Los años no hay que olvidarlos ni ensalzarlos. De nada sirve morar eternamente en los recuerdos, pero tampoco es útil para nuestro propio desarrollo eso de "hacer borrón y cuenta nueva". Los errores, los malos ratos, las dudas y los pasos en falso hay que tenerlos presentes para mejorar un poquito cada vez. Aquello que duele y quema nos demuestra que seguimos vivos.
Cada vez que acaba un año, me gusta escribir un resumen de lo mejor que me ha dado. En el blog, siempre me he centrado en lo mismo: obras de ficción que me llevo, música que se queda en mi día a día y experiencias favoritas. Por primera vez, quiero ser muy breve en lo tocante a la ficción (pese a lo importante que ésta es para mí) y detenerme a reflexionar más sobre la orilla de lo real; 2017 se presta bastante a ello.
Así que vamos por partes:
OBRAS DE FICCIÓN QUE ME LLEVO PARA SIEMPRE
Cine: La La Land (2017), Zootrópolis (2016), Larga es la Noche (1947), Ha Nacido una Estrella (1954), Almas Desnudas (1949), El Tercer Hombre (1949), Exposición de Amor (2008).
Me llevo, principal e irrevocablemente, a James Mason: su voz, su elegancia, su maestría interpretativa y ese sentido del humor que exhibió hasta el final. Me llevo el cine hipnótico de Max Ophüls y de Carol Reed, con esos personajes que habitan la oscuridad pero saben que ésta no existe sin luz. Me llevo a Judy Garland en Ha Nacido una Estrella, con esa cara y esa voz y ese magnetismo que desprendía.
Me llevo el amor infinito al que me transporta La La Land, con esa exaltación de los sueños que para mí es indispensable en la vida; y el humor y mordacidad de Zootrópolis, una película infantil que se disfruta mucho más como adulto.
Me llevo, en fin, una lista muy bonita de títulos que incorporar a mi mochila de revisionados periódicos.
Me llevo el amor infinito al que me transporta La La Land, con esa exaltación de los sueños que para mí es indispensable en la vida; y el humor y mordacidad de Zootrópolis, una película infantil que se disfruta mucho más como adulto.
Me llevo, en fin, una lista muy bonita de títulos que incorporar a mi mochila de revisionados periódicos.
Series: Black Sails (2014-17), The 100 (2014-), Will (2017), Big Little Lies (2017), Alias Grace (2017), Paquita Salas (2016).
A ver, las dos primeras son trampa porque ya formaban parte de mí antes de 2017, PERO CÓMO ME HAN DADO LA VIDA EN 2017. Black Sails ha finalizado y me siento muy satisfecha; nunca dejaré de amar profundamente a mis personajes y a mis actores. The 100 ha tenido este año una de sus mejores temporadas hasta la fecha y NO ME LLEGA LA SIGUIENTE.
A ver, las dos primeras son trampa porque ya formaban parte de mí antes de 2017, PERO CÓMO ME HAN DADO LA VIDA EN 2017. Black Sails ha finalizado y me siento muy satisfecha; nunca dejaré de amar profundamente a mis personajes y a mis actores. The 100 ha tenido este año una de sus mejores temporadas hasta la fecha y NO ME LLEGA LA SIGUIENTE.
De Will me llevo a Marlowe, uno de los personajes que más me han fascinado en años.
Me llevo Big Little Lies, con su mensaje de sororidad tan bien narrado y ejecutado. Me llevo Alias Grace, con esa Sarah Gadon imposible de olvidar y con la fuerza y desgarro de lo que saqué de ella al final.
Me llevo a "los Javis" (Javier Ambrossi y Javier Calvo) con su Paquita Salas y con lo maravilloso que me dan cada vez que aparecen por la academia de OT; son todo corazón.
Libros y cómics: Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, La Semilla del Diablo de Ira Levin, El Hombre Invisible de H.G. Welles, La Memoria del Agua de Emmi Itäranta, Escribir y Borrar de Ada Salas, Las Personas del Verbo de Jaime Gil de Biedma, Station Eleven de Emily St. John Mandel, La Tumba del Tejedor de Seumas O'Kelly, La Educación del Estoico de Fernando Pessoa y Orange de Ichigo Takano; también mi retorno a Saiyuki y su universo, que me han ayudado INFINITO a soportar las peores cosas de este año y a crecerme en ellas.
