domingo, 20 de junio de 2010

Punto y final


No puedo negar que llevo tres años quejándome, ni que cuando acabé las prácticas y tuve que regresar a nuestro querido Ferruxe (léase Edificio de Facultades) sólo sentí ganas de saborear junio para que todo terminara. Por más que ahora me ponga melancólica y esa morriña estúpida me lleve a ver las cosas de otra manera, es verdad que el 90% (85% si me quiero poner benévola) de las personas que conocí en esta carrera no tienen personalidad, ni un mínimo de cultura, ni piensan en otra cosa que no sea salir de fiesta.
Durante estos tres años he pasado por momentos malos, he sentido ganas de decirles cuatro cosas a personas que me dejaban a mí (y a otros) con todo el trabajo, he discutido con alguna gente que se creía que podía hacer lo que le diera la gana sin que eso tuviera consecuencias y me he sentido profundamente decepcionada por alguien a quien había llegado a considerar una amiga. También he conocido lo que es una pésima organización, he recorrido los cuatro pisos más el sótano en busca de la clase y he lamentado que algunos profesores no puedan recibir, tan siquiera, el calificativo de personas. He aprendido unas cuantas cosas sobre la vida y los golpes han dejado cicatriz.
Sin embargo, también me he reído en cantidades industriales, me he dormido por primera vez en una clase (o en dos o tres), he hecho un examen sobre Visual Kei, he rifado al "Eeny meeny miny moe" y he asentido (muchísimo) con la cabeza. Las horas de trabajo eran interminables, pero se amenizaban gracias a los potitos Nutribén, a las canciones sobre abejas y a los ascensores que iban parando de piso en piso.
Lo que más voy a extrañar no es a vosotras, porque si algo me han enseñado mis 21 años es que los amigos de verdad siempre están ahí aunque no lo parezca, y los que se van eran un espejismo o fruto de otro momento; lo que más voy a extrañar es a la persona que ha compartido con nosotros los tres cursos de la carrera, que nos ha enseñado que los adultos también juegan y que ha buscado incansablemente a los niños que dormían en nosotros. Porque si hay alguien en esa facultad que merezca la pena y que sepa de lo que habla, ése es él. Así que gracias, Javier, porque eres de esos a los que nunca se olvida.

Aquí se cierra una etapa de mi vida, la mejor según algunos, y en cualquier caso irrepetible. Creo que la he aprovechado cuanto he podido, que he aprendido, que he encontrado un camino que quiero seguir y que me llena y que he hecho amigas de las de verdad, poquitas, pero inmejorables.



Y, ahora, a mirar hacia delante.

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