sábado, 21 de abril de 2012

Finales

Soy una persona contradictoria por definición. Aunque también me considero fiel a mis principios, es verdad que doy cien mil vueltas para llegar a una idea concreta. Yendo al asunto que me ocupa, odio tremendamente los finales, pero los adoro. Se me inundan los ojos de lágrimas al pasar la última página de un buen libro o al escuchar los últimos acordes de una buena canción. Cuando algo me llega al alma, me duele despedirme de ello como de un viejo amigo. Sin embargo, también creo en los finales, en la importancia de que existan y de que lleguen a tiempo, de que no recojan un simple cadáver sino algo muy vivo, algo que desprenda luz y color. 
Han sido estos últimos, días de finales y adioses, de despedidas llenas de lágrimas pero también de orgullo. Han sido estos últimos, días de reconocimiento a buenas obras con buenos finales. 

El primero de estos adioses ha sido el de un manga que no habría empezado a leer de no habérmelo prestado alguien con la promesa de que me gustaría. La saga de Cain, dividida en cinco tomos sacados al mercado por Kaori Yuki antes de su gran obra, Angel sanctuary, y otros ocho que se hicieron posteriormente a modo de continuación, comenzó pareciéndome interesante y terminó enganchándome hasta la médula. Su principal atractivo es la ambientación; la historia se sitúa en el Londres victoriano, donde el personaje principal, Cain, conocido como "el conde de los venenos" por sus extrañas aficiones, va resolviendo una serie de misteriosos asesinatos que la autora basa en las rimas de Mamá Ganso. Los cuentos de Mamá Ganso, dirigidos a un público infantil, encierran un misterio tan profundo y macabro como las interpretaciones que de ellos hace Kaori Yuki, recordándonos toda esa historia suburbana que todavía sigue, en cierto modo, viva en las aguas del Támesis. 
La idea en sí parece hecha para mí. Es sencillamente perfecta y me ataca directamente como una flecha que esquiva todo escudo posible. Sin embargo, lo más maravilloso de este manga aparece en su segunda parte, Godchild, cuando los casos comienzan a tener relación entre sí y Cain se da cuenta de que no puede ser casualidad. No sólo Cain es un protagonista con sobrado carisma, sino que la mayor parte de personajes que aparecen son igualmente fascinantes, desde el siempre fiel Riff hasta el en un principio poco interesante Krehardoll. ¿Mi preferido? Ni uno, ni otro; si en este manga está Caín, también aparece Abel, o mejor dicho Jezabel, un ser torturado por una infancia de todo menos feliz. Y ése es el tema fundamental de la historia: la inocencia rota, perdida, arrebatada, la falta de amor y la niñez mecida por el sonido de los latigazos. 
El final de este manga ha sido uno de los más bonitos y emotivos que he leído en tiempo, puesto que, pese a que algunas partes las he encontrado flojillas, el hilo principal, la relación de Cain y Riff, el amor sin destinatario de Jezabel y la espera eterna de la pequeña Merryweather han sido resueltos de manera magistral. (Aunque creo que está descatalogado en España o a punto de serlo, gracias a todos los dioses que Glénat decidió traducirlo en su momento, porque los fansubs que hay en Internet son terroríficos en cuanto a la transcripción de los nombres: ¿Crehador? ¿Mary Weather? ¿Riffael? Seriously?).

El otro manga del que hoy quiero hablar es uno de los que ocupan un lugar más especial en mi corazón. Nunca lo habría comenzado a leer de no haber sido por cierto concurso de relatos organizado por la revista Minami, el cual gané, obteniendo como premio varios tomos de manga recién saliditos del horno. Uno de ellos fue Global garden, que me prometí que continuaría algún día. Además de ése, recuerdo que cayeron en mis manos el pésimo Gemelas milagrosas y uno de mi despreciada Mayu Shinjo. También me regalaron un art book maravilloso de Inu-yasha y, por último (que recuerde), este manga: Bokura ga ita (Érase una vez nosotros). La verdad es que el estilo de dibujo me echó bastante para atrás al comienzo, y sin embargo ahora tengo que reconocer que es absolutamente perfecto para la historia que cuenta, para el espíritu que transmite. Esas páginas que casi parecen bocetos sólo incrementan la naturalidad, el costumbrismo si se quiere, que destila esta obra que es uno de los mejores mangas que he leído en mi vida.
Nanami llega a un nuevo instituto y conoce al chico popular de la clase, Motoharu Yano, que, además de carismático, también es muy misterioso y coloca a su alrededor una barrera invisible difícil de rebasar. Además, Yano esconde un secreto del pasado que marca toda su vida y la manera en que actúa. Simple como suena, la historia no tiene grandes giros ni situaciones imprevisibles, sino que, al revés, se centra en la historia de amor de Nana y Yano, dos adolescentes normales con sus circunstancias personales (las de Yano bastante duras) que se encuentran y se separan, que se cogen de las manos y se dejan ir.
Es un manga no sólo natural, sino también intimista, ya que explora de una forma poética y serena los miedos, las esperanzas, las dudas y las certezas de todos sus personajes. La fidelidad, la honestidad, el sacrificio, la amistad, la responsabilidad y la culpa son algunos de los temas que se dejan caer por las mentes de Nana, de Yano, de Yuri y de Takeuchi, que dan trescientas vueltas y se cruzan sin verse o viéndose a medias. 
El primer tomo de Bokura ga ita se editó en España en 2005, así que han sido siete años  los que he pasado acompañada por estos personajes tan maravillosos, tan puros y tan sinceros. Han sido siete años de lectura y de mucha espera, pero que han valido la pena y me han regalado mil lágrimas y mil sonrisas. Siete años que han concluido con un final tranquilo, un final que trae de vuelta aquel tren que una vez partió de la estación de Sapporo. Ha habido una escena que me ha emocionado especialmente porque me ha recordado al momento en que, en Rurouni Kenshin, éste y Kaoru rezan en la tumba de Tomoe y se despiden de ella. Ha sido un final de reconciliación con el pasado y los asuntos pendientes.
Es una historia tan simple y a la vez tan profunda que, aunque me gustan muchísimo los dos actores protagonistas, le temo bastante a la adaptación cinematográfica que está a punto de salir. Lo cierto es que no creo que sean capaces de hacerle justicia y no soy capaz de ver a Toma Ikuta en el papel de Yano (sigo diciendo que sería perfecto como Takeuchi). Tendré que darle una oportunidad y, sea como sea, nada me quitará nunca la perfección que ha sido esta historia de Yûki Obata. Gracias y mil gracias le doy por estos siete años increíbles. Nada volverá a ser lo mismo.

Los adioses están subestimados. Creedme: es así.

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