No me voy a detener en las novelas porque ya he hablado bastante de ellas en entradas anteriores, así que os cuento que ha sido un gran año en cuanto a poesía y, además de Gil de Biedma y Ada Salas (a los que ya amo), me llevo a Alejandra Pizarnik, a Daniel Faria y a varios otros autores que he descubierto pero cuyas obras todavía tengo a medio leer.
MÚSICA Y CONCIERTOS
Todos los años monto un vídeo con mis temas más escuchados de acuerdo con Last.fm, así que os lo dejo aquí directamente:
Lo único que me gustaría añadir es que, pese a todo, el artista del año para mí ha sido Hallatar. La conexión emocional que he experimentado con su música se compara a pocas y ha sido una revelación de carácter espiritual.
Me llevo toda la banda sonora de La La Land, la música eterna de HIM y el maravilloso disco de Counterfeit como las joyas absolutas del año.
En cuanto a conciertos, es difícil expresar lo impresionante que ha sido 2017. Tener delante de mis narices a X Japan es, además de un milagro (dada su historia), un privilegio: el sonido de esos señores en directo es lo mejor que he escuchado nunca y el cariño que les tengo a todos y cada uno de ellos no se mide; verles ha sido un regalo tras tantos años amando la música japonesa y siguiéndolos a ellos por separado. Poder ver a KORN y a The 69 Eyes fue increíble e inesperado y me quedo con la energía de Jonathan Davis y la sensualidad de Jyrki69. El Download Festival, con todos los grupos que me puso delante (mención especial siempre a Apocalyptica; pero excelsos Mastodon, System of a Down, Gojira, 5 Finger Death Punch, Opeth...), fue una pasada a pesar de suceder entre trabajo y oposiciones, con sus consiguientes viajes de un lado a otro de mi querida Comunidad de Madrid y con la falta de horas de sueño pertinente; NO ME ARREPIENTO DE NADA. Estar a dos metros de Tom Dickins escuchándole cantar, aunque no fuera en sí un concierto ni interpretara su propia música, es algo que no esperaba y que me ha resultado casi tan insólito como lo de X Japan; me llevo de por vida su luz, su sonrisa y su voz que me abrazaba las costillas al meterse entre ellas. Tener a HIM, mi grupo favorito, dos veces delante de mis narices después de haberles visto sólo en una ocasión hace casi diez años ha sido increíble y triste y maravilloso; me he hartado de cantar, bailar, llorar, sonreír. Me llevo mi primer Raskasta Joulua, que ojalá inicie escuela porque me encantaría poder asistir a muchos otros y sentir que de verdad es Navidad frente a mis personas favoritas de Finlandia.
La música es uno de los grandes motores de mi vida y me sigue demostrando siempre que vale la pena no dormir, no comer y soportar las migrañas posteriores por ella. Siempre da millones de veces más lo que quita. GRACIAS.
VIAJES, LUGARES, VIDA
De 2017 me llevo, por y para siempre, Praga. En Praga (donde estuve en mayo y en diciembre) probé los trdelník, escribí poesía en un muro, me quedé embobada contemplando desde las alturas el Puente de Carlos y paseé -un violín por banda sonora- por algunas de las zonas más verdes de la isla de Kampa. Atravesé la calle más estrecha del mundo, me morí delante de la catedral gótica más preciosa que he visto en la vida y aprendí a decir prozím y dekuji y a contar en coronas checas. Comí en la taberna que frecuentaba Mozart cuando vivía en esa ciudad que es arte pasado y presente, y escribí más poesía que en los últimos diez años juntos. Praga es una fuente de inspiración que no había esperado porque está viva mucho más allá de la apariencia primera de imán para el turismo de saco-foto-y-me-voy; porque tiene identidad propia, porque se valora y se muestra en su exhuberancia desnuda de pretensiones, porque está rodeada de naturaleza y de arquitectura y de cementerios y de agujas.
