lunes, 7 de julio de 2025

Mímesis, comunión vital

Dieciséis años tiene este pequeño espacio al que ya sólo recurro cuando prefiero que no me lea nadie que me conozca, y prácticamente los mismos me he pasado yo tratando de que mis palabras fueran lo suficientemente explícitas y precisas como para describir esa emoción que es el motor absoluto de mi vida; a la que me aferro con uñas y dientes cuando parece que nada tiene sentido, y la cual sé perfectamente que es ampliamente marciana y desdeñada por las personas que me rodean.

Y ha tenido que venir él a ponerle nombre, el maldito. Sí, él. Ese filósofo que los expertos adjetivan con "pop" y que para mí es la mente más clara de nuestros tiempos. Que ha dado profundidad de desarrollo a todas las cosas que pienso del mundo contemporáneo como no lo ha hecho nadie más y como yo no podría.

Quien me haya leído antes (conocidos no, por suerte) sabe que hablo de Byung-Chul Han, a quien ya he dedicado otras entradas por aquí.

Claro que esas entradas, normalmente, surgían de la lectura completa de alguna de sus obras. No como en este caso, que no llevo ni 40 páginas y ya necesitaba plasmar en algún sitio que me las he pasado chillando internamente a causa de cómo estaba dando en el clavo acerca de esa experiencia religiosa a la que sólo he podido acceder algunas veces, pero que representa la única verdad para mí. 


En su ensayo Vida contemplativa (2022), Han se centra en el valor sustancial de la inactividad y la espera como fundamentos de la vida. Y, para hacerlo, como es su costumbre, recurre y reflexiona sobre los trabajos de otros autores que ya han abordado temas relacionados. 
Llegado un momento, Han se centra en analizar la obra de Walter Benjamin, filósofo alemán del siglo XX de ideología marxista y Romántica; y toma una historia que este pensador cuenta en su libro Infancia en Berlín hacia 1900 acerca de un pintor que se metió en su propio cuadro, para conceptualizar lo que Han denomina la capacidad mimética.

Capacidad mimética sería ese momento en que uno pasa a formar parte de otra cosa, en que es asimilado, en que se pierde a sí mismo en algo y se desapega por completo de su persona. Y Han aún apoya esta idea en otra del austríaco Robert Musil: la mística clarísima, el estado en el cual uno deja de ser uno mismo para pasar a formar parte del todo, el momento en que desaparecen las divisiones entre uno y lo demás, ese estado profundo en el cual nada se aferra a sí mismo.


Leyendo esta digresión, me he atrapado a mí misma. Me he entendido. La imagen ha sido instantánea e innegable: Dir en Grey. Esa comunión que en sus directos me ha elevado hacia otro lugar, me ha hecho disolverme completamente en la música, en el espectáculo, en todas las demás almas que estaban bajo el mismo techo.

Y no es algo exclusivo de Dir en Grey ni que me haya pasado sólo en sus conciertos, pero es la imagen perfecta porque su música en vivo es mi canal más obvio y directo hacia el no-ser, hacia el no tener límites.

Después está lo otro. Está cuando escribo, cuando realmente escribo. No ahora, no desde hace mucho tiempo, pero he estado ahí. He estado completamente absorta y en trance a causa de la escritura, dejándome usar por algo más fuerte que mis ideas o mi imaginación. Siendo una especie de marioneta de esa comunión, de ese mimetizarse con la palabra, con una voluntad que no me pertenece.

Y el viaje, en particular cuando lo hago sola. La desaparición en otra realidad, en un contexto que se te impone y es permanente descubrimiento, independientemente de que ya lo conozcas o no: cuando me marcho y me hago al mundo, difumino mis confines. Dejo de sentir que existe un yo para solamente percibir un durante, un presente, un difuminado.


Es algo que nunca había podido explicar con claridad y que tampoco me había conceptualizado nadie. Pero Han, como ya tantas veces ha mostrado, es alguien iluminado con una clarividencia que parece diseñada para arrojar luz sobre todos nosotros. 

Vida contemplativa, en tan sólo unas pocas páginas, ha explicado y validado aquello que da sentido a mi vida, que persigo como el sediento suplica la lluvia. 


La vida actual complica muchísimo el acceso a la mímesis. La hiperconexión, el consumismo, la capitalización ya no sólo del trabajo sino directamente del tiempo libre y de las aficiones... Soy tan esclava como la que más. Me ahogo en esas demandas como la que más.

