domingo, 3 de julio de 2016

Viajando sola, cumpliendo sueños sola

Una de esas escapadas en solitario (sí, lo sé: Ávila, qué emocionante).

Que soy una persona enormemente introvertida y solitaria no debería sonar sorprendente a día de hoy, ya que no me canso de repetirlo por escrito; sin embargo, en un mundo hecho a medida para los extrovertidos sigue costando trabajo explicarle a la gente que no, no me parece un planazo irme de discotecas o que la verdad es que prefiero quedar con dos amigos en una cafetería tranquila que irme a una fiesta donde no conozco a nadie.

Nos conocemos a nosotros mismos a medida que nos desarrollamos, y en mi caso fui descubriendo muy paulatinamente cómo era y que esto no era malo. A lo largo de los años hubo personas que intentaron meterme en grupos enormes de gente y hacerme sentir bien en ellos, y en la mayor parte de los casos no funcionó a pesar de que por otro lado sí que me viniera bien porque tengo la buena o mala fortuna de, además, ser bastante tímida. No, no opero bien en grupos de muchas personas a pesar de durante bastante tiempo haber organizado eventos de manganime y quedadas a lo largo y ancho de Galicia. Y sí, necesito pasar mucho tiempo sola, como ya veía cuando con quince años mis padres se iban todo el fin de semana y yo no solía aprovechar para dar fiestas en casa, precisamente (aunque echo de menos la facilidad con que de pronto una amiga decidía que se venía a mi casa de inmediato -esto a las 23 horas- porque mi ordenador acababa de terminar de descargar la película Last Quarter -Ken Nikai, 2004)-; o cuando, ya en años universitarios, necesitaba tomarme semanas solita en el piso de Vigo para desintoxicarme del mundo.
Adoro por encima de todo vivir sola a pesar de que mucha gente no lo entienda y me ponga caras (aunque en los últimos meses he vuelto a compartir piso y tampoco me importa siempre que no sea por períodos muy largos), me encanta ir al cine sin más compañía que la mía y disfruto muchísimo más yendo de compras sin que nadie me arrastre aquí y allá o me haga mil preguntas para las que no tengo respuesta (¡qué importa si a mí me gusta, tiene que gustarte a ti!).

Conocí a mi amiga Eva cuando empecé mi segunda carrera (de mis avances en la previa mejor ni hablemos) y creo que ya me había hablado de esto anteriormente, pero el primer recuerdo nítido que tengo de cuando me contó cómo su prima se iba de viaje a medio mundo ella sola, es de un Entroido que pasé en su casa de Vilardevós. Su prima, que nos llevará unos tres o cuatro años como mucho, ama viajar, y no espera a nadie. Si tiene ganas de conocer Polonia, hace su maleta y se va; que hoy toca Nepal, pues allá que me lanzo a la aventura. En aquel momento en concreto, se había ido a algún lugar de Argentina y yo estaba absolutamente fascinada porque, como he mencionado, soy una persona tímida y, aunque estar sola para mí no suponía ningún problema, ¡no me veía capaz jamás en mi vida de tomar una decisión así con semejante arrojo!
Esa persona con la que apenas he charlado un par de veces pero de la que tanto he oído hablar a lo largo de los años me inspiró más de lo que se pueda llegar a imaginar. Me hizo tomar una decisión, de la que yo misma no fui consciente hasta tiempo más tarde: no voy a dejar de hacer cosas por no tener con quien hacerlas. Y es que sí, es mucho más cómodo ir a un concierto con un amigo o hacer cola para el cine charlando con alguien, ¿pero vale la pena dejar de hacer esas cosas por mera dependencia? A día de hoy, y desde que empecé a vivir en Madrid, hago miles de cosas que a mis quince años jamás habría soñado por miedo a que los demás me juzgaran al verme sin compañía; la semana pasada, por ejemplo, me largué a los premios IIFA de Bollywood, celebrados en la capital española, y me sentí bastante fuera de lugar (el 99% de la gente era de la India) hasta que empecé a disfrutarlo y ¡sí! a charlar con personas de puntas opuestas del mundo con las que nunca habría entablado conversación si me hubiera ido con amigos.

En mi primer año en Madrid, tuve una compañera de trabajo de la que creo que ya he hablado en este blog. Como compañera, como persona, no me gustaba demasiado; pero la forma en que se iba por el mundo de la misma manera que la prima de Eva me fascinaba. Hablaba de cómo en verano iba a volar a Uruguay, o de cómo había pasado dos meses en Japón, o de la convención francesa de swing a la que se iba el próximo fin de semana, ¡y la soledad ocupaba en su discurso un lugar ni más ni menos importante que el viaje en sí! No le tenía miedo, en absoluto: la abrazaba y le sacaba todo el jugo posible.
Recuerdo como ayer mi primer viaje en autobús sola de Ourense a Madrid, ¡por aquel entonces era toda una locura!, o el primer avión que me atreví a coger sola a pesar de estar temblando por si moría y no tenía a nadie al lado que me dijera adiós sabiendo a quién se lo decía. 
Desde entonces, he troteado bastante sin compañía porque he descubierto que eso es lo que soy. He disfrutado de varias zonas de España, he cogido trenes de Londres a Edimburgo y me he ido a convenciones, conciertos, exposiciones... con mi sombra como único acompañante. 
Me encanta hacer cosas con amigos, y definitivamente me encanta hacer cosas sola.

