miércoles, 4 de marzo de 2020

Favoritos de enero y febrero


Aquí, como si nada. Como si no hubiera empezado enero decidida a escribir un montón de entradas para luego desaparecer por completo. 

Lo cierto es que he arrancado bien el año, con actitud renovada y sabiendo desvincularme de cosas que en ningún momento debieron tener poder sobre mi estado de ánimo. Estoy bien. A veces agobiada, a veces falta de aliento, pero bien. Tranquila conmigo. No enamorada del sitio donde vivo como lo estuve de Mondoñedo y Betanzos, pero lo suficientemente curiosa como para disfrutar del Ferrol que sobrevive y de la maravilla de alrededores de la zona.

Tengo la sensación de haber leído y visto muy poco en este primer bimestre del año, pero a la vez he conducido, volado y disfrutado mucho de amigos y experiencias. Así que una cosa por otra.

Os dejo aquí mis favoritos y lanzo al aire el deseo de volver a redactar con frecuencia. Quizá cuando finalice el puzle que me tiene absorta últimamente.


Vamos allá:


Películas


-Historia de un matrimonio (2019). Utilizar la baza del divorcio para hablar del amor resulta efectivo y emocionante en una cinta como esta, con grandes dosis de realismo y margen para una comedia que bordea el absurdo. Lo mejor de la película son las interpretaciones, sólidas y desnudas, cada una cautivadora sin eclipsar las demás. Hay muchas películas buenas sobre relaciones que terminan; en este caso, se hace tan fácil empatizar con ambas partes de la batalla legal que la reflexión llega sola.

-Jojo Rabbit (2019). Un bomboncito delicioso de película que pasa por mil géneros distintos sin detenerse demasiado en ninguno, realizando una parodia maravillosa y tragicómica del nazismo desde la perspectiva de un niño que tiene a Hitler como amigo invisible. El desempeño de los actores resulta excelente y cada uno aporta la pincelada principal de todas esas distintas películas que hay dentro de la película. Además, el trabajo de documentación es brillante y merece la pena analizar los detalles de muchas de sus escenas. Con un mensaje optimista y cálido, la clásica historia de resistencia judía parece casi nueva. A ver, VERSOS DE RILKE AL SON DE BOWIE: creo que la volveré a ver bastantes veces.

-Columbus (2017). Arquitectura emocional. Un recorrido por el paisaje interior de dos personajes que coinciden en un espacio olvidado, pero peculiar: la pequeña ciudad de Columbus (Indiana), sembrada de construcciones enmarcadas en la arquitectura moderna. Un sitio riquísimo pero desconocido, ignorado en su valor por quienes lo pueblan, perfecto marco para desarrollar relaciones paternofiliales complejas, irregulares, lacerantes. Es bonita, hipnótica, catártica.

-Parásitos (2019). Cuando vi el tráiler, allá por el estreno de O que arde, me llamó la atención de inmediato por lo extraño de aquel primer bocadito. Tardé meses en ir al cine, pero al fin lo he hecho y coincido con todo el mundo en que se trata de un peliculón. Desde una narrativa y unos personajes a priori sencillos y realistas, la historia cambia de género continuamente, sorprende sin parar y nos hace viajar por las miserias de familias que nada tienen que ver unas con otras pero comparten algunos momentos esporádicos de complicidad. Los pobres no son tan buenos, los ricos no son tan malos, cada uno hace lo que puede por sobrevivir a sus propios estándares. Desigualdad social como marco perfecto para una suerte de ópera rock que encuentra el desenlace en una escena estrambótica y casi absurda, pero a la vez magnética. Me gusta todo de Parásitos.


Libros


-Nordés, de Kike J. Díaz. Encontré este pequeño tebeo en la biblioteca de mi ciudad y tuve que llevármelo: la Torre dos Moreno de Ribadeo estaba en portada. Cuenta una historia muy sencilla, pero que hace ilusión si amas la villa lucense como lo hago yo. Y el hecho de que hable de escombros asesinos que se desploman desde dicha casona no había cobrado sentido hasta que, el otro día, paseando por allí, un trozo enorme de cristal se deshizo contra la calle delante de mis narices. Ojalá ser rica y devolverle el esplendor.