Y, sin embargo, tengo acceso a la contemplación, a lo real, a la disolución. Soy una absoluta afortunada y a esa fortuna tengo la obligación de aferrarme aunque la corriente vaya en la dirección contraria. 

lunes, 17 de febrero de 2025

Ver Lost en 2025

Cuesta creer que esté escribiendo en este blog sin que haya muerto nadie, que es lo único que me devuelve aquí últimamente. Pero oye, ¡buenas noticias! Y es que realmente echo mucho de menos la época en que lo usaba asiduamente porque, aunque no fuera el tipo de escritura que me piden las entrañas y que llevo años ignorando deliberadamente, al menos ejercitaba la capacidad, ahora bastante perdida, de redactar y expresar las cosas que de otro modo no puedo.

Soy víctima de Internet, como lo he sido siempre. En un primer momento, lo fui de los grupos de Msn, donde pasaba horas y horas colgando entradas sobre las cosas que me gustaban. Luego lo fui de las primeras redes sociales, como MySpace y foros varios. Y, finalmente, ha llegado la era de TikTok (que no uso) y cada día me siento menos a escribir. Cuando lo hago, es desde la pantallita de mi teléfono móvil y en formato post de Instagram, donde se me puede encontrar hoy por hoy en hasta tres cuentas, pero en un modo más conciso y visual. 

Total, que estoy aquí ahora. Me he sentado delante de un ordenador de sobremesa a dejar que fluyan los pensamientos. Ojalá me permita hacerlo más a menudo. 


El 24 de mayo de 2010, dije adiós a la serie de mi vida siendo consciente de que aquellas emociones ya nunca se repetirían. Es lo que tienen las historias que nos marcan: que podemos volver a ellas en mil ocasiones y emocionarnos hasta el llanto todas ellas, pero la sorpresa y la genuina llegada desde el desconocimiento ya no se van a volver a producir. 
Lost fue posiblemente la serie más importante de los años 2000 debido al fenómeno de masas que generó y a cómo sentó las bases de la forma posterior de narrar episódicamente en televisión. Tiene un mérito innegable y da igual en qué año esté una, que es evidente el porqué. La forma de jugar con los interrogantes, el efectismo, los cientos de referencias a ensayos filosóficos y obras de ficción, el carisma de los personajes y de sus actores, la coralidad de lenguas y colores de piel, el tono bien escogido de cada temporada y de cada trama... Damon Lindelof y J.J. Abrams sabían lo que hacían e incluso hoy, veinte años más tarde del estreno de la primera temporada, una duda de si las preguntas planteadas no tuvieron nunca respuesta en su planificación, o si los guionistas sabían bien lo que escondían aunque el desenlace no haya conseguido ser satisfactorio.

Lost en 2025 se percibe como una historia de su momento, pero también como una historia muy adelantada a su momento. Las cosas que chirrían (los machitos líderes, un actor inglés de origen indio interpretando a un iraquí, la escritura de blancos y negros en personajes como Jin, la injusta demonización de Sawyer por parte del resto...) se acaban mostrando a medida que transcurren los episodios como intentos de hacer las cosas bien y dar espacio a minorías a las que no era habitual ver en papeles tan protagónicos en ese momento: cuando hace que pongamos los ojos en blanco el ver que siempre son los hombres de la serie quienes se (auto)adjudican el peso de las decisiones y la acción, entonces aparecen las tramas de mujeres como Kate o Juliet, que son más jefas que los jefes; cuando una no sabe cómo gestionar los sentimientos encontrados hacia un Sayid escrito por norteamericanos, se plasman críticas directas a la discriminación y al sesgo racial de las autoridades yanquis; si en algún momento llega a mosquear muchísimo cómo Jin trata a su mujer y que esto se le perdone, tampoco es menos cierto que el hecho de que sea Sun la que habla inglés y se integra con el resto de personajes es de por sí un statement; y, si el TCA de Hugo parece que se supera de una forma demasiado fantasiosa, ahí está la serie para no soltar el tema de la gordura y la gordofobia y explicar, al menos un poquito, la profundidad de ambas cosas. 
En fin, que Lost es maravillosa. Ha envejecido y se nota en muchas cosas, pero al mismo tiempo sigue saltando a la vista lo rompedora que fue y lo importante de su mensaje. 

Lost en 2025 es llevarse una sorpresa porque nada era tan serio como lo recordaba, pero en realidad sí había grandes dramas todo el tiempo. Las actitudes de los personajes se deben a su momento, hay muchas cosas que hoy no se escribirían de la misma manera y un exceso de fanservice que sería omitible en una serie de su empaque. Y, con todo, sigue teniendo esa magia que hace que no quieras irte. 