Zaragoza 2015, en buena compañía.

Dentro de menos de un mes me marcho a Finlandia. Repito, me marcho a Finlandia. Sola. 
Como ya he dicho y demostrado, no me da la gana de dejar de hacer cosas sólo por no tener con quién hacerlas; Finlandia es uno de mis grandes sueños desde que tenía catorce años, y ya era hora y no podía esperar por nadie. Los sueños, si son alcanzables, hay que cumplirlos; la vida es demasiado breve como para no hacerlo. Hace años que tendría que haberme ido a Finlandia, y por fin ha llegado y soy feliz de que vaya a ser sola, ya que es un país del que me enamoré sin compañía. Al igual que cosas como el concierto de Dir en Grey es bonito vivirlas junto a quienes compartieron esa pasión contigo desde el principio, hay amores que una debe entregar sin distracciones.
A mis catorce años, apenas sabía que Finlandia estaba ahí; había estudiado su ubicación y capital en Sociales, pero no me decía nada. Fue la música la que me llevó a descubrir un país que hoy me fascina, y poco a poco me fui adentrando en lo maravilloso de su lengua, en lo único de su mitología. En cómo es el país perfecto para una introvertida como yo, ya que en Finlandia el silencio no tiene nada de malo y la naturaleza es mucho más que una fuente de recursos a explotar.

Si os soy sincera, estoy muerta de miedo. Una cosa es cogerte una mochila y hacerte las Españas o perderte en países donde te sientes segura, y otra es irte diez días a un sitio donde no hablas el idioma y desconoces muchas costumbres. No soy la primera ni seré la última a la que, forzosamente o por placer, le ha tocado emprender una de estas aventuras, pero lo cierto es que, en medio de una emoción desbordante, el miedo vuelve a reclamar su lugar. Y no es malo, no creo que sea malo. El miedo ha sido mi compañero sempiterno de viaje durante casi veintiocho años y ya he aprendido a asimilarlo como parte de la vida, una parte de la que no creo que haya que deshacerse como muchos venden, sino a la que le hay que ir echando pulsos. 
Estoy asustada porque no sé cuántas veces voy a hacer el ridículo por aquellas latitudes, no sé si me voy a enterar de lo que pase a mi alrededor, o si habrá momentos en que el silencio haga demasiado ruido.

Estoy asustada porque daré la bienvenida a mis veintiocho lejos de todo y todos los que conozco, y porque espero que este primer paso importante hacia (¡ojalá!) un futuro con muchas más de estas locuras, marque un antes y un después en mi vida.

Hablando de personas que me han marcado, casi olvido a un compañero del cole de este año: un chico solitario, como yo; de pocas palabras, como yo. Si me voy de viaje a un sitio, quiero conocerlo realmente - me dijo -; yo no me voy quince días, me voy dos meses. Soy absolutamente así y ya no me gustan nada esos viajes en que llevas los cuatro monumentos marcados para que te dé tiempo de verlos en 24 horas; diez días en Finlandia a día de hoy suena perfecto y holgado, suena a que podré ir a mi aire y ver lo que se me presente pese a que algunas cosas sí que las he organizado... pero temo que sus palabras me hayan calado demasiado hondo y la próxima vez que viaje me vaya unas semanas más, sin horarios y sin mapas, a dejarme absorber por aquello con lo que me vaya topando.

No se puede recorrer el camino de los demás, y el mundo ha intentado convertirme en una persona dependiente durante demasiado tiempo. Ya no puede conmigo.

2 comentarios:

  1. Te comprendo perfectamente, existe una especie de "presion" (por asi llamarlo) a tener que hacer las cosas acompañada y con un plan (para mi lo bonito de viajar es ver como es cotidianamente la vida en un sitio y dudo que la gente se ponga a mirar monumentos) lo que en muchos casos crea problemas de dependencia, y a los que solemos ser mas introvertido se nos suele mirar con desconfianza. A mi me hace especial gracia cuando sale una persona que comete un crimen y siempre dice que era solitario como si eso lo explicase todo xD.
    Espero que te lo pases bien en Finlandia

    ResponderEliminar
  2. ¡Gracias por tu comentario! Una de las cosas que me gustan de Finlandia es, precisamente, que existen menos presiones en ese sentido. Como decía cierta cantante sueca que se fue a trabajar al país vecino, en Finlandia no hay que hablar por rellenar el silencio. Hay que aprender a disfrutar de la soledad al igual que se disfruta de la compañía, que conozco personas que ni a tomar un café son capaces de entrar solas.
    Y yo soy la primera que va a saco a ver los monumentos, pero dejando tiempo para todo lo demás: la vida cotidiana en ese sitio, la forma de ser de la gente...

    ResponderEliminar

Al comentar en este blog, manifiestas conocer y estar de acuerdo con la Política de Privacidad del mismo.