sábado, 21 de marzo de 2020

Música que sana


Es increíble cómo cosas muy pequeñas pueden modificar de forma radical nuestro modo de percibir el mundo. Esa conversación fortuita con un extraño te desmantela planes y creencias. El chaparrón en el momento justo hace que gires 180º la perspectiva con que estabas afrontando el día. Un cuadro te rompe a llorar y despierta en ti emociones que pensabas enterradas.

La música era, para Arthur Schopenhauer, la cumbre de la iluminación, un arte metafísico capaz de expresar en su desnudez y plenitud las pasiones humanas. La forma más elevada de contemplación y comprensión de nuestra naturaleza.

Si enumerara la cantidad de veces, a lo largo de mis más de tres décadas de vida, que la música ha supuesto un punto de inflexión; desde luego que no bastaría una sola cifra. La música es catarsis, es encontrarse a uno mismo. Y en ella me descubro continuamente, y a ella me aferro en momentos de crisis, y a ella recurro para aliviar la euforia. 

Pienso en un instante concreto, sentada con una amiga en una cafetería y desmoronándome de pronto en un discurso vulnerable y asustado, reconociendo que pagaría por no volver a pisar Ferrol. Y pienso en cómo, un par de semanas después, estaba aquí armada con un grado de paz interior inamovible. 

La música me había salvado una vez más. Me había devuelto al cauce, al estado natural de estar tranquila con quien soy y no poner mi propio autoconcepto en manos de nadie. Si no hubiera recibido el empuje de la música, no habría llegado en pie al mes de marzo. No estaría sólida para esta cuarentena. No podría levantarme cada mañana con ganas de vivir. 

Ayer, en una fase tan aterradora como la que estamos viviendo, desperté con trabajo nuevo de uno de los artistas que admiro. La forma en que, por descontado, todo un enfoque fue alterado sólo por ese gesto de amor desinteresado es imposible de medir; y me encontré en consonancia con cientos de otras personas curadas del mismo modo a través de unas cuantas canciones.

Música vendaje. Música motor. Música suero.



¡La música frecuentemente me coge como un mar!
Hacia mi pálida estrella,
Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea,
Yo me hago a la vela;

El pecho saliente y los pulmones hinchados
Como velamen,
Yo trepo al lomo de las olas amontonadas
Que la noche me vela;

Siento vibrar en mí todas las pasiones
De un navío que sufre;
El buen viento, la tempestad y sus convulsiones

Sobre el inmenso abismo
Me mecen. ¡Otras veces, calma chicha, gran espejo
De mi desesperación!

Charles Baudelaire

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