jueves, 2 de marzo de 2023

Love song for a vampire


La vida. Beatriz, trece-catorce años, tímida e insegura. Aficionada al manga y a otras cosas que no interesaban a la mayoría de sus amigos. 

Me gustaría describir el primer encuentro, pero os prometo que no lo tengo muy claro. Creo que lo mezclo con el primer visionado de Rurouni Kenshin porque ambos ocurrieron por la misma época y en un lugar común. Vigo, piso de veraneo de mis padres, aquella salita improvisada mientras se hacían obras en el futuro salón.

Sí recuerdo el vídeo y los ojos. El vídeo: The Sacrament. Los ojos: los suyos. HIM estaba a punto de sacar Love Metal (2003) y aquella MTV pirateada que se emitía en las televisiones locales le hacía la promoción previa. A mí me impactaron varias cosas: el sonido del piano, los colores fríos que transmitían invierno, la mansión en el bosque. Y los ojos. Y la voz.

Tampoco recuerdo mucho de cómo les expliqué HIM a mis amigos de entonces, pero en un momento dado se asumía como parte de mí. Se me intenta escurrir una conversación con mi compañero Brais, guitarrista de su propio grupo, que se medio burlaba de "los finlandeses esos"; y se me desdibujan por completo los primeros pasos hacia Finlandia, Baudelaire, Poe y todas esas cosas que trajo consigo mi amor por Ville Valo.

En 4º de la ESO, hice un trabajo sobre mi grupo favorito y, aunque ya pululaba por mi vida L'Arc~en~Ciel, hasta estos días ha llegado la portada de lo que realmente hice; un retrato parcialmente calcado de Valo como primer bocado a unas cuantas páginas en las que me explayaba sobre el love metal y sus influencias.

En 1º de Bachiller conocí a Laura y, con ella, a su amiga gótica que también sabía de HIM, de Nightwish y de los grupos europeos que me empezaban a apasionar. Otra amiga se estaba relacionando con personas de gustos similares y yo compartía aquello a lo que había llegado sola pero que no podía quedarse confinado en mi cuerpo.

Con una compañera del instituto hablé una vez de HIM y me sentí tan personalmente insultada que nunca volví a intentarlo: tengo vívido el momento en que le explico que las letras de las canciones son una maravilla, me pregunta de qué van y le respondo que "amor y muerte unidos de forma intrínseca e indisoluble". Va la tía, y me replica: "Pues lo mismo que todos los grupos". En 2004, yo no sabía explicar la poesía y tampoco puedo hacerlo en 2023; pero, sin duda, debería haber puesto más de mi parte en aquella ocasión.


La primera vez que vi a HIM en directo fue en 2008. La vida había cambiado un poco. Había realizado mi primer viaje para asistir a un concierto (D'espairsRay 2007 en Fuenlabrada, never forget) y estudiaba en la universidad. Me iba sintiendo un poquito adulta y ya paladeaba las delicias de la libertad y el peregrinaje.

Fui a Madrid (mi primera visita a Madrid) con Mine y Aly, y algún día debería escribir largo y tendido acerca de mi historia con la primera y con su prima, que son y serán siempre el 50% de algo muy valioso. Aquel día de marzo hicimos cola, conocimos gente, nos dieron ataques de risa, se nos durmieron los pies y el culo y, por fin, al final del día tuvimos delante al grupo que me apasionaba. Lo recuerdo mágico, como debe serlo siempre el concierto de un artista que te agita. 

Pensando en retrospectiva, también fue un momento increíble para verlos. Acababan de publicar Venus Doom (2007), que hoy por hoy considero su disco más redondo, y la setlist incluyó auténticas obras de arte de ese álbum, como Sleepwalking past hope, Dead lovers' lane o Passion's killing floor. Me parece una locura haber presenciado esas canciones y aún más no poder recordarlas bien. Sí tengo presente cómo se me detenía el corazón cuando Valo cantaba: in my arms you won't sleep safely, pero no mucho más.

Dándole una vuelta al repertorio de ese momento, me explota el cerebro al darme cuenta de que sonó también It's All Tears (Drown in this Love). Qué locura.


No volvería a encontrármelos cara a cara (no volvieron a pisar España) hasta 2017, mi último año viviendo en Madrid, etapa vital muy distinta de la anterior. Qué felicidad al comprar las entradas, ¡había transcurrido una década! Hablar con gente de vernos allí. Planear llevarme conmigo a mi hermana, a quien "crié" a ritmo de love metal. Vaya jarro de agua fría cuando, unas semanas después de anunciar la gira, aclararon que se trataba de un tour de despedida, ya que se separaban como banda para hacer cosas distintas.