De 2017 me llevo el lujo que es haber pisado Finlandia en su centésimo aniversario. Cuando puse mis pies en el país que más anhelaba conocer el año pasado, supe que debía regresar. Una y otra vez. Que ya no era sólo ese sueño futuro que sigo teniendo de llegar a construir o comprar mi propia casa de madera para veranear junto a un lago y a sus mosquitos, sino que iba a ser vital volver allí con frecuencia siempre, a poder ser todos los años, para encontrarme a mí misma como sólo puedo hacerlo en un lugar que me comprende así. Me llevo, decía antes, el Raskasta Joulua y la Navidad discreta y cálida de Helsinki, la Plaza del Senado blanca de nieve, el cementerio de Hietaniemi lleno de velas encendidas y farolillos y banderas el día del centenario; me llevo el café Regatta y su chocolate, las casitas de Puu-Vallila y mi rincón favorito de Töölö: esa parte del lago que está pegada al Jardín de Invierno desde la que se ven los tejados más importantes de la ciudad (Catedral Luterana, iglesia de San Juan, Museo de Finlandia, Estación de Tren...) por detrás de la maravillosa Villa Kivi. Me llevo mi kiitti, al señor que nos dio una charla finlandesa y surrealista en la parada de tranvía aquella noche, y la alegría de haber compartido tiempo allí con dos grandes amigos. Me llevo el piso de Sami, con su sauna y todas las cosas turbias que aparecían en los armarios; me llevo siempre la comida deliciosa de Carelia, los Moomins en cada esquina, los paseos por Esplanadi, una nueva velada sin Jussi en The Riff y los almacenes rojos de Porvoo.
Me llevo Escocia como no la conocía hasta ahora: con los paisajes naturales más espectaculares que he visto, con sus débiles cascadas en rincones inesperados, sus montañas de un verde resplandeciente y esos lagos en calma. Me llevo Eilean Donan, la isla PRECIOSA de Skye (qué bien nos lo pasamos en esa casa-caravana junto al mar), las Three Sisters con su glaciar tapado por la niebla, las ovejas y vacas que no dejaban avanzar y la falta de alimentos de Elgol.
Me llevo Inglaterra, que es siempre un placer; con su Londres apurado y maravilloso, con su Salisbury y ese campanario al que nos subimos con el guía más simpático del país; con lo extraño que es otear lugares como Stonehenge con tus propios ojos y lo gratificante que es poder decir: "Yo he visto las piedras". Me llevo mi bosque, mi Sherwood Forest, al que había soñado siempre con peregrinar y en el que estuve con motivo del Robin Hood Festival (no podría haber encontrado ocasión mejor); a él regresaré siempre en mis sueños y ojalá muchas más veces de forma física, y en él volveré a reír y a emocionarme y a pasear y perderme por las zonas que nadie visita.
Me llevo el norte de Portugal, ya que la vida me ha permitido visitarlo y pasearlo. Me llevo, de forma especial, Oporto; no me conquistó a la misma velocidad que lo hiciera Lisboa en 2016, pero me fascinó una vez que descubrí su forma particular de belleza. Me llevo sus librerías de segunda mano, aquel café en una casita con patio trasero, la comida siempre satisfactoria del país vecino y mis chapurreos ridículos en su lengua. Me llevo la visita a Lello e Irmão, la preciosidad que es tener delante la Torre dos Clérigos y aquella tienda de conservas que parecía un cuento de hadas. Me llevo el miedo que nos daba cruzar el puente de Eiffel y lo bien que lo hicimos; la fachada del Majestic, donde al final no entré pero adonde seguro que vuelvo.
Me llevo San Martín de Valdeiglesias y la Comunidad de Madrid. La vida me ha devuelto este curso a Galicia y no tengo ni idea de si será de forma permanente o si cualquiera de estos cursos regresaré al lugar que ha sido mi casa durante cuatro años; lo que está claro es que ya no sé estar allí sin sentir que una parte de mí siempre será de sus calles, de su gente, de esa identidad abierta y desapegada que lo hace tan único.
San Martín no me lo puso fácil durante la primera mitad de 2017. Me llevó a lugares donde pensaba que no iba a estar después de unos cuantos años de trabajo y me hizo extrapolar problemas específicos de aquel lugar a la profesión en sí; problemas que me sigo planteando y que seguiré teniendo que abordar en el futuro. Me hizo recordar todas las cosas que no me gustan del trabajo como docente y que NADA tienen que ver con el aula y el alumnado; aquello que está evolucionando, a mi parecer, a peor y que ensucia nuestra profesión. 2017 ha sido un año de dudas, de pensar muy en serio si seguir o no por este camino; a día de hoy, debido a las circunstancias de mi contrato actual, es algo que está en pausa pero no resuelto.
Lo bonito de ello es que trabajé muchísimo en San Martín, que me puse a prueba en muchas ocasiones y aprendí a gestionar situaciones en las que no sabía moverme. Aprendí a sacarles hierro a las conductas ajenas y a las mías propias, a pisar un poco más fuerte mi territorio y a saber cuándo es mejor asentir con la cabeza y después hacer lo que me dé la gana.
