jueves, 10 de febrero de 2022

Los héroes inesperados: una oda a Yuzuru Hanyu


Es posible que esto no sea generalizable porque no todo el mundo está tan apegado como lo estoy yo a mis héroes de la adolescencia. La cosa es que, si me preguntan, mis cantantes favoritos siguen siendo mayormente los mismos, los autores que me llegaron al corazón entonces siguen estando entre mis más queridos y ninguna película jamás podrá anteponerse a El Cuervo.

Hay matices, claro. Podría empezar a enumerar títulos y artistas que amo locamente y llevan en mi vida mucho menos tiempo, y no acabaría en el día de hoy. Seamos sinceros.

Sin embargo, para mí hay ciertas efigies inamovibles, ocurra lo que ocurra. Rurouni Kenshin. Hyde. L'Arc~en~Ciel. Dir en Grey. Los tres mosqueteros. El Señor de los Anillos, el de Tolkien y el de Peter Jackson. Las canciones de Tuomas Holopainen. HIM...

De patinaje artístico sobre hielo he hablado bastante en este foro, aunque hace años que no lo hago con la dedicación y profundidad de las primeras veces. (Hoy en día me resulta cómico releer aquellas entradas en las que básicamente me quejaba del robo de una medalla; el mundo no ha cambiado nada). Al igual que en todas las otras parcelas de cosas que me apasionan, en el patinaje tengo mastodontes que van a estar siempre en el lugar que llevan años ocupando. Podría hablar de Plushenko, de Yuna Kim, de Sasha Cohen, de Johnny Weir, de Stephane Lambiel, de Mao Asada

Y el caso es que, de forma específica en el terreno del patinaje, hubo un momento en que pensé que los héroes ya eran aquellos. Para Vancouver 2010, con Plushenko muy cerca de la retirada definitiva y la mayoría de la gente que seguía a unas olimpiadas más (tirando por lo alto) de dejar la competición, lo veía ya en el pasado. Había muchos patinadores a los que había seguido durante años y poca gente que fuera a permanecer mucho más tiempo en el rink. Las caras nuevas me costaban (me cuestan) y quería detener el tiempo para que Daisuke Takahashi no lo dejase nunca. 

Y en ese contexto, en un NHK Trophy liderado por Daisuke, aparece un chaval que se me antoja el protagonista de un shounen manga con sus rasgos infantiles y aquella actitud afable pero determinada. Un crío que me deja patidifusa con saltos perfectos de manual y una sensibilidad que se equipara a la de mis patinadores favoritos. Hasta recuerdo hablar con amigas de lo fascinada que me había dejado, uno de esos talentos que saltan a la vista y que más vale recordar porque una sabe que el futuro promete gloria.

Yuzuru Hanyu. En plena época de llorar retiradas presentes e hipotecadas, cuando pensaba que en breve el patinaje ya no sería lo mismo para mí, aparece un héroe.

Y de Yuzuru no puedo decir nada que no (se) haya escrito ya, pero si una idea tengo clara es que no ha habido jamás un patinador como él. Ninguno, ni siquiera los más grandes, que a día de hoy son unánimes al respecto. 

Un chico humilde, que entrenaba en Sendai como tantos otros y pensó en dejarlo alguna vez. Un joven que encarnaba los mejores valores de la mentalidad japonesa (la perseverancia, el pelear por los sueños, la dedicación y la disciplina) y los traducía en el hielo con una garra y un sentimiento que no tienen imitación. Un atleta cuya popularidad fue como una erupción, que de la nada se había comido con patatas a todo el mundo y encandilaba al público global. Alguien convertido en un estandarte en su país de origen, ídolo de nuevos y viejos patinadores, una persona con muchísima presión a sus espaldas, lo cual no siempre ha jugado a favor de un desempeño constante y estable. Un patinador que, en sus peores programas, sigue dejando con la boca abierta.

Yuzuru lo es todo: es la delicadeza de Takahashi o Weir, con la precisión de Plushenko y la velocidad y clase de Lambiel. Es todos esos ingredientes mejorados a una potencia que no se ha visto ni posiblemente se verá. Porque el patinaje está cambiando y volviéndose cada vez más exigente, demandando períodos más cortos de competición dado que un atleta de 25 ya no puede estar a la altura de uno de 16; sin embargo, hay un algo, un pellizco, una cuestión de comunión absoluta con el hielo que ni se puntúa, ni tiene fecha alguna de caducidad. 


