sábado, 3 de octubre de 2020

May we meet again


De las infinitas despedidas de historias importantes que me esperan en la vida, no creía que tuviera fuerzas para ésta precisamente en 2020. 

Una serie que empezó a formar parte de mí en 2014 y se ha quedado hasta hoy carga de forma inevitable con el peso de haber estado a través de las etapas más cruciales de mi desarrollo como adulta. 2014-2020 son los años en que más he crecido, aprendido, cambiado y aceptado quién soy. También son años de muchísimos tropiezos, regresiones, frustración y desencanto conmigo misma.
De lo que no me cabe duda es de que 2014 es el punto más significativo de mi evolución personal y de que 2020 acarrea cambios definitivos.

Cuando se estrenó The 100 (estreno al que acudí rápidamente siguiendo los pasos de Henry Ian Cusick, queridísimo Desmond de Lost), mi día a día transcurría en Parla, un municipio con muy mala fama pero gran corazón del Sur de Madrid. Había ido dejando atrás el período de adaptación a la vida lejos de casa y a un trabajo que todavía sigue causándome estrés; comenzaba a disfrutar de la libertad, a descubrirme como ser marcadamente independiente, a enamorarme de un sitio que ya es para siempre mi casa y mi familia: Madrid (lo diré cuantas veces pueda) como empujón en el momento justo.
Y, aunque The 100 se presentó como una suerte de Señor de las Moscas teen à la CW, seguí viéndola como mero entretenimiento con la determinación de dejarla al finalizar la primera temporada. Quién me iba a decir que no tardaría demasiado en darme la sorpresa más bestia que me he llevado con una serie que no prometía nada de nada.

Para 2015, cuando ya estaba instalada en Villaverde Bajo (mi primer piso sola, mis primeros viajes sola, un año de tranquilidad absoluta conmigo misma), The 100 tenía un trozo bien grande de mi corazón. Un final intrigante y potente de la primera remesa de episodios había traído detrás una segunda entrega excelsa (creo que sigue siendo mi favorita en muchos aspectos) y yo ya estaba fascinada con sus grandes preguntas.

En 2017 volví a Galicia tras un curso que me había dejado quemada de Madrid; ahí descubrí que a todo hay que darle respiros y que, aunque las cosas buenas de la capital (y eso que vivía a hora y cuarto de ella) me energizaban, el uso excesivo de un motor tan potente deja a una sin aliento (en Galicia también me sucede con su pausa y pesimismo, que me ayudan y sanan hasta que me empacho de ellos; supongo que ya no puedo tener sólo un hogar). 
Había sido una época de dudas sobre The 100, con temporadas irregulares pero que a la larga compensaban y maravillaban. 


La última época sería el tramo 2019-2020, años complicados para mí y para la serie. Aunque en Betanzos estaba feliz de la vida con el trabajo y todo lo demás, 2019 me trajo por la calle de la amargura en lo tocante a las oposiciones y concluyó depositándome en un Ferrol que me fue un poco hostil. El curso 2019-2020 es lo más incómodo que he vivido en un colegio y de este presente año y sus cosas no hace falta ni que os hable; si me pongo más específica, llevo un tiempo atravesando etapas complicadas con el miedo (compañero de vida), la autoestima y la ansiedad.
En The 100, estos dos últimos años han sido desafortunados; no diría que terribles, ya que hay muchísimos aspectos rescatables e incluso geniales, pero sí flojos para lo que se espera de un cierre.

Cuando hago revisión del final de la serie desde la posterioridad, no puedo evitar suspirar: ¡lo tenían, estaba bien! Con esta conclusión en mente, lo que falla es todo lo que ha llevado a ella: Sanctum como trama, Sheidheda, momentos muy fuera de personaje de sus protagonistas, la introducción de demasiados arcos no relevantes que no condujeron a nada. Sólo necesitaban enfoque, buenos guionistas y un showrunner que no fuera un imbécil.
El final en sí, ¡jolín!, supone una gran despedida para la serie, para Clarke, para las preguntas abiertas desde la temporada 1. Pero qué pena que se haya llegado a él de esta manera. Lo más grave de todo, por encima de las incoherencias y la falta de profundidad: la hostilidad hacia algunos de sus personajes más queridos. La ausencia de un cierre satisfactorio para Bellamy es una espina que me temo que nos llevaremos todos (feísimo, en serio), pero que además no haya habido ni una mínima referencia a personajes tan importantes como Jasper, Kane, Lincoln... Pues en fin.
Lo vimos en Game of Thrones: cuando detrás de un producto potente están unos señores que se endiosan y creen por encima de todo, no acaba bien. El amor de Jason Rothenberg por su historia murió hace tiempo y creo que de alguna forma pensaba que lo podía disfrazar contratando a Alycia Debnam-Carey para aparecer caracterizada de Lexa, pero sin ser Lexa. Anda y vete a la mierda, Jason.


De The 100 me llevo, no obstante, muchísimas cosas. Me llevo las sorpresas, sus grandes temas de humanidad y redención, la infinita gama de tonos y colores de cada temporada. Me llevo la valentía de dar el peso del liderazgo a las mujeres, la originalidad de sus lenguas e indumentarias, la improbabilidad de su gran desarrollo a partir de un origen mediocre. 
Y me llevo para siempre el amor por sus personajes. Por Clarke, ejemplo de sacrificio y resiliencia, una líder nata capaz de colocarse una y otra vez al borde del precipicio por su gente. Por Raven, el personaje más fuerte de la serie, siempre salvando el día, siempre luchadora a pesar de sufrir como nadie. Por Octavia, desde la adolescente rebelde que por fin era libre hasta Bloodreina, pasando por su entrenamiento con Indra y cerrando de la mejor manera un arco de desarrollo redondo y tremendamente interpretado. Por Monty con su corazón gigantesco, por Jasper en la luz y en las sombras, por una Emori rechazada que encontró la familia que buscaba, por un Bellamy no siempre bien escrito pero alma misma de la historia. Por Lexa como cara de la justicia, la compasión y la voluntad. Por Indra, por Kane, por Harper.
Por John Murphy, mi absoluto favorito desde cuando todo el mundo lo odiaba y el personaje con la evolución más satisfactoria y bien plasmada en general; si algo me hace feliz del final, es saber que a Murphy lo trataron justamente, le permitieron crecer, encontrarse a sí mismo y sí: redimirse.

De la escena de la playa con la que finaliza The 100 extraigo muchos pensamientos y seguiré dándoles vueltas un tiempo. Me duelen algunas ausencias y entiendo otras. Me emociona profundamente alguna presencia con la que no contaba. Me apena, pero me parece poético, el destino que les espera. Pienso en lo que representan esas personas de la playa en contraste con el Arca y aquellos cien jóvenes enviados a probar la habitabilidad del planeta. Y me gustaría volver a ver las dos últimas temporadas guionizadas con un mejor enfoque.
Pero está bien. Se le perdona. Puedo atar esos cabos en mi cabeza. Puedo ser justa con Bellamy y con Lexa. Puedo guionizar a la Clarke real que no hace cosas que Clarke nunca haría. 
Puedo volver a los grandes momentos de una serie apasionante que llegó a mi vida cuando por fin me iba encontrando y que se va en un momento de desequilibrio y nueva búsqueda (creo que le llaman crisis de los 30). Puedo permitirle que me sirva de inspiración para seguir siendo fuerte, para enfrentarme a lo que me asusta, para volver a dar conmigo y estar en paz.


The 100, may we meet again.

1 comentario:

  1. It is a very informative and useful post thanks it is good material to read this post increases my knowledge
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