martes, 28 de julio de 2020

Simbiosis


Se lee el libro y después se ve la peli/serie. Ése es mi habitual orden a la hora de aproximarme a una historia, a menos que no piense leer el libro o que la versión audiovisual se haya colado por la derecha.

Byakuyakou llegó a mi vida hace un montón de años, ni siquiera sé a raíz de qué o cómo. No tengo ni idea de si conocía ya a los dos actores protagonistas (Takayuki Yamada, no me cansaré de repetirlo, es uno de mis seres vivos favoritos), de si había visto antes Tatta Hitotsu no Koi (ya que a Haruka Ayase la tuve que descubrir por uno de estos dos), de si sabía algo de la historia... Es que no lo sé. 
El caso es que, desde aquel 2006 inicial, lleva enquistado en mi corazón. Es un dorama diferente, oscuro, que cuenta sucesos terribles. Sus protagonistas son tóxicos, enrevesados; pasan por encima de todo y de todos. Claro, la tonta de las tragedias se enamora de ellas.

Tengo una anécdota al respecto de la adquisición de la novela en la que se basa el dorama: la encontré de pura casualidad en una web cuando vivía en Móstoles e hice el pedido, pero no recibí ningún correo de confirmación y cuando volví a mirar pensé que no había llegado a completarlo. Total, que me encontré unas semanas más tarde con dos tochales de casi seiscientas páginas por si con uno no me bastaba. Había deseado mucho leer el libro, pero no necesitaba copia.
Lo empecé ese mismo año (2015 o 2016), pero se fue quedando en un segundo plano hasta que procedí a ignorarlo por completo. ¿Causa? Que otros me hicieron ojitos, sin más.

El verano de 2020 parecía un momento especialmente propicio para regresar a una historia que me tocaba tanto. Para volver sobre los pasos de dos criminales que anteponen a todo su libertad. Quizá.
El caso es que Keigo Higashino es un maestro en lo que hace y en este año del Covid me he encontrado ante uno de esos libros que no se pueden soltar. Byakuyakou, o Journey Under the Midnight Sun, es un thriller policíaco, pero yo no lo he vivido como tal; curiosamente, no me ha enganchado menos por ser conocedora ya de cada giro.
Y es que hay algo interesante y que tiene todo el sentido en la adaptación de la historia al formato dorama: en lugar de seguir la misma premisa del libro y presentar episodios corales para que nosotros atemos cabos, lo que hace es lanzarnos de lleno todo el misterio desde el minuto uno. La serie carece de la intriga que es el motor del libro y en su lugar elige centrarse en la única pieza que Higashino deja fuera: explorar a los protagonistas.
Y es que la novela de Higashino, que tiene absolutamente todo que ver con los dos personajes que hacen avanzar el dorama (Ryouji y Yukiho), decide que no nos los va a presentar: nos permite verlos a través de la investigación y de los ojos de quienes se cruzan en su camino, de forma parcial y sesgada, pero nunca directamente. Y el dorama, la única versión de esta historia que yo conocía, lo que hace (decisión inteligente) es contárnoslo todo para darles sentido y profundidad.

Se lee el libro y después se ve la peli/serie. Así he actuado ante Byakuyakou en 2020, con el único matiz de que no era la primera vez que realizaba esa segunda acción. Aunque, a la luz de una novela que me ha apasionado, el dorama ha salido perdiendo; lo cierto es que en este caso creo que haberlo hecho al revés me habría robado la posibilidad de querer tanto la serie. No porque sea mala, sino porque tiene un tono muy diferente.

Los Ryouji y Yukiho de Keigo Higashino, que se bosquejan pero no adquieren nunca sombras ni colores, son personajes fríos. Todos los hechos y las escenas en las que aparecen de forma directa contribuyen a que el lector realice su retrato personal, pero en ningún caso nos dota para ello de pinturas cálidas: Higashino nos deja en la mesa azules, grises y verdes. Tal vez se le haya olvidado algún morado que casi pueda parecer granate, pero es morado. No hay justificación que valga ni sentimentalismos para hacerlos mejores: Ryo y Yuki son dos monstruos. Y la forma de construirlos es fascinante porque nos va dando piezas y nos deja la construcción del puzle a los demás: al detective Sasagaki, que los sigue durante veinte años; a las parejas y amigos que pasan por sus vidas sin verlos realmente; a los lectores, que recibimos una lista de hechos espantosos relacionados con ellos, y a ratos alguna pista sobre lo que llevan dentro.
Los personajes de Higashino se criaron en un entorno de abuso, pobreza y ausencia de lazos parentales sólidos. Y esa niñez los convierte en dos personas hambrientas de dinero y superioridad, gélidas, opacas. Los ojos de Ryouji son de un negro impenetrable, no muestran expresión alguna cuando empujan a alguien a su destrucción ni cuando su mano hace las veces de cenicero. Yukiho es la mujer perfecta: educada, bella, fuerte; una máscara. 