Me llevo Galicia y la forma en que la estoy redescubriendo desde que empecé a vivir en Mondoñedo; la Mariña Lucense, que es el lugar más bonito de España, y todas las cosas buenas (y malas) que tiene la gente de aquí. La tranquilidad con la que he regresado y el nivel de paz al que sé que he llegado cuando me doy cuenta de que puedo ser feliz en cualquier sitio, independientemente de las posibilidades de ocio que ofrezca.
Me llevo el haberme sacado de encima pesos sociales; el haber aprendido a decir NO cuando se trata de compromisos absurdos, el estar priorizando(me) e ignorando las opiniones que puedan manifestar (y que, de hecho, manifiestan) los de alrededor, el haber dado puerta a algunas personas que me estaban envenenando y no me aportaban nada positivo, que sólo estaban cuando les convenía.
Me llevo a mí, más pulida y más auténtica cada vez; más tranquila conmigo misma, más tranquila con el mundo en sus cosas buenas y malas porque sé que el cariño es la clave.
PROPÓSITOS PARA 2018
1. Hacer ejercicio. Pero YA. De forma rutinaria. Este curso tengo tiempo porque trabajo pocas horas y debo aprovecharlo para mejorar(me). Siempre hago algo, pero necesito un horario fijo que cumplir. Seguramente me marcaré una horita por las mañanas antes de ir al colegio, ya que al final aprovecho poco ese tiempo.
2. Organizarme, en general. Soy un desastre: me marco horarios que no cumplo, cambio de actividad todo el tiempo porque mi mente se va por ahí de paseo, rompo mis propias promesas... Esto me viene fatal para estudiar (y para casi cualquier cosa que quiera hacer) y no me interesa. Siempre es bueno que haya momentos de ruptura de la rutina, pero para que eso se valore positivamente debe existir dicha rutina.
Me he hecho una pequeña lista de cosas para las que quiero sacar tiempo y estoy trabajando en la jerarquía: algunas deben quedar en espera porque no son prioritarias y otras necesitan mucho más tiempo. Os enseño algunas:
-LEER
-ESCRIBIR
-(APRENDER A) TOCAR EL BAJO
-ESTUDIAR
-APRENDER FINÉS
-VER PELÍCULAS Y SERIES
-REALIZAR VIAJES Y EXCURSIONES
-HACER EJERCICIO
-ELABORAR MATERIALES PARA MIS UNIDADES DIDÁCTICAS
-GRABAR ALGÚN QUE OTRO VÍDEO PARA YOUTUBE
-SEGUIR PUBLICANDO EN EL BLOG A MENUDO (no me voy a marcar una periodicidad fija)
-COCINAR
3. Seguir encaminando mi estilo de vida hacia la sostenibilidad. En los últimos años, he mejorado mi alimentación y he adoptado hábitos de cara al consumo responsable. Eso sí, me queda MUCHO camino por recorrer. Quiero reducir mis posesiones materiales (me agobian), pasarme a la copa menstrual (ya me la he comprado y todo), utilizar cada vez menos bolsas de plástico y consumir alimentos de casa y lo menos tratados posible. En realidad, hay muchas pequeñas acciones que quiero poner en práctica pero sé que debo ir paso a paso. Una gran inspiración está siendo la web de Sandra: http://minimalistlife.es.
4. En la misma línea de organización y minimalismo, quiero dejar la multitarea (o, al menos, reducirla). Finlandia también me está enseñando que es mejor concentrarse en una cosa cada vez, en lugar de dividir la atención; no creo que consiga llegar al nivel de simplicidad finlandés, pero al menos voy a trabajar por acercarme un poquito. Este año he participado en muchos proyectos con el blog y redes sociales (el último, #VisibilizaciónEnLaLiteratura); los he disfrutado mucho, pero creo que toca calmarse un poco.
5. Como siempre, seguir viajando; escaparme sola, escuchar idiomas ajenos, aprender palabras, aprender convenciones que no son las mías. Tengo TRES proyectos de viaje para 2018 (uno es muy breve y aquí al lado, pero tengo muchas ganas de volver a ese sitio) y espero que salgan adelante. El segundo es bastante ambicioso y puede que se quede en menos, pero el mero hecho de tenerlo en modo boceto me tiene muy ilusionada.
