domingo, 10 de mayo de 2015

Las relaciones que me interesan

Esta semana, interrumpo el Domingo de Poesía para tocar un tema que vengo masticando bastante tiempo y no acabo de escupir.

He sido testigo, a lo largo de mi vida, de muchas rupturas; algunas las viví en primera persona, otras desde la grada. He presenciado absurdos juegos de tronos, así como giros argumentales gobernados meramente por el interés. He visto a gente hacerse daño y a otra pasar página al instante.
También me encuentro, diría que a diario ahora que trabajo con "gente adulta" (a veces ya no sé qué significa esta palabra), con situaciones en que los demás, ceñidos a las pautas de vida que han elegido libremente y/o les ha marcado la sociedad, no comprenden que haya alguien que quiera desmarcarse. 

Tengo veintiséis años, y recuerdo unos quince terribles, unos diecinueve sumida en la pena y un instante (no sé en qué momento desde que me desvinculé de ciertas personas pasada esa pequeña fase) de renacer, de redescubrir, de reorientar mi vida y mis aspiraciones. 
Me considero una persona feliz, y no he llegado a este lugar de forma espontánea. He llegado aquí después de haberme desnudado de los vestigios de la adolescencia y después de haber desterrado a esos vampiros que se alimentaban y alimentaban mis inseguridades, que echaban leña al fuego del "me voy a quedar sola para siempre" para tener control sobre mí. Y, no sé cómo, me di cuenta de que la soledad era algo que amaba (¡lo había amado siempre!), algo que no pensaba sacrificar a menos que valiera mucho la pena.
La mayor parte de las personas que en un momento dado consideré reales, amigos, familia, a día de hoy son sombras. Me doy cuenta de que tal amistad nunca existió, o se vendió muy barata. Que, en muchos casos, nos buscamos unos a otros porque necesitamos desesperadamente conectar, pero en una relación no se trata sólo de tomar. No estoy libre de culpa y seguro que he llegado a actuar de la misma manera, movida por ese impulso; al final, es lo que nos lleva a escribir, a componer, a dirigirnos a un público real o imaginario. Queremos aprobación, que alguien asienta, que nos asegure que no somos un fraude. Que pueden vernos.

También con el paso de los años, y no sé exactamente cuándo, cambié toda mi idea de confianza y entrega. Por circunstancias de la vida, pasé de darlo todo de mí a darme a medias. Me habían lastimado y ya no creía que mereciera la pena abrir los brazos sin reservas. Esto permanece así hasta cierto punto; digamos que soy un muro que cuesta bastante echar abajo. Sin embargo, me voy conociendo mejor y comprendo que no soy alguien que pueda mostrar sólo las flores y esconder las hojas. He aprendido que, o confío, o no confío, y en este último caso prefiero no hacer creer a la otra parte algo que no existe o ser amiga pero con miramientos. No soy así. Si confío, confío. Si amo, amo. Si respeto, respeto. Hasta que se rompe, por supuesto. Pero no voy a darme a medias. 
Obviamente, hay relaciones que son mera casualidad: compañeros de trabajo que no pasan de eso, vecinos, conocidos, personas con las que coincidimos pero no han escalado la muralla de piedra. Pero, si vas a ser mi amigo, voy a confiar en ti. Voy a respetarte y voy a creer en tus buenas intenciones.
Nadie es perfecto y todos nos equivocamos, yo la primera. Meto la pata todos los días, a cada hora. A veces aprendo enseguida y, otras, necesito repetir el error siete veces para verlo o para hallar una forma de evitarlo en adelante. En las relaciones, soy un desastre absoluto. Soy solitaria, introvertida, silenciosa y muy tranquila; por eso, cuando toca compartir, hablar, participar, me encuentro con grandes dificultades. Ha sido así durante el tiempo suficiente como para que, en la actualidad, ya no me avergüence; me quiero como soy y me enorgullezco de las batallas que gano a diario. 
No obstante, como comentaba, no estoy libre de culpa. Probablemente no haya estado ahí en más de una ocasión, incluso sé que he sido tóxica en ciertos momentos. Tuve la suerte de que las personas que me querían supieron decirme: "Así, no". Tuve la suerte de escuchar y entender. 

Nadie es inocente y todos herimos a los demás. Todos hacemos cosas de forma egoísta sin pensar en las consecuencias. Pero, amigos, hay límites.
Los hay, y, a mis cerca de veintisiete años, yo ya no quiero en mi vida personas venenosas. No quiero abrazos de mentira ni palabrería barata. No quiero lamentos que pretendan empañar mi bienestar. No quiero personas interesadas que me busquen para suplir carencias, pero den media vuelta en cuanto aparece algo mejor. No quiero gente que se acerca a pedir y no dar. No quiero a nadie que no me respete, y no quiero a nadie a quien no pueda respetar. No quiero a nadie con quien no pueda estar en silencio. 

En mi vida están aquellos que quiero que estén. Ha costado eliminar lo que sobraba, pero finalmente se ha ido. Tengo menos personas con quien compartir lo que me apasiona, pero las tengo. Las tengo de verdad, como jamás tuve a otros que deambularon exigiendo y se fueron por la puerta de atrás. Las tengo, y la vida a veces cambia y nos vemos separados por otras causas, pero las tengo. Estas personas, aquí y ahora, son sinceras. Somos sinceras. 
No siempre nos entendemos y hay veces que cometemos negligencias, pero estamos aquí, viéndonos. Conectando. No demandamos nada que no estemos dispuestos a dar. Y nos esforzamos por demostrarlo, especialmente aquellos que tenemos dificultades a la hora de expresarnos cara a cara. 
Día a día, paso a paso.

Éstas son las relaciones que me interesan, y el número es lo de menos. Personas por las cuales no me importa sacrificar mi soledad, mi pequeño Walden emocional. 

Personas que entran en mi refugio.

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