domingo, 7 de junio de 2020

Sorpresas - Rurouni Kenshin en 2020


Sorpresa es la palabra que más se ajusta a lo que he sentido volviendo a Rurouni Kenshin después de tanto tiempo. Había estado tan lejos de la historia que los detalles se me habían olvidado y muchos personajes se habían desdibujado un poco en mi cabeza. Haber llegado ahora, además, ha supuesto hacerlo con una perspectiva más rica sobre lo que es Japón a nivel sociocultural. Si le sumamos que me encontraba (y encuentro, y encontraré siempre) en plena resaca post-viaje allí y absorbiendo muchos conocimientos nuevos sobre la época histórica en la que transcurre el manga... 

Rurouni Kenshin en 2020 ha sido una sorpresa de las que valen la pena. Tengo una tendencia muy estúpida, derivada (creo) de la autoestima regulera, a hacer de menos las cosas que me gustan. Por ejemplo, amo este grupo pero en el fondo de mi cabeza hay una voz que dice: "En realidad no son tan buenos, es sólo que a ti te gustan y entonces te lo parecen". Y esta tendencia aplicaba a Rurouni Kenshin y seguramente siga aplicando porque, aunque pienso dedicar esta entrada a alabarlo como lo merece, al mismo tiempo me veo en la necesidad de empezar aclarando que es un manga shounen dirigido a adolescentes y que, aunque hay mucho más, como shounen funciona a la perfección y utiliza en todo momento los formatos y recursos del género.
Pero, como también mencionaba, va más allá. A la luz de la actualidad, no resulta complicado comprender por qué tuvo el peso que tuvo en su momento ni en qué maneras desafió el shounen de los 90 y 2000. En esta entrada voy a ser justa y amable conmigo misma (porque hablar de Kenshin es hablar de mí) y voy a destacar algunas de las sorpresas maravillosas que me he llevado volviendo a sumergirme en sus páginas:


1. Los personajes. Cuando una obra lleva tanto tiempo en tu vida, lo normal es que conozcas muy bien a sus personajes. Sin embargo, y aunque esto es cierto, también lo es que a varios de ellos los he redescubierto en el marco de una comprensión más completa de su contexto (el del argumento y el de la creación de la obra) y también en la distancia desde nuestro último encuentro. 

El primer caso sería el del propio Kenshin, personaje maravilloso que es el motor de la trama y se me ha revelado como protagonista consciente de que lo es, como hombre torturado por un pasado y sumido en una pofunda soledad, pero también dignificado y conducido con las maneras del que era samurái y tenía por tanto un estatus y un aplomo característicos; Kenshin carga con sus culpas, busca sus respuestas y se castiga por sus malas decisiones, pero también empuña su verdad con la cabeza alta y sin flaqueza. Lo que más recordaba del personaje eran esa bondad y candidez tan bonitas que tiene, pero se me había escapado la dignidad que lo envuelve.
En esta categoría podría incluir también a Kaoru y a Megumi, dos mujeres opuestas y que representan la juventud y la madurez, respectivamente y de acuerdo con los ideales nipones. Kaoru, con toda la fuerza y valentía con que la retrata Nobuhiro Watsuki, encarna en varias ocasiones el egoísmo y la flaqueza al dejar ver sus sentimientos de preocupación o tristeza; en contraposición estaría Megumi, siempre entera a pesar de esas mismas emociones. Esto es profundamente japonés y, aunque Kaoru aspira a madurar y a acercarse un poco más a Megumi, al mismo tiempo me ha gustado que ni la historia, ni el resto de personajes la valoren menos por ello. Kaoru, desde su dibujo tan expresivo (en esos ojos Watsuki es capaz de reflejar una gama enorme de sentimientos) y su impulsividad (relativa; hablamos de una japonesa), nunca deja de enamorarnos. Este tema es curioso porque, mientras que en ella es egoísta compartir lo que siente, Kenshin se desarrolla al revés: de callarse las cosas para él y no querer involucrar a nadie (un buen ejemplo es el viaje a Kyoto, marchándose a las bravas y después intentando por todos los medios librarse de Misao), a aprender a confiar en las personas que le quieren y compartir sus miserias. Aquí entran también los roles de género, pero los dejo para más adelante.
Por último estaría Houji, un personaje ambivalente que se manifiesta como fanático de Shishio pero que, en su fanatismo, toma decisiones que lo oponen a él. Nunca lo había encontrado tan fascinante como realmente lo es: un tipo pragmático, entregado a sus ideas hasta las últimas consecuencias. No sabemos su origen ni cómo llegó a Shishio; nunca se nos cuenta. Y no hace falta para entenderlo.