Viajar te cambia, te mejora siempre y te hace más flexible y abierto. Amplía muchísimo tus perspectivas, te hace relativizar tus propias ideas y te ayuda (al menos, a mí) a tener actitudes más positivas hacia el mundo y hacia cosas que te costaba asimilar.
6. Seguir leyendo mucha poesía (2017 ha sido genial), seguir incluyendo el gallego en mis lecturas y leer a más mujeres. En realidad, tengo muchos libros en casa que aún no he leído y llevan años pendientes y me gustaría reducir esa lista en vez de seguir aumentándola todo el tiempo.
7. Escribir más. Lo de siempre, y espero que si mejoro mi organización esto se sume solo.
8. Meditar. Empecé hace unos años con la meditación y el breathwork y no he seguido. Creo que me va a venir bien retomarlos de cara a la gestión del estrés, que siempre está presente en mi vida.
9. Revisar esta lista de vez en cuando, pero con calma. La vida no se puede planear. Los propósitos deben ser una guía para recordarnos lo que es importante para nosotros, pero en ningún caso nos debe amargar o agobiar alcanzarlos. Los objetivos dejan de ser algo bueno cuando sólo nos importa llegar a la meta.
Si alguien ha aguantado una mínima parte de toda esta chapa: GRACIAS; a mí se me ha hecho infernal releerla para editar (y debería hacerlo de nuevo, pero me da toda la pereza).
Quiero desearos un 2018 lleno de tranquilidad. Para mí, ésa es la verdadera fuente de la felicidad: cuando estamos tranquilos con nosotros mismos y con quien somos, todo mejora; incluso cuando el mundo nos parece una locura y sabemos que hay mil cosas que arreglar. El cambio empieza en y desde uno mismo.
¡Feliz 2018!
Me llevo Big Little Lies, con su mensaje de sororidad tan bien narrado y ejecutado. Me llevo Alias Grace, con esa Sarah Gadon imposible de olvidar y con la fuerza y desgarro de lo que saqué de ella al final.
Me llevo a "los Javis" (Javier Ambrossi y Javier Calvo) con su Paquita Salas y con lo maravilloso que me dan cada vez que aparecen por la academia de OT; son todo corazón.
Libros y cómics: Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, La Semilla del Diablo de Ira Levin, El Hombre Invisible de H.G. Welles, La Memoria del Agua de Emmi Itäranta, Escribir y Borrar de Ada Salas, Las Personas del Verbo de Jaime Gil de Biedma, Station Eleven de Emily St. John Mandel, La Tumba del Tejedor de Seumas O'Kelly, La Educación del Estoico de Fernando Pessoa y Orange de Ichigo Takano; también mi retorno a Saiyuki y su universo, que me han ayudado INFINITO a soportar las peores cosas de este año y a crecerme en ellas.
No me voy a detener en las novelas porque ya he hablado bastante de ellas en entradas anteriores, así que os cuento que ha sido un gran año en cuanto a poesía y, además de Gil de Biedma y Ada Salas (a los que ya amo), me llevo a Alejandra Pizarnik, a Daniel Faria y a varios otros autores que he descubierto pero cuyas obras todavía tengo a medio leer.
MÚSICA Y CONCIERTOS
Todos los años monto un vídeo con mis temas más escuchados de acuerdo con Last.fm, así que os lo dejo aquí directamente:
Lo único que me gustaría añadir es que, pese a todo, el artista del año para mí ha sido Hallatar. La conexión emocional que he experimentado con su música se compara a pocas y ha sido una revelación de carácter espiritual.
Me llevo toda la banda sonora de La La Land, la música eterna de HIM y el maravilloso disco de Counterfeit como las joyas absolutas del año.