Hoy ha sido un día memorable y Yuzuru ni siquiera ha puesto un pie en el podio. Ha sido un día de disfrutar de grandes programas, de gente que ha realizado un patinaje impecable. Huelga hablar del nuevo campeón olímpico, Nathan Chen (aunque me parece aberrante otorgar una medalla a alguien que va vestido así en este deporte), y de los dos japoneses medallistas: un increíble y muy prometedor Yuma Kagiyama y un siempre delicioso Shoma Uno. Hay que mencionar también a otros patinadores que fueron un regalo en el hielo, como Jason Brown o Junhwan Cha. Pero la Historia viene por otro lado, viene de un enfoque totalmente distinto: Yuzuru Hanyu, que en 2022 ya lo ha conseguido todo y es mayormente reconocido como el mejor patinador de todos los tiempos, no necesitaba un podio; quizá le habría hecho sentirse bien alcanzarlo, pero no era ese el objetivo. Encabronado con aportar a su deporte algo más que las medallas, Yuzuru llevaba dos años entrenando solo en Japón, lejos de su entrenador y trabajando sin ese apoyo tan importante, con el único objetivo de aterrizar un cuádruple axel en competición: el primero de la historia. 
Hoy Yuzuru Hanyu ha hecho justicia a esos dos años y a todos los anteriores de trabajo, ha arriesgado el todo por el todo para conseguir el objetivo tan bestia de aumentar un giro al ya de por sí complicadísimo triple axel. Y, mientras hablaba con la prensa tras la competición, le han dado la noticia de que efectivamente se había certificado la realización de dicho salto, aunque infrarrotado y con un error de recepción; y la mezcla de sorpresa y alivio han sido evidentes en su rostro aun con una mascarilla cubriéndolo. 

Hoy Yuzuru Hanyu, sin oro, ni plata, ni bronce, ha vuelto a demostrar por qué es el rey del hielo. Por qué es una de esas figuras que aparecen cada tantísimo tiempo que son totalmente insólitas. Por qué él ES la encarnación misma del deporte que ama y que revaloriza cada vez que lo practica. 


Yuzuru Hanyu tiene veintisiete años y me hace sonreír el hecho de ser capaz de notárselos en la cara. Sigo viendo ese mismo rostro redondeado e infantil, pero hay algo en su expresión y en su ceño que denotan que ya no es el chiquillo que me sorprendió en 2010. Hoy he pensado en aquel primer momento, que recuerdo tan bien, y en todo lo que me ha ido dando a lo largo de los años. En su deliciosa y amistosa rivalidad con Javier Fernández, en programas tan inolvidables como el Chopin que pude ver con mis propios ojos en Barcelona en 2015. En su maestría, en su elegancia, en cómo además de todo eso lo que siempre ha traslucido es que es una persona igual de bonita dentro y fuera de la pista. En cómo es por entero comprensible que admire y quiera parecerse a Park Jimin.
Y me sentía un poco triste porque sé que ya no le quedan muchas competiciones por delante, pero a la vez se me llenaba el corazón de orgullo por haberlo seguido desde el principio, como no he seguido a ninguno de mis grandes mastodontes del patinaje aparte de él.
Y pensaba en que, a veces, los héroes aparecen cuando ya no piensas que vayan a hacerlo. Cuando te estás despidiendo de una etapa preciosa y sientes que no va a haber otra a la altura. Cuando crees que estás demasiado mayor como para siquiera tener héroes.

Pase lo que pase, cumpla los años que cumpla, Yuzuru Hanyu es mi patinador. Y ojalá vengan otros que me sorprendan como él lo hizo y lo sigue haciendo, ojalá el deporte continúe a flote y se llegue a un sistema de puntuaciones que no obligue a sacrificar ninguna de sus partes fundamentales. Pero él... él es el deporte, y él es el héroe de esta historia.

 A él me lo llevo en el corazón de por vida y él es la imagen misma de mi amor por el patinaje artístico. 

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