Lost en 2025 es volver a enamorarme hasta las trancas de Sawyer, y hacerlo casi más de Juliet, a quien no recordaba demasiado y que para mí es uno de los mejores personajes de toda la serie. Es enfadarme con el final como no lo hice en su momento, metida hasta el cuello como estaba; porque donde quisieron dar respuestas siento que ojalá se las hubieran callado, donde se quedaron sin aportar parece torpe no haberlo hecho y a fin de cuentas nos hemos quedado sin saber qué pasó en las vidas de esos personajes. Es una serie sin final, y esto no lo recordaba y no me ha gustado.

Pero claro, Lost en 2025 son también horas y horas sin poder levantarme del sofá, risas y lágrimas y muchísimos recuerdos de cómo vivía esos episodios en aquella otra época: desde el día que aterricé en la isla de pura casualidad haciendo zapping en mi aldea, pasando por aquella segunda temporada que tanto esperé y me iba descargando semana a semana en Emule, y hasta la mañana que me levanté a deshoras para ver en Cuatro la transmisión en directo de la series finale que se realizaba en decenas de países a la vez.

Lost en 2025 plantea dilemas y conflictos, resulta muy imperfecta y sorprende por tomar al espectador por menos inteligente de lo que parecía en su día. Y, sin embargo, consigue que una se vuelva a sentir en casa entre sus personajes, en esa playa en mar abierto y escapando de osos polares en la selva tropical. Los misterios siempre fueron el motor mismo del enganche, pero a la vez nunca importaron demasiado, y esas precisas sensaciones se siguen transmitiendo en un 2025 en que, cuando la última temporada finaliza y la conclusión se queda coja, en el fondo seguimos queriendo estar ahí por más tiempo.

Aparte de Juliet, mi gran amor en este revisionado ha sido la Iniciativa Dharma, tan interesante como injustamente relegada a un plano secundario en el frenético resolver misterios de la última temporada. También me ha sorprendido no poder ver a Daniel Faraday sin que me recuerde a Pablo Iglesias y amar locamente los episodios de Desmond como lo había hecho siempre, porque Desmond es y será lo mejor de Lost.


Las relecturas y revisionados son algo muy importante para mí. Las historias que me han marcado, que me han emocionado y hecho sentir parte de ellas, me reciben como un hogar calentito cada vez que regreso a ellas y me permiten redescubrirlas y darles nuevos significados. Espero que no vuelvan a pasar tantos años antes de que me pierda de nuevo en la isla.

martes, 16 de abril de 2024

Qué hacer cuando los héroes se van


No sé qué voy a escribir, pero lo voy a escribir. No sé por qué ya sólo vengo al blog para llorar la muerte de personas que admiro, pero aquí están las últimas dos entradas y aquí está también mi deseo de que la cosa pare un poco, me deje respirar y permita que la gente que aporta al mundo cosas buenas y que sanan por dentro pueda llegar a edades que nos permitan a todos aceptar su marcha de mejor forma.

Tengo dos canciones en la cabeza hoy, desde bien temprano por la mañana, cuando una amiga me escribió para decir: "Murió Reita". 

Ninguna de las dos habla de personas admiradas que fallecen, pero de algún modo mi cabeza las ha combinado y les ha dado un nuevo significado mezcladas:

All my heroes are dead and gone, but they're inside of me, they still live on, cantaba Brent Smith de Shinedown.

Y se van, y se van, y se van. ¿Qué hacer cuando los sueños se van?, se preguntaba Yosi de Los Suaves.


A estas alturas de mi vida, sé quién soy y lo acepto. Me conozco. Sé que soy una rarita, una inadaptada en muchos sentidos. Sé que las cosas que me importan no son las que se sobreentiende que deberían importarme y que la forma que tengo de ver la vida no es compartida por "la gente normal". 

Ayer vi We couldn't become adults (2021), película que acompaña a un hombre japonés adulto que hace todas las cosas que se le presuponen a un hombre japonés adulto: entrega todo su tiempo a la empresa, pide matrimonio a sus novias, se va a bares de mujeres con sus jefes. Lo hace con cara de indiferencia y enarbolando el lema: "Es lo que hay". La terminé llorando y riéndome al mismo tiempo, porque sé quién soy, sé que tampoco yo he podido madurar y que "es lo que hay".


Soy bastante feliz. Paso por los aros necesarios para serlo. Asumo el hipotecar mi tiempo y energía por las recompensas que me concedo a cambio. Sé lo que no quiero, aunque descartar esas formas de vida siempre acarree ceños fruncidos y a mi madre una y otra vez pronunciando discursos sobre las bondades de la familia y la tristeza que le produce que, según ella, vaya a ser una infeliz toda mi vida por no seguir el "único camino correcto".

