sábado, 20 de julio de 2019

La sociedad de la transparencia: pornografía vs. Eros

En el siglo XVIII, Rousseau se planta ante el denominado teatro del mundo y le exige que se saque la careta, que se desnude y se deje ver en su verdad. Frente a una sociedad en continua interpretación, encuentra que la única respuesta moral es despojarse de los disfraces y mostrarse sin aderezo. Un único mandato de la moral puede suplantar a todos los demás, a saber, éste: nunca hagas ni digas algo que no pueda ver ni oír el mundo entero.
Esta perspectiva de Rousseau es, para el pensador Byung-Chul Han, una dictadura del corazón


La sociedad de la desnudez que demandaba Rousseau perseguía una realización moral. La sociedad transparente que Han halla en el XXI no responde a otro objetivo que el de recibir el máximo posible de atención.
En las apenas noventa páginas de La sociedad de la transparencia, el coreano es capaz de condensar gran cantidad de ideas acerca de la actual corriente de mostrarlo todo. 
La transparencia, que él asocia con el positivismo al carecer de sombras o de zonas ocultas, aparece totalizada y uniformada; traducida en la sobreexposición personal e íntima en las redes sociales y la exigencia de absoluta transparencia a aquellos que nos rodean, pasando por parejas, políticos y modelos de conducta.
La transparencia, para Han, elimina toda negatividad porque impide las fisuras informativas y expone a cada uno de forma pornográfica, sin obstáculo alguno entre el ojo y la imagen.
Cuando la transparencia es el parámetro de la misma vida, se elimina el valor cultual de las cosas. El culto sólo es posible cuando existe misterio, cuando el objeto es inaccesible. Sin embargo, en un mundo donde la información es absoluta e inmediata, resulta imposible admirar en forma de culto. Las cosas se exponen, son mercancía, y su única función es la de ser y aparecer ante el ojo. El propio rostro humano, al mostrarse sin otra meta que la de estar expuesto, ha perdido su valor cultual y se ha convertido en mercancía. Para Han, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. La coacción de la exposición nos arrebata la propia imagen en la muestra más palpable de la violencia de esta tiranía de la visibilidad.

Byung-Chul Han ve ante sí un presente que no es más que un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. La distancia se ha suprimido por completo entre observador y objeto, no existe demora. La sucesión tan veloz de eventos, imágenes y estímulos nos lleva a una pérdida de la narratividad, a una concepción del tiempo no como línea narrativa sino como sucesión de presentes sin jerarquía ni trascendencia.
Para Han, la negatividad es un elemento indispensable para que exista una positividad sana. La negatividad es la espera, es la ignorancia, es el velo. El alma humana necesita esferas de intimidad donde no sea vista y tiene derecho al secreto, que además es fuel para el amor y la pasión. Han cree que sólo lo muerto es totalmente transparente, y por ello cualquier relación transparente es un cadáver. El amor ha de nutrirse de rincones oscuros que permitan el juego, la intuición, la fantasía; y en una sociedad de desnudez completa no participa ninguno de esos elementos. Para Han, esto se expande al plano de los sentimientos, donde no admitimos emociones negativas y provocamos una nueva naturaleza de las relaciones: un arreglo de sentimientos agradables, un contrato que erradica la complejidad del encuentro verdadero entre almas. El amor se domestica y positiva como fórmula de consumo y confort.
Esta sociedad de la evidencia mitiga el apetito y la curiosidad. Fulmina el poder como elemento clave de toda relación (amorosa, sexual...) porque lo considera negativo y se transforma en una sociedad de la pornografía. Para Han, la igualdad contractual (en contra de las relaciones asimétricas) que promueve la sociedad de lo políticamente correcto desencadena el asesinato del Eros al no permitir el enigma ni la ambigüedad. Han toma como base la idea kantiana de que la imaginación se basa en el juego y éste depende de la imprecisión. Sin juego, sin imaginación, el placer es un cadáver.
Kant afirmaba que un objeto es sublime cuando supera toda representación, pero hoy en día el propio cuerpo está sobrerrepresentado, se muestra desnudo por puro exhibicionismo, en una exposición vacía reducida al mero estar expuesto. Se trata de una sociedad pornográfica donde todo se enseña para ser enseñado, donde no hay cabida para la erótica, que vive de la negatividad del obstáculo. 
La sociedad porno es una sociedad del espectáculo.

Han también habla de la aceleración a la que la transparencia nos somete. La cantidad incontable de información y de imágenes nos lleva a pasar por ellas sin detención, sin reflexión, sin que hagan mella en nosotros. No se da una narratividad con planteamiento y consecución, sino más bien una suma de sucesos sin significado. Perdemos la perspectiva y la capacidad de valorar los finales como metas, ya que al no poder narrar nuestros recuerdos (dictados por el exceso de documentación de los mismos) no encontramos sentido a las acciones.
El gran problema de esta tiranía de la intimidad reside en que llegamos a un ser humano, como aquel de la sociedad del cansancio, que se piensa libre pero en realidad es su propio captor: cada uno de nosotros se entrega voluntariamente a la exposición de la intimidad y del mismo modo todos caemos en el voyeurismo de las intimidades ajenas. Un voyeurismo acelerado, carente de significado. Un voyeurismo que es control sobre la intimidad del otro, al igual que el otro controla nuestra intimidad. Para Han, esto sólo es posible en una sociedad del ego en la cual todos somos narcisistas incapaces de delimitarnos del entorno y vivimos las realidades no por lo que son, no entregándonos a ellas, sino desde nuestro aislamiento y desde lo que reflejan en nosotros. 
El exhibicionismo es el asesino de la confianza, que para existir depende de aquello que no se sabe. Si lo sabemos todo de los políticos que nos gobiernan, si lo sabemos todo de nuestra pareja, no queda espacio para la confianza, puesto que esta existe en la negatividad de la ignorancia.

La sociedad transparente e hiperreal no permite la fantasía, el deseo, la poesía, el placer. La sobreexposición, la entrega gratuita e inmediata de lo que es uno llevan al aislamiento y la sospecha, al control y la antierótica. La luz de la verdad despoja al mundo de su carácter narrativo. Más información no es sinónimo de mayor verdad porque la verdad es de cada uno y depende de su capacidad para narrar su experiencia. Si lo obtenemos todo masticado y no queda margen para la intuición ni la narrativa, perdemos la capacidad de dar sentido a nuestras vidas.

El pensamiento no es transparente para sí mismo. El pensamiento no sigue rutas previsibles, sino que se entrega a lo abierto. La información lo encadena porque no le permite hallar sus propias sendas. 

Byung-Chul Han cree firmemente que la libertad es el arma de control más eficaz que ha existido nunca, ya que hace de nosotros actores y víctimas al mismo tiempo. Y la tiranía ejercida sobre uno mismo bajo la impresión de libertad es casi indestructible.

Aunque existen aspectos en los que no acabo de ver reflejada la realidad que yo conozco (creo que la hiperrealidad también es una careta), lo que es indiscutible es que la de Han es una voz poderosa y necesaria. Su capacidad para analizar de forma tan profunda la sociedad actual es inaudita y debe ser escuchada. Arroja esperanza sobre sitios en los que sólo hay transparencias vacías. Y la condensa en la sencillez más exquisita.

Ya he leído tres libros suyos y me declaro adepta. 

Buenas noches.

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