domingo, 15 de marzo de 2020

[Domingo de Poesía] ¡Oh, aliento! ¡Tú, invisible poema!

En este domingo de confinamiento, de escuchar las voces sabias, los versos fluyen solos y se imponen solos. 
Hay poetas que no necesitan presentación porque han trascendido y serán siempre cruciales para entender la poesía. Hoy le toca a uno de ellos, un constante en mi vida cambiante.

RAINER MARIA RILKE

Hablar de Rilke es hablar de pasión, de vocación feroz, de creación de un universo propio al margen del mundo real que detestaba.
Nació en Praga en 1875, hijo de matrimonio obrero que se separó cuando él tenía nueve años. Sophie, su madre (de origen judío), le obligaba a vestirse de niña tras haber perdido una hija. La relación que tenía con ambos progenitores era mala y por ello, cuando se mudó a Múnich para estudiar, modificó su primer nombre -René- por Rainer. Siempre consideró haber vivido una infancia triste.
En Alemania empezó a publicar sus primeros trabajos y a establecer algunas de las relaciones más importantes de su vida, como lo sería el romance con Lou Andreas-Salomé, escritora y discípula de Sigmund Freud; ella fue la musa eterna de Rilke, amiga después de amante y confidente hasta la muerte. Su vida empezaba a configurarse en el sendero que tomaría de forma continua: nomadismo, poesía y la ayuda económica de no pocas benefactoras. Con una llegó a casarse para descubrir que aquella vida no era para él.
Residió en París y viajó incansablemente por Italia, Rusia, Dinamarca, Suecia y Bélgica, entre otros. Sus posesiones en la capital francesa le fueron requisadas al estallar la Primera Guerra Mundial, que lo encontró de paso en Alemania. Aunque fue llamado a filas por el ejército austrohúngaro, consiguió librarse y duró poco tiempo en las trincheras.
La guerra lo había desgastado y decidió buscar refugio en Suiza, pasando por distintas residencias y terminando instalado en el castillo de Muzot, en Valais. A su relación con Marie Von Thurn Und Taxis, la anfitriona que lo había acogido, debe Rilke parte de la genialidad de su obra cumbre, Elegías de Duino. Sus versos se revelaban existenciales e intimistas. 
Enfermo de leucemia, pasó los últimos años entre París y Suiza sin dejar de escribir. Murió en 1926 habiendo compuesto su propio epitafio:

Rosa, oh contradicción pura en el deleite
de ser el sueño de nadie bajo tantos
párpados.

Sus obras poéticas más reconocidas son: Coronado de sueños (1897), El libro del peregrinaje (1901), Elegías de Duino (1923) y Sonetos a Orfeo (1923). En prosa destacan sus Cartas a un joven poeta


¡OH, ALIENTO! ¡TÚ, INVISIBLE POEMA!

¡Oh, aliento! ¡Tú, invisible poema!
Puro trueque jamás interrumpido
del propio ser y el espacio del mundo.
Equilibrio en el que rítmicamente me sucedo.

Onda única del mar
que paulatinamente soy;
tú, el más rico en reservas de los mares
posibles, pura ganancia de espacio.

Cuántos de estos puntos de los espacios
estuvieron ya interiormente en mí.
Algunos vientos son como hijos míos.

¿Me reconoces tú, aire, lleno aún de lugares
en otro tiempo míos? Tú, una vez, lisa corteza,
redondez y hoja de mis palabras.



¡Sed felices y quedaos en casa!

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