En cuanto a conciertos, es difícil expresar lo impresionante que ha sido 2017. Tener delante de mis narices a X Japan es, además de un milagro (dada su historia), un privilegio: el sonido de esos señores en directo es lo mejor que he escuchado nunca y el cariño que les tengo a todos y cada uno de ellos no se mide; verles ha sido un regalo tras tantos años amando la música japonesa y siguiéndolos a ellos por separado. Poder ver a KORN y a The 69 Eyes fue increíble e inesperado y me quedo con la energía de Jonathan Davis y la sensualidad de Jyrki69. El Download Festival, con todos los grupos que me puso delante (mención especial siempre a Apocalyptica; pero excelsos Mastodon, System of a Down, Gojira, 5 Finger Death Punch, Opeth...), fue una pasada a pesar de suceder entre trabajo y oposiciones, con sus consiguientes viajes de un lado a otro de mi querida Comunidad de Madrid y con la falta de horas de sueño pertinente; NO ME ARREPIENTO DE NADA. Estar a dos metros de Tom Dickins escuchándole cantar, aunque no fuera en sí un concierto ni interpretara su propia música, es algo que no esperaba y que me ha resultado casi tan insólito como lo de X Japan; me llevo de por vida su luz, su sonrisa y su voz que me abrazaba las costillas al meterse entre ellas. Tener a HIM, mi grupo favorito, dos veces delante de mis narices después de haberles visto sólo en una ocasión hace casi diez años ha sido increíble y triste y maravilloso; me he hartado de cantar, bailar, llorar, sonreír. Me llevo mi primer Raskasta Joulua, que ojalá inicie escuela porque me encantaría poder asistir a muchos otros y sentir que de verdad es Navidad frente a mis personas favoritas de Finlandia.
La música es uno de los grandes motores de mi vida y me sigue demostrando siempre que vale la pena no dormir, no comer y soportar las migrañas posteriores por ella. Siempre da millones de veces más lo que quita. GRACIAS.
VIAJES, LUGARES, VIDA
De 2017 me llevo, por y para siempre, Praga. En Praga (donde estuve en mayo y en diciembre) probé los trdelník, escribí poesía en un muro, me quedé embobada contemplando desde las alturas el Puente de Carlos y paseé -un violín por banda sonora- por algunas de las zonas más verdes de la isla de Kampa. Atravesé la calle más estrecha del mundo, me morí delante de la catedral gótica más preciosa que he visto en la vida y aprendí a decir prozím y dekuji y a contar en coronas checas. Comí en la taberna que frecuentaba Mozart cuando vivía en esa ciudad que es arte pasado y presente, y escribí más poesía que en los últimos diez años juntos. Praga es una fuente de inspiración que no había esperado porque está viva mucho más allá de la apariencia primera de imán para el turismo de saco-foto-y-me-voy; porque tiene identidad propia, porque se valora y se muestra en su exhuberancia desnuda de pretensiones, porque está rodeada de naturaleza y de arquitectura y de cementerios y de agujas.
De 2017 me llevo el lujo que es haber pisado Finlandia en su centésimo aniversario. Cuando puse mis pies en el país que más anhelaba conocer el año pasado, supe que debía regresar. Una y otra vez. Que ya no era sólo ese sueño futuro que sigo teniendo de llegar a construir o comprar mi propia casa de madera para veranear junto a un lago y a sus mosquitos, sino que iba a ser vital volver allí con frecuencia siempre, a poder ser todos los años, para encontrarme a mí misma como sólo puedo hacerlo en un lugar que me comprende así. Me llevo, decía antes, el Raskasta Joulua y la Navidad discreta y cálida de Helsinki, la Plaza del Senado blanca de nieve, el cementerio de Hietaniemi lleno de velas encendidas y farolillos y banderas el día del centenario; me llevo el café Regatta y su chocolate, las casitas de Puu-Vallila y mi rincón favorito de Töölö: esa parte del lago que está pegada al Jardín de Invierno desde la que se ven los tejados más importantes de la ciudad (Catedral Luterana, iglesia de San Juan, Museo de Finlandia, Estación de Tren...) por detrás de la maravillosa Villa Kivi. Me llevo mi kiitti, al señor que nos dio una charla finlandesa y surrealista en la parada de tranvía aquella noche, y la alegría de haber compartido tiempo allí con dos grandes amigos. Me llevo el piso de Sami, con su sauna y todas las cosas turbias que aparecían en los armarios; me llevo siempre la comida deliciosa de Carelia, los Moomins en cada esquina, los paseos por Esplanadi, una nueva velada sin Jussi en The Riff y los almacenes rojos de Porvoo.
Me llevo Escocia como no la conocía hasta ahora: con los paisajes naturales más espectaculares que he visto, con sus débiles cascadas en rincones inesperados, sus montañas de un verde resplandeciente y esos lagos en calma. Me llevo Eilean Donan, la isla PRECIOSA de Skye (qué bien nos lo pasamos en esa casa-caravana junto al mar), las Three Sisters con su glaciar tapado por la niebla, las ovejas y vacas que no dejaban avanzar y la falta de alimentos de Elgol.
