jueves, 21 de marzo de 2019

Poetas para respirar


Aprovechando el ineludible revolcón con el Día Mundial de la Poesía, se me ha ocurrido que bien puedo compartir y recopilar algunos de esos nombres que están para siempre en mi Hoy.
El año pasado, publiqué una lista de poetas fetiche que van conmigo allá donde me encuentre, y por fortuna dejé fuera a muchos y me he enamorado de otros en este tiempo. Tomaré el testigo y no los nombraré a todos; siempre hay que reservar algo para la próxima vez.

Hay voces que viven en mí y que resuenan en la mía. Y hoy es el día de rendirles culto.

Mi primer encuentro con Ada Salas fue fortuito. Una chica a la que seguía compartió una estrofa que me dejó sin respiración, y enseguida me lancé a comprar una antología. Escribir y borrar contiene tanto verso como prosa, y todo ello me pareció desnudo, honesto, movido por la pasión y la iluminación del que no escribe, sino que se deja escribir. Ada Salas es una de esas voces que marcan desde un silencio que contiene el universo.


Mira. Esto que ves
ha muerto. Y esto
que aún respira
morirá.

Hemos sido la luz.

Esto es lo que queda.


Jaime Gil de Biedma llegó a mí a través de otra blogger y es uno de los descubrimientos que más le agradezco a este medio. Hay algo en sus versos que no se puede olvidar, que se carga a la espalda. Ese humor casi suicida con el que se sepulta y nos sepulta se queda dentro. Esa vida que se respira en cada palabra y hace que estemos ahí y que seamos el poeta. Esa mirada amarga a lo que es uno y a lo que uno podría cambiar pero jamás cambia porque no quiere hacerlo. Gil de Biedma es sangre.


Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.


Y tortura es también la palabra que define las breves pero arrolladoras letras de Mário de Sá-Carneiro, ese poeta confinado a una existencia que no le representaba, esa voz que encontraba el acento justo para expresar de mil formas un único tormento y para transformar en belleza el vacío. Sus cadenas y su liberación eran la misma cosa. Y sus versos nos hacen testigos de esa lucha que no se podía librar.


Nada me expira ya, nada me vive –
ni la tristeza ni los bellos momentos.
Por no tenerlas y por nunca poder poseerlas,
me hastían incluso las cosas que no tuve.


Tantas cadencias. Tantas sensibilidades. Tantos timbres y jergas y vicios fónicos y percepciones de uno y del mundo. Tantos poetas encerrados en una misma pluma. Fernando Pessoa es algo distinto, es un milagro. Discutió tanto consigo mismo que nos enseñó a diferenciar todas nuestras voces. En su disociación identitaria, nos dividió en muchos y nos reconcilió con todos.


Y así escribo en medio
de las cosas no junto a mis pies,
Libre de mi propia confusión,
preocupado por cuanto no es.
¿Sentir? ¡Dejemos al lector sentir!


El último gracias de esta tarde se lo dedico a aquel muchacho terrible que violó la poesía de un modo casi imperdonable, que la ultrajó para siempre y la reclamó en propiedad. Arthur Rimbaud me fascina como persona, como poeta y como personaje. No creo que nadie nunca lo entendiera, ni creo que nadie nunca lo llegue a entender. Se nos escapa. Es libre de nosotros. Es libre de la poesía.


mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante
─¡pobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría,
¡oh Naturaleza!, tú que hiciste a estos hombres sanamente─,

hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, del incienso, de los grandes cálices de oro.



Le encomiendo la tarea a la yo de dentro de un año para contaros qué otros poetas me han hecho llorar y amar y sangrar. Y os invito a que os dejéis masacrar por estos y a que me permitáis ser masacrada por los vuestros.

¡Felices rimas!

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