-MW, de Osamu Tezuka. A este manga hace mucho que le tenía ganas. En concreto, desde que vi la película protagonizada por mi Takayuki Yamada y por Hiroshi Tamaki. Es un cómic difícil de olvidar, peculiar en todos los aspectos posibles, histriónico e irregular. Con el estilo de dibujo infantil y redondeado característico de Tezuka (venía de Astroboy y ésta era su primera obra adulta), el guión no puede ser más descarnado, con escenas muy violentas y que en pleno 2020 siguen dejando mal cuerpo. El protagonista se presenta como un auténtico psicópata hipersexualizado que coquetea con el travestismo y en numerosas ocasiones nos preguntamos si Tezuka condena o defiende la homosexualidad, si reivindica o desprecia a las mujeres. Es un manga extraño, con personajes extraños, que hipnotiza por su osadía y a partir de la mitad se diluye, pero que deja huella. Ni los personajes, ni su relación tienen nada que ver con la versión ligerita de la peli; me habría gustado que Tezuka profundizara más en esta historia porque el planteamiento era una bastada. 


Series

-O sabor das margaridas (2018). Primera serie de la TVG con Netflix y me enganchó muchísimo. Protagonizada por María Mera, es la típica historia de una investigación que encierra más subtramas de las esperadas. Está ambientada en un pueblo cualquiera de Galicia y se transmite bien esa atmósfera de zona rural en la que todos se conocen demasiado. La trama no es especialmente sorprendente y me molestó un poco que todos los hombres de la historia fueran bestias asquerosas, pero a la vez muestra que cualquiera puede ser un monstruo. Mi interpretación favorita es, de lejos, la de Denis Gómez.



Música

Nightwish ha vuelto. Qué os voy a contar que no sepáis ya. Me muero por el disco, me muero por verles de nuevo, me muero por sentirme más yo en las letras de Tuomas que en mis huesos. 
Mis temas más rallados han sido:

-Noise, de Nightwish



-Indoctrination, de Alter Bridge



-everything i wanted, de Billie Eilish



-Love can only heal, de Myles Kennedy



-El resto de la discografía completa de Alter Bridge porque sigo muerta con ellos



Viajes, conciertos, cosas chachis


-Enero comenzó yéndome ¡CON MI HERMANA! a Valladolid, donde hacía años que no respiraba. Me hacía mucha ilusión regresar, especialmente con ella; además de la ya bienquerida Pucela, paseé por Simancas y me enamoré hasta las trancas de Urueña, Villa del Libro, un lugar calladito y modesto que hay que ir descubriendo a base de abrir puertas. Volveré, volveré, volveré.

-Uno de esos fines de semana ventosos y espantosos de por aquí, tuve la genial idea de ir a volar a O Barqueiro, donde nunca había parado pese a haber pasado varias veces con el coche; vi de nuevo la Estaca de Bares, me fascinaron los colores del pueblecito y salí por patas a pasar el resto del día a As Pontes porque allí no se podía aguantar.

-No sé si ha quedado claro, pero amo viajar y amo la música en directo. Gira europea de Dir en Grey ya parece que va a ser siempre sinónimo de escapada loca. En 2015 fue Londres, en 2018 fue Varsovia y esta vez ha sido Berlín. Berlín, junto a gente a la que quiero mucho y que comparte esta locura mía por abrirme las entrañas en la música de cinco personas que llevan en nuestra vida muchos años. Fue breve y me supo a poco. Era mi primera vez en Alemania tras toda una vida aguantando los constantes "En Alemania..." de mi padre, que hizo allí el bachiller y su vida joven. Berlín fue un poco mi padre y fue un mucho su propia ciudad, con un ritmo que no le pertenece a nadie y la vista clavada en el presente. Me gustó su gente, me gustaron sus sitios, me gustó lo que me hizo sentir. Quiero volver pronto.
Dir en Grey fue una bestialidad, como ya lo había sido anteriormente, pero más. Nunca había experimentado una performance de Kyo tan llevada al límite, al peligro de la propia integridad, a la caída libre. Pelos de punta, risas, fascinación absoluta. No sé explicar lo que viví aquella noche al este de Berlín, pero lo quiero en mi vida siempre. Arte elevado a la máxima potencia. Humanidad en pelotas.


