domingo, 14 de octubre de 2018

[Domingo de Poesía] Si yo muriera joven

Hay poetas, y poemas, que dejan una marca imborrable porque nos tocan y nos encuentran. Hay voces que resuenan por más que pasen las generaciones. Hay genios.
Tengo mucho por descubrir todavía de Fernando Pessoa, pero ya me ha alcanzado y ya me ha fascinado.

El poema de hoy se corresponde con su heterónimo Álvaro de Campos, uno de los más interesantes.


ÁLVARO DE CAMPOS

Fotografía tomada de https://www.revistaarcadia.com

Fernando Pessoa, nacido en Lisboa en 1888, desarrolló más de setenta heterónimos como parte de su proceso creativo; no sólo creó poemas con distintas temáticas, ideologías y estilos formales, sino que además dio forma a las biografías y personalidades de estos poetas. Todavía hay críticos que opinan que nunca hemos conocido la voz propia de Pessoa, como si las personas tuviéramos una sola voz.

Álvaro de Campos nace en Tavira y se forma como ingeniero en Glasgow. Es un tipo moderno, cosmopolita, cercano en algunas cuestiones a Mário de Sá-Carneiro (poeta del que ya he hablado en el blog, gran amigo de Pessoa y fallecido muy joven): su pesimismo, su pasión y sus acercamientos al simbolismo y decadentismo facilitan la relación entre ambas figuras. De Campos también centra parte de su producción en el futurismo y la vida cada vez más mecanizada. Tabaquería, el poema más célebre de este heterónimo, es considerado una de las obras en verso más complejas del siglo XX.


SI YO MURIERA JOVEN

Si yo muriera joven,
sin poder publicar libro alguno,
sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
no se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
porque las raíces pueden estar bajo la tierra
pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera muy joven, oigan esto:
nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
de una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
ni procuré hallar nada,
ni hallé que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca la otra cosa).
Sentir calor y frío y viento,
y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.


¡Feliz domingo, y leed todos a Pessoa!

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