martes, 16 de octubre de 2018

Dir en Grey y la importancia de la pasión

Cuando pienso en la palabra pasión, el primer recuerdo que acude a mi mente es una frase condenatoria. Estudié en un colegio de monjas y la directora del mismo nos daba Religión en 3º o 4º de la ESO. Era una mujer peculiar, de aspecto severo y formas algo toscas (una vez casi me tira de una "palmadita" en la espalda, por no mencionar otras situaciones que prefiero olvidar). Una monja de las que se creen en una posición de inmunidad moral. 
Tenía una compañera de clase que se besaba con su novio en el pasillo del colegio. Que a mí me fastidiara porque el chico me gustaba no hizo que me resultase menos intrusivo que, un buen día, nada más llegar a clase, la monja se dirigiera a la chica por su nombre y le dijera delante de todos que "la pasión no dura".

La fuente etimológica más próxima de pasión la encontramos en el latín: passio-passionis, mismo origen de palabras como pasividad, paciencia o patíbulo. Se supone, aunque no todos los estudiosos del tema están de acuerdo, que a su vez el término latino es un calco del griego pathos, que tiene que ver con el sufrimiento y el padecimiento; no es de extrañar que también de esta raíz hayamos sacado palabras como compasión o que al previo a la crucifixión de Jesucristo se le llame "la Pasión".

Todas las pistas apuntan a que la pasión es lo contrario de actividad y de voluntad, a que se trataría de una emoción pasiva en el sentido de que no somos dueños de ella y no podemos provocarla ni controlarla.


Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

John Keats, Oda a una urna griega


Aristóteles utilizaba el término pasión con connotaciones negativas, ligado a tendencias y hábitos perjudiciales. 

Santo Tomas distinguía el apetito racional del apetito sensible (la pasión), que incluye todas esas inclinaciones y deseos que nos nacen solos y son libres de cualquier restricción moral o racional: el amor, el odio, la alegría, la tristeza, el miedo, el deseo sexual... 

Para Nietzsche, pasión es sinónimo de virtud y abrazar la pasión es abrir camino hacia el superyo y hacia la verdadera felicidad humana. En Así habló Zaratustra, hace ver que toda pasión, incluso las negativas como la venganza o la envidia, se tornan virtudes al aceptarlas y dejarlas vivir. También Freud consideraba que negar u oprimir las propias pasiones conduce a la infelicidad y la autodestrucción.

Mónica Cavallé habla de cómo nuestras ideas racionales suelen remar en dirección contraria a aquella que toman nuestros deseos y pasiones: como si nuestra mente y nuestro cuerpo tuvieran ideas distintas de lo que es bueno para nosotros.

Mi filósofo actual predilecto, Byung Chul-Han, comenta en La agonía del Eros que vivimos en una sociedad de proyectos y la propia naturaleza de la misma mata la posibilidad de la pasión. Si todo lo podemos y todo lo planificamos y organizamos, si cuando conocemos a alguien realizamos un contrato verbal o asumido de cómo ha de funcionar la relación, si pautamos cada una de nuestras experiencias, no existe cabida para el amor pasional, porque la pasión es lo contrario al control.

Hay quien opina que filosofía y poesía son polos opuestos e irreconciliables, pero nadie ha definido la pasión como Shakespeare. Primero, a través de sus versos arrebatados. Después, por medio de toda suerte de afirmaciones solemnes en boca de sus narradores y personajes, como ésta de los Trabajos de amor perdidos

¡Cómo! ¡Todos los deleites son vanos; pero el más vano es aquel que, adquirido con pena, no rinde sino pena, como investigar penosamente sobre un libro en busca de la luz de la verdad, mientras esta verdad, en el propio instante, ciega pérfidamente la vista de su libro!

O esta cita de Hamlet inolvidable:

¡Todo esto es realmente apariencias, pues son cosas que el hombre puede fingir; pero lo que dentro de mí siento excede todas las exterioridades, que no vienen a ser sino atavíos y galas de dolor!


La pasión, además de incontrolable, abrasiva y crónicamente enjaulada por los sistemas morales que configuran nuestro mundo, es móvil. Se expande por nuestro cuerpo desde el vientre hacia las extremidades y el cuello y la cabeza. Es una fuerza que, aunque sujetemos con bridas, se queda ahí burbujeando y nos intoxica.

La pasión es todo aquello que nos sale espontáneo. Todo lo que no diseñamos y todo lo que nos sorprende de nosotros mismos. Es lo que nos eleva. 


La primera vez que escuché Mushi, de Dir en Grey, me hirvieron todos los órganos del cuerpo. Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me aceleró el pulso. 

Pertenezco a lo que amo. Pertenezco a lo que me apasiona. 

Soy aquello que mi cuerpo y mi alma me gritan inconscientemente que soy.

Dir en Grey, por muchísimas razones e incluso bastantes de ellas racionales, es pasión en mi vida. Es verdad, es abrazar lo que soy, es abrirme en canal y sentir y sentir y sentir.

¿Te compensa, Beatriz, perder prácticamente dos días enteros por ir a Varsovia a verlos en concierto y regresar? SÍ, FUCKING SÍ, SIEMPRE. Porque llegar a una sala de conciertos y estar en tercera fila y morirte de sueño y de mocos y de dolor de oídos y de dolor de rodilla porque esa mañana te despatarraste en un aeropuerto, y que lleguen cinco señores con guitarras y te despejen cualquier duda sobre lo que eres es puta pasión. 

Y porque no hay nada que se anteponga al impulso, al momento en que el poema se escribe solo, a cuando besas sin darte cuenta, a los nudillos deshechos contra un cristal. SOMOS EL IMPULSO. Somos la pasión, la que no se esconde y no se coarta, la que no se niega a sí misma.

Y nos jodemos, joder. Nos ponemos cien mil reglas que nos esconden, que nos deprimen, que nos crean una ansiedad de caballo porque somos parte del mundo y debemos encajar. 

Y hay instantes, breves pero reales, en que todo eso se olvida y sólo existimos, desnudos con nuestra verdad y con nuestro amor latente entre las costillas, y jadeamos y gritamos y reímos con nuestra voz verdadera.

Y eso es Dir en Grey, y eso ha sido Varsovia, y eso es la Pasión: passio, pathos; pasividad (racionalidad apagada), padecimiento (sarna con gusto)

Y todo fue maravilloso y todo me hizo feliz, pero hubo un momento de verdad excesiva encima de ese escenario, un momento de carne viva en el que olvidé dónde estaba y que había gente a mi alrededor. Ranunculus, con su letra, su honestidad y su desnudez fue la definición misma de lo que para mí es la pasión:


Que dure o no es lo de menos, señora directora de mi colegio de monjas. Con lo insólito que es en este mundo sentir pasión verdadera y desvestida, el mero hecho de que esos momentos transitorios estén ahí es sagrado. Las emociones vivas son sagradas. La libertad es sagrada.
Y negarlo, o intentar apagarlo, es un síntoma de amordazamiento personal muy desagradable.

Queridos Dir en Grey, ojalá me apasionéis toda la vida.

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