no vuelvan a pasar tantos años antes de que me pierda de nuevo en la isla.