domingo, 24 de octubre de 2010

Mil soles espléndidos

Este verano, conocí a dos chicas islámicas. Una de ellas era el ser más amable y bondadoso con el que me he encontrado nunca; la otra me pareció fría, dura, hermética.
Khaled Hosseini nos transporta en esta obra, francamente tan espléndida como los soles de Kabul, a un mundo en el que nada es fácil, en el que la muerte, la tortura, la persecución y la represión están presentes en cada aspecto de la vida, especialmente si eres una mujer. Las personas a las que mencionaba al comienzo no eran afganas, pero estoy convencida de que sus formas de ser tan radicalmente opuestas encuentran una explicación coherente en el papel que las mujeres tienen en el mundo islámico. Y, a través de Mariam y de Laila, he conseguido entenderlas como no lo había hecho antes.

No conozco mucho de la historia de Afganistán. En realidad, sólo breves retazos que han llegado a mí a través de la pantalla de mi televisor occidental. Sé que ha habido guerra, que ha habido bombardeos, que un régimen terrorista se asentó en el poder durante unos años. Y que la gente ha muerto, sufrido y, una poca, salido adelante. Ésa es la idea que Khaled Hosseini amasa a lo largo de esta obra maravillosa, el hecho de que, a pesar de todo, muchas personas han sobrevivido, siguen respirando y enfrentándose a la vida después de ver morir a cuantos amaban y de tener que exiliarse de un país inhóspito.
Mil soles espléndidos es la historia de dos mujeres que se crían en entornos diferentes. Mariam es una harami, la hija ilegítima que un hombre rico tuvo con una criada; vive escondida, es motivo de vergüenza y deshonor. Laila nace en un Kabul invadido por los soviéticos, una situación delicada, pero que permite a las mujeres trabajar, estudiar, realizarse; y ella es inteligente. Los sucesos se precipitan en torno a ambas protagonistas, de modo que, en diferentes momentos de sus vidas, ambas acaban casadas con el mismo hombre, Rashid, un zapatero que les impone su voluntad cinturón en mano y que les hace ver y creer que ellas dos no tienen ningún valor. Porque son mujeres, y una mujer siempre debe estar sometida a los deseos de los hombres. Porque, "como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer".
La parte fundamental de la obra gira en torno al vínculo que establecen Mariam y Laila a espaldas de su marido, en una situación que no parece dar cabida más que a la oscuridad. Laila le regala a Mariam la ilusión, el cariño, la esperanza; y Mariam le aporta a Laila la serenidad, el apoyo, el abrigo. Se demuestran mutuamente que no todo está perdido para las mujeres afganas. Que el futuro las necesita y que la luz brilla al final del túnel, aunque sea complicado verla.

Me leí Mil soles espléndidos en dos días (es mucho porque a mí personalmente no me gusta terminarme los libros tan deprisa), y creo que me pasé los dos días llorando. Llorando por la crueldad que destila, por el dolor, por la desesperanza, por la impotencia. Agradeciendo haber nacido en España en una época en que las mujeres ya no servimos únicamente para pasar la fregona. Empatizando con las que todavía persisten en su lucha por demostrar lo que pueden hacer. Admirándolas profundamente.

Ocho de cada diez mujeres afganas, a día de hoy, sufren violencia doméstica y un 60% son obligadas a contraer matrimonio antes de cumplir 18 años. Todavía se escucha la palabra lapidación, y la voluntad de muchas de ellas queda oculta bajo un burka. Queda mucho camino por andar, pero quiero creer que algún día su sufrimiento se verá recompensado.

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