A mí me hace feliz viajar. Me hace feliz coger el coche y dejarme llevar a donde dicten la carretera y mis impulsos. Me hace feliz la música y gastarme el dinero que haga falta en plantarme en una gira de Dir en Grey (gracias, vida, por haberme permitido volver a verlos este año después de cuatro años). Me hacen feliz mis ficciones favoritas, una y otra vez. Me hace feliz tener héroes y admirarlos y quererlos de corazón.


No sé si necesito un diagnóstico para dejar de tener pensamientos intrusivos sobre lo defectuosa que estoy y lo idiota que soy.  


Sé que amo lo que amo, profundamente y hasta la tumba. No son obsesiones: es pasión. 


Sé que no sería yo sin mi música, sin mis grupos a los que quiero colectiva e individualmente y que me han enseñado tanto. No sería yo sin haberme pasado la adolescencia y gran parte de la primera adultez traduciendo canciones de forma obsesiva, recopilando todo vídeo que aparecía en lo profundo de Internet (cuando Internet era verdaderamente profundo), leyendo cada entrevista y escribiendo mis propios fanfics muchísimo antes de que existiera Wattpad.


No sería yo sin Dir en Grey, sin L'Arc~en~Ciel, sin la poesía que me ha marcado ni sin los mangas que contienen tantos de los valores que abrazo como míos.


No sería yo sin amar por encima de todo el sonido de un bajo eléctrico, que parece acompasarse con el mismísimo movimiento de la sangre dentro de mis arterias. No sería yo sin la música japonesa, que tan bien me ha transmitido el amor por dicho instrumento y me ha dejado disfrutar de los mejores bajistas.


No sería yo sin the GazettE, grupo al que he visto crecer casi desde el mismo inicio, desde su DISORDER allá por 2004, cuando eran unos críos ellos y unas niñatas nosotras, que sabíamos que estábamos descubriendo todo un universo cada vez que escuchábamos una nueva canción.


No sería yo sin Reita, icono absoluto del Visual Kei, bajista maravilloso, hombre sensible sin miedo a mostrarlo encima de un escenario, parte indispensable del rompecabezas que es ese grupo de amigos que han pasado sus momentos buenos y malos, pero siempre se han tenido los unos a los otros.


Hoy desperté con la noticia de la muerte de Reita. Y me puse a llorar antes siquiera de haber entrado en shock. Luego llegó la incredulidad. Una persona de 42 años, talentosa, admirada. Vital. 

Su último tuit lo puso hace apenas un día, y leerlo provoca dolor de corazón: Ojalá the GazettE dure para siempre.


No sé cómo encajar estas cosas ni si quiero hacerlo. Prefiero no pensar en el cómo y centrarme más bien en el qué. 

Reita se ha ido, exageradamente joven. Hay cuatro personas a las que quiero mucho que deben de estar en shock y sintiendo mucha tristeza por haber perdido un amigo. 

Y hay miles de personas a lo largo y ancho del mundo que hoy, mientras yo lloro, lo están haciendo también. Porque le queríamos mucho. Porque era nuestro icono y siempre lo va a seguir siendo.


¿Qué se hace cuando los héroes se van? Una necesita siempre poder mirar hacia arriba. 


Yo hoy doy las gracias. Por Dir en Grey hace unas semanas, a pesar de los problemas de salud que casi me impiden estar allí. Por L'Arc~en~Ciel en 2008. Por cada concierto catártico que he vivido. Por the GazettE TANTAS veces, en tantos momentos de mi vida, en los fines de semana de aburrimiento en la aldea, en las tardes compartidas con mi hermana devorando los conciertos en pantalla, en aquellas noches de Fisterra durante los últimos coletazos de la pandemia.


Y se van, y se van, y se van... 


Yo digo que no se van. Que Reita siempre ES en presente. Que mis héroes siempre SON en presente y el amor, agradecimiento y admiración por ellos permanecen inalterados. Que los reivindicaré hasta que me muera como motores de todas las veces que me he levantado y he aguantado tralla. 


Porque sí, esta mierda de la vida adulta "es lo que hay", pero si soy capaz de navegarla a pesar de no sentirme parte de ella es gracias al aliento que me da saber que hay más, que existen obras, artistas y vivencias que me permiten seguir siendo yo, sin dudas ni miedos, sin diagnóstico.


Te quiero mucho, Reita. En presente y a plazo fijo. 


No me vas a faltar nunca.