Me llevo Inglaterra, que es siempre un placer; con su Londres apurado y maravilloso, con su Salisbury y ese campanario al que nos subimos con el guía más simpático del país; con lo extraño que es otear lugares como Stonehenge con tus propios ojos y lo gratificante que es poder decir: "Yo he visto las piedras". Me llevo mi bosque, mi Sherwood Forest, al que había soñado siempre con peregrinar y en el que estuve con motivo del Robin Hood Festival (no podría haber encontrado ocasión mejor); a él regresaré siempre en mis sueños y ojalá muchas más veces de forma física, y en él volveré a reír y a emocionarme y a pasear y perderme por las zonas que nadie visita.
Me llevo el norte de Portugal, ya que la vida me ha permitido visitarlo y pasearlo. Me llevo, de forma especial, Oporto; no me conquistó a la misma velocidad que lo hiciera Lisboa en 2016, pero me fascinó una vez que descubrí su forma particular de belleza. Me llevo sus librerías de segunda mano, aquel café en una casita con patio trasero, la comida siempre satisfactoria del país vecino y mis chapurreos ridículos en su lengua. Me llevo la visita a Lello e Irmão, la preciosidad que es tener delante la Torre dos Clérigos y aquella tienda de conservas que parecía un cuento de hadas. Me llevo el miedo que nos daba cruzar el puente de Eiffel y lo bien que lo hicimos; la fachada del Majestic, donde al final no entré pero adonde seguro que vuelvo.
Me llevo San Martín de Valdeiglesias y la Comunidad de Madrid. La vida me ha devuelto este curso a Galicia y no tengo ni idea de si será de forma permanente o si cualquiera de estos cursos regresaré al lugar que ha sido mi casa durante cuatro años; lo que está claro es que ya no sé estar allí sin sentir que una parte de mí siempre será de sus calles, de su gente, de esa identidad abierta y desapegada que lo hace tan único.
San Martín no me lo puso fácil durante la primera mitad de 2017. Me llevó a lugares donde pensaba que no iba a estar después de unos cuantos años de trabajo y me hizo extrapolar problemas específicos de aquel lugar a la profesión en sí; problemas que me sigo planteando y que seguiré teniendo que abordar en el futuro. Me hizo recordar todas las cosas que no me gustan del trabajo como docente y que NADA tienen que ver con el aula y el alumnado; aquello que está evolucionando, a mi parecer, a peor y que ensucia nuestra profesión. 2017 ha sido un año de dudas, de pensar muy en serio si seguir o no por este camino; a día de hoy, debido a las circunstancias de mi contrato actual, es algo que está en pausa pero no resuelto.
Lo bonito de ello es que trabajé muchísimo en San Martín, que me puse a prueba en muchas ocasiones y aprendí a gestionar situaciones en las que no sabía moverme. Aprendí a sacarles hierro a las conductas ajenas y a las mías propias, a pisar un poco más fuerte mi territorio y a saber cuándo es mejor asentir con la cabeza y después hacer lo que me dé la gana.
Me llevo Galicia y la forma en que la estoy redescubriendo desde que empecé a vivir en Mondoñedo; la Mariña Lucense, que es el lugar más bonito de España, y todas las cosas buenas (y malas) que tiene la gente de aquí. La tranquilidad con la que he regresado y el nivel de paz al que sé que he llegado cuando me doy cuenta de que puedo ser feliz en cualquier sitio, independientemente de las posibilidades de ocio que ofrezca.
Me llevo el haberme sacado de encima pesos sociales; el haber aprendido a decir NO cuando se trata de compromisos absurdos, el estar priorizando(me) e ignorando las opiniones que puedan manifestar (y que, de hecho, manifiestan) los de alrededor, el haber dado puerta a algunas personas que me estaban envenenando y no me aportaban nada positivo, que sólo estaban cuando les convenía.
Me llevo a mí, más pulida y más auténtica cada vez; más tranquila conmigo misma, más tranquila con el mundo en sus cosas buenas y malas porque sé que el cariño es la clave.
PROPÓSITOS PARA 2018
1. Hacer ejercicio. Pero YA. De forma rutinaria. Este curso tengo tiempo porque trabajo pocas horas y debo aprovecharlo para mejorar(me). Siempre hago algo, pero necesito un horario fijo que cumplir. Seguramente me marcaré una horita por las mañanas antes de ir al colegio, ya que al final aprovecho poco ese tiempo.