El dorama es un dorama, con su calidez y amabilidad; palabras que nunca pensé que le aplicaría, precisamente, a Byakuyakou. Pero es que, a su lado, la versión literaria es un témpano. La serie nos mete de lleno en las vidas y las decisiones de sus protagonistas y con ello elimina la posibilidad de que los descifremos nosotros. Escoge algunas de las pistas que Higashino dejaba en el libro para decidir cuál es su versión de Ryouji y Yukiho y la elección, a día de hoy, me resulta incompatible con la que yo misma he formado a raíz de leer el libro. Mientras que Yukiho se parece mucho a la femme fatale del libro (y tanto Haruka Ayase como Mayuko Fukuda -en la versión infantil- están perfectas en el papel), Ryouji es completamente diferente. El Ryouji fantasma de la novela da paso en la serie a un pelele que se deja mangonear y hace todo lo que Yuki le pide aunque desde el comienzo cada paso lo dé al borde de desmoronarse. Hay indicios suficientes para pensar que Ryo es la parte perdedora de una simbiosis irregular (la comparación de Yukiho con Scarlett O'Hara, el deseo de Año Nuevo, el cansancio que manifiesta él hacia el final del libro, el propio culmen), pero ninguno para creerlo débil o mejor que ella: el Ryo de la novela está podrido por dentro, no puede tener relaciones sexuales normales, odia cada paso que da; pero lo hace todo con precisión, no sabe ser otra cosa. Así que el dorama, una de mis grandes razones para haberme enamorado de Takayuki Yamada (que hace un buen trabajo, aunque hoy en día tampoco creo que sea de sus mejores papeles), en 2020 me decepciona en lo tocante a Ryouji.

La adaptación tiene aciertos: el elenco, contarlo todo de un plumazo para no ser un calco de la novela, la fusión de varias tramas para que entren en once episodios, la música... Cosas que ya no veré de la misma manera: a Ryouji, la investigación policial (no sé por qué el inspector es el único que en la serie habla en Kansai-ben y me da la sensación de estar ridiculizado por ello, tal vez sea sólo cosa mía), las múltiples motivaciones para cada acción de sus protagonistas (no las necesitan), que la mala sea sólo ella.

El dorama es un dorama y por tanto gira en torno a un sueño, a un motivo bonito que quiere justificar acciones horrorosas; muchas de las cuales necesitan de esa ayuda extra para encajar en la serie, ya que en su versión original no respondían a esa causa tan poderosa del dorama. El libro es realista y no ejerce de juez, simplemente nos pone hechos sobre la mesa y nos explica de dónde vienen; un entorno de mierda suele generar personas de mierda, y ya está.


Si Ryouji y Yukiho se querían, si era pura dependencia, si ella lo utilizaba, si él era en realidad el monstruo más oscuro... da igual para Higashino. Sólo importa esa simbiosis perfecta a lo largo de dos vidas que parecen no cruzarse jamás bajo el sol. Por eso el final de la novela es sobresaliente, porque aporta el toque perfecto a unos personajes que hemos ido rellenando nosotros; el final del dorama, en 2020, ya no lo compro.


Se lee el libro y después se ve la peli/serie. No sé. Yo pienso que ha sido mejor así: descubrí a dos actores que me encantan, me hinché a llorar, me inspiré. Y después ha llegado un plato fuerte que puedo disfrutar mejor de lo que lo habría hecho a los dieciocho porque valoro más ese realismo. 

Byakuyakou, de Keigo Higashino, es una novela fascinante y que uno no puede soltar hasta acabarla. Presenta a multitud de personajes secundarios y apenas habla de los protagonistas, pero con muy poco uno siente que los conoce bien a todos. Tiene una ambientación magistral en el Japón de los 70 hasta los 90 y sintetiza a la perfección muchos aspectos culturales, además de diferenciar muy bien el carácter de Tokyo y de Osaka. Habla de crímenes serios y de cómo funciona el cerebro de alguien que ha sido abusado de niño y se ha quedado inmerso en esa oscuridad. 

Byakuyakou, de la TBS, es un dorama duro, pero no frío. Sus personajes se autoconvencen de que tienen razones puras para destrozar a todo el que se cruza en su camino. La toxicidad y la manipulación son el motor de una relación que dura años, la única en la que ambos son honestos y se quitan la careta. Hace pensar en el Japón de los dobles rostros y en las sombras que se esconden en el patio trasero de una sociedad reprimida. Habla de un dolor sostenido en el tiempo y de heridas imborrables.


A veces, es mejor no comparar. Decirle a tu cabeza que lo deje de una vez, que no aporta nada. Que es mejor tomar las cosas por lo que son y valorarlas por separado; independientemente de qué versión se haya consumido antes.

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