Así que les dije adiós, en la misma sala en la que los había visto en concierto por primera vez, llevándome conmigo a mi hermana como aquel padre que enseña las tierras que le lega a su hijo. Lo sentí como una misión cumplida a pesar del nudo en la garganta al saber que sería la última vez. En 2017 tocaron sus grandes himnos; tocaron Gone with the Sin, Join Me (in Death), Wicked Game, When Love and Death Embrace, Stigmata Diaboli... Tocaron su versión de Rebel Yell, con la que en su día me habían descubierto al amoriño que es Billy Idol

Salí de aquel concierto en medio de ataques de risa, que al cabo de una hora derivaron en un llanto desconsolado, para por la mañana concluir que: "Los cojones".

Me llevó sólo unos días localizar otra fecha del tour que me fuera bien y adquirir vuelos y entradas en reventa; a la vuelta del verano me planté un buen día en Praga para poder decirles adiós por segunda vez.

Para mí, este adiós en Praga fue catártico porque no se sintió tan adiós. Cuando les había visto en La Riviera, el público madrileño cantaba y lloraba y se desvivía en el directo. Europa siempre es otra cosa. Las audiencias con las que he coincidido en Polonia, Alemania, Finlandia... siempre me han resultado más serenas y a la vez respetuosas. Las voces de la gente no me impidieron oír la de Valo en Praga. El grupo habló más y se hizo entender mejor: era un adiós, pero no tenía por qué ser definitivo. Además, tenían proyectos en camino. Seguían siendo amigos. Estaban creativos, como se notó en la no poca experimentación que le metieron a las canciones. Me calmaron y volví muy tranquila a mi vida habitual.


2020. Narón. Cuarentena domiciliaria. Pertenezco sin duda a la minoría que recuerda con añoranza aquellos meses. No tener que ver a las gilipollas de mis compañeras del colegio. Gozar de horas y horas de no tener que cumplir con nada y poder dedicarlas a mí. A escribir. A leer. A volver a sumergirme en Rurouni Kenshin. 

Levantarme una mañana y encontrarme un heartagram coronando mis redes sociales. Nueva música, y no de la que Valo había hecho acompañando a The Agents en los tiempos posteriores a HIM, sino música marca Ville Valo. Marca heartagram. 

Valo, en cierto modo, fue mi cuarentena. Esa alegría y esperanza que trajeron sus canciones nuevas lo empañaron todo, incluso los momentos más distópicos y el miedo que daban las ristras de cifras que salían en la prensa.

Hacía tiempo que lo tenía pendiente, pero ese mismo año, viviendo ya en Fisterra por octubre o noviembre, ocurrió lo de la foto que encabeza esta entrada. Como no me gusta ser tan Doña Obvia, quería hacerme un heartagram sin hacerme un heartagram, y me acordé de mi primer concierto de HIM: la gira de Venus Doom. Sinceramente, es muy probable que cualquier día me acabe plantando un heartagram de verdad en cualquier otra parte del cuerpo, pero por lo pronto llevo a mi grupo grabado en la piel.


Obviamente, yo tenía que estar presente en la primera gira en solitario de este señor. Del señor que me ha dado Finlandia y a Billy Idol y a Annie Lennox y Suspiria y la poesía. Del señor que salió de su cuevecita en plena pandemia para hacerme feliz.

Y de Neon Noir (el disco, el concierto) puedo afirmar que es más intimista, que prescinde de los teclados que tanto caracterizaban a HIM y que destila sencillez y tranquilidad. Que su voz, y sus ojos, me llevan al mismo lugar mágico de siempre, a un paraje helado con figuras tétricas y runas aprendidas. Al abrazo del amor con la muerte. Que la palabra es, y ha sido siempre, poesía. 

Que el encuentro, esta vez tras seis años, me ha sorprendido dos décadas más vieja que aquel primero delante de la MTV. Ya soy otra persona, menos niña y más cargada de problemas, pero también más yo y más enamorada de las cosas que me hacen encontrarme. De HIM. De VV. De su Neon Noir, de su sonrisa mientras nos cantaba, de la humildad palpable en actos como dejar que cerraran el concierto, solos ante el aplauso, los músicos que iban con él. De lo mucho que nos seguimos pareciendo. De cómo me ha marcado. De cuánto de lo que soy se lo debo a él.


Amor de mi vida.


1 comentario:

  1. Nunca he llegado a tener pasión por la música, aunque haya discos y canciones que me hagan feliz y haya quemado hasta la extenuación, pero entiendo bien lo que te transmite Him al pasarme en este caso con varios escritores: son expresiones artísticas que nos acompañan siempre, que suponen algo en un momento de nuestra vida.

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