-En febrero, tuve una experiencia religiosa un día cualquiera que cogí el coche sin rumbo y terminé en un pueblo cualquiera. Aparqué en Baamonde, en plena Terra Chá, y descubrí un jardín lleno de esculturas cuya puerta se abrió cuando se lo pedí sin demasiada convicción. Sin comerlo ni beberlo, había aterrizado en la Casa Museo de Víctor Corral, un artista peculiar cuya obra está repartida por muchas zonas de Galicia y España, y que me recibió de una forma tan cercana y atenta que deseé quedarme a vivir allí. El jardín y el interior están llenos de detalles y su obra convive con árboles de todo el mundo y con gatos amigables a los que les permite cincelar de vez en cuando. La escultura de Víctor Corral se siente viva, pero la compañía y palabras del artista son un verdadero bálsamo de paz en medio de la locura que es el mundo. Fue increíble, lo mejor de lo mejor.

-Hubo un fin de semana que me levanté sabiendo que no podía no irme de cabeza a Asturias. Echo de menos estar a tiro de piedra y necesitaba experimentarla de nuevo tras un tiempo. Pasé por mi Mondoñedo y por Ribadeo (aquello que comentaba de los cristales lloviendo desde la Torre dos Moreno); pero el objetivo era Asturias Occidental y allí me anclé, en Navia, pueblo efervescente y simpático donde los haya. Me dediqué a ver casonas de indianos y a subir escaleras en Cudillero, a amar el mar y a charlar con las personas más amables que me he cruzado en la vida, a dejarme llevar adonde me lo pidiera el camino, a tratar de atisbar la Estaca de Bares desde el Cabo Vidio. Volví a Luarca, contemplé la arquitectura más variopinta, comí demasiado y fui yo misma en todo instante.

-Iba a estudiar todo el Entroido, pero decidí darme un día y fue un acierto. Verín es un viejo conocido que siempre gusta, pero por la tarde tocaba aventurarse a la tierra sin reglas de Laza. Comimos en Souteliño, una aldea allí mismo, y nos enamoramos hasta las trancas de su gente y del ambiente en Casa Elena; ya sabemos que vamos a volver en 2021. La tarde fue una maravilla sorprendente escapando de latigazos y encontrando viejos conocidos de lo más improbables, sintiendo lo que es un Carnaval mucho más de pueblo que conserva la esencia. 

Otros sitios recurrentes de estos meses han sido Pontedeume, Monfero, Cabanas y Valdoviño, sitios que ya forman parte de mi día a día de manera tan normal que los siento míos. 


2019 había acabado un poco raro, con ansiedad por cosas de la vida inmediata y cierto pesimismo instalado en mi cabeza, pero el cambio de cifra ha sido mágico. Alter Bridge había comenzado el trabajo de despertarme y Alter Bridge sigue ayudando cada día a que me ponga en pie y vaya a por todas. 
Estoy optimista. Estoy viva, presente, tranquila con lo que logro y con lo que no llego a hacer, indiferente a la maldad de quienes sólo están para molestar. Enamorada de mis amigos y de mi independencia, de mis horas necesarias de soledad y de mis niños de cuatro años que me enseñan muchísimas cosas. De mi familia, de las ruinas de Ferrol, de la música que escucho y de cómo cada día entiendo más Galicia y me encuentro más en ella.

Deseo que vuestro año también haya empezado luminoso, abrigado, lento. Que no necesitéis mucho más que lo que os pone delante la vida. Que relativicéis. 

Un abrazo fuerte. Sed felices.

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