2. Organizarme, en general. Soy un desastre: me marco horarios que no cumplo, cambio de actividad todo el tiempo porque mi mente se va por ahí de paseo, rompo mis propias promesas... Esto me viene fatal para estudiar (y para casi cualquier cosa que quiera hacer) y no me interesa. Siempre es bueno que haya momentos de ruptura de la rutina, pero para que eso se valore positivamente debe existir dicha rutina.
Me he hecho una pequeña lista de cosas para las que quiero sacar tiempo y estoy trabajando en la jerarquía: algunas deben quedar en espera porque no son prioritarias y otras necesitan mucho más tiempo. Os enseño algunas:
-LEER
-ESCRIBIR
-(APRENDER A) TOCAR EL BAJO
-ESTUDIAR
-APRENDER FINÉS
-VER PELÍCULAS Y SERIES
-REALIZAR VIAJES Y EXCURSIONES
-HACER EJERCICIO
-ELABORAR MATERIALES PARA MIS UNIDADES DIDÁCTICAS
-GRABAR ALGÚN QUE OTRO VÍDEO PARA YOUTUBE
-SEGUIR PUBLICANDO EN EL BLOG A MENUDO (no me voy a marcar una periodicidad fija)
-COCINAR
3. Seguir encaminando mi estilo de vida hacia la sostenibilidad. En los últimos años, he mejorado mi alimentación y he adoptado hábitos de cara al consumo responsable. Eso sí, me queda MUCHO camino por recorrer. Quiero reducir mis posesiones materiales (me agobian), pasarme a la copa menstrual (ya me la he comprado y todo), utilizar cada vez menos bolsas de plástico y consumir alimentos de casa y lo menos tratados posible. En realidad, hay muchas pequeñas acciones que quiero poner en práctica pero sé que debo ir paso a paso. Una gran inspiración está siendo la web de Sandra: http://minimalistlife.es.
4. En la misma línea de organización y minimalismo, quiero dejar la multitarea (o, al menos, reducirla). Finlandia también me está enseñando que es mejor concentrarse en una cosa cada vez, en lugar de dividir la atención; no creo que consiga llegar al nivel de simplicidad finlandés, pero al menos voy a trabajar por acercarme un poquito. Este año he participado en muchos proyectos con el blog y redes sociales (el último, #VisibilizaciónEnLaLiteratura); los he disfrutado mucho, pero creo que toca calmarse un poco.
5. Como siempre, seguir viajando; escaparme sola, escuchar idiomas ajenos, aprender palabras, aprender convenciones que no son las mías. Tengo TRES proyectos de viaje para 2018 (uno es muy breve y aquí al lado, pero tengo muchas ganas de volver a ese sitio) y espero que salgan adelante. El segundo es bastante ambicioso y puede que se quede en menos, pero el mero hecho de tenerlo en modo boceto me tiene muy ilusionada.
Viajar te cambia, te mejora siempre y te hace más flexible y abierto. Amplía muchísimo tus perspectivas, te hace relativizar tus propias ideas y te ayuda (al menos, a mí) a tener actitudes más positivas hacia el mundo y hacia cosas que te costaba asimilar.
6. Seguir leyendo mucha poesía (2017 ha sido genial), seguir incluyendo el gallego en mis lecturas y leer a más mujeres. En realidad, tengo muchos libros en casa que aún no he leído y llevan años pendientes y me gustaría reducir esa lista en vez de seguir aumentándola todo el tiempo.
7. Escribir más. Lo de siempre, y espero que si mejoro mi organización esto se sume solo.
8. Meditar. Empecé hace unos años con la meditación y el breathwork y no he seguido. Creo que me va a venir bien retomarlos de cara a la gestión del estrés, que siempre está presente en mi vida.
9. Revisar esta lista de vez en cuando, pero con calma. La vida no se puede planear. Los propósitos deben ser una guía para recordarnos lo que es importante para nosotros, pero en ningún caso nos debe amargar o agobiar alcanzarlos. Los objetivos dejan de ser algo bueno cuando sólo nos importa llegar a la meta.
Si alguien ha aguantado una mínima parte de toda esta chapa: GRACIAS; a mí se me ha hecho infernal releerla para editar (y debería hacerlo de nuevo, pero me da toda la pereza).
Quiero desearos un 2018 lleno de tranquilidad. Para mí, ésa es la verdadera fuente de la felicidad: cuando estamos tranquilos con nosotros mismos y con quien somos, todo mejora; incluso cuando el mundo nos parece una locura y sabemos que hay mil cosas que arreglar. El cambio empieza en y desde uno mismo.
¡Feliz 2018!
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