El segundo caso al que me refería lo representa claramente Sanosuke porque, aunque siempre fue un personaje absolutamente querido por mí, en esta relectura él ha sido mi gran descubrimiento. Su candidez, su honestidad, la forma en que aun siendo un bruto entiende perfectamente los sentimientos de los demás. Recordaba muy bien su amistad con Kenshin, basada en la confianza; pero no tanto el cariño que muestra siempre por Kaoru y cómo se preocupa por ella. Por supuesto, las relaciones con Megumi y Saito (con éste comparte el kanji de aku -maldad-) son una gozada de leer también.
En este sentido, hay dos personajes que con los años me gustan un poco menos: Yahiko y Misao. A día de hoy, los veo como clichés del género y, aunque siguen siendo interesantes y Watsuki los desarrolla muy bien (la evolución de Yahiko está maravillosamente narrada), a mí en lo personal se me hacen un poco pesados.


2. La Historia. No me refiero a hechos, que sí se mencionan varios con el suficiente detalle para entenderlos, sino a lo increíblemente bien que se traducen las señas de identidad de las dos épocas que marcan el manga: los años del Bakumatsu, con disturbios y asesinatos diarios; y el arranque de la era Meiji, primer paso hacia la Modernidad caracterizado por una crisis identitaria global y la resistencia de muchos al nuevo orden, así como un gobierno débil tratando de sobrevivir.
Todo el que me conoce un poquito sabe de mi interés (por épocas, obsesivo) por ese período y por el Shinsengumi. Todo nació con Kenshin. Sin embargo, en mi cabeza (reitero que tiende a menoscabar las cosas que me gustan), pensaba que Kenshin tan sólo me había dado unas cuantas pinceladas y lo demás había sido investigación personal (aquí me sobrevaloraba a mí). 
Me ha sorprendido, claro, encontrarme con una recreación buenísima de las dos épocas; con un estudio constante de la psicología del samurái caído, que ya no tiene razón de ser en la nueva era y no sabe cómo vivir en ella; con no pocas aportaciones de datos muy concretos y claros para entender qué pasó y qué está pasando sin necesidad de saber nada de antemano ni de investigar mucho más. 
Rurouni Kenshin es un gran manga histórico por lo que explica y por lo que deja ver mediante personajes como Jine Udo, Makoto Shishio o Isurugi Raijuta, por poner sólo tres ejemplos. Kenshin sería, en este sentido, la viva imagen del progreso, de un Japón que se sobrepone a los cambios tan radicales y encuentra un nuevo modo de existir. 
También en este sentido es muy interesante cómo Watsuki introduce elementos tecnológicos propios de esta época (que ya habían empezado a asomar en la anterior y para unos suponían la barbarie, mientras que otros como Ryoma Sakamoto los consideraban indispensables para reivindicarse como nación): los cañones, el tren (que no sale, pero sí se muestra muchas veces la estación de Shinbashi), el petróleo con el que planea Shishio erigir Japón en potencia mundial o su barco armado hasta los dientes. (En este sentido, Shishio recuerda a figuras como Nariakira Shimazu o el propio Ryoma). 
Por otro lado estaría la decadencia de las espadas (con la sakabatou como símbolo al tiempo que también representa la supervivencia, igual que Kenshin) y de otras artes como las relacionadas con los ninja, que aparecen recurrentemente resistiendo el embiste de la nueva época y de la prohibición, decretada en 1876, de portar sables (el golpe de gracia a la casta samurai).
Mientras releía Kenshin, estaba leyendo Samurai Assassins de Romulus Hillsborough y la coincidencia fue maravillosa porque me permitió enlazar muchos hechos y sobre todo admirar el buen trabajo de documentación de Watsuki.


3. En relación con el punto anterior, y aunque hay más personajes que entran en cada uno de estos grandes sacos, me resultan interesantísimas la saga de Kyoto y la batalla de Kenshin contra Shishio. Según las leía, les encontraba tantísimos matices a ambos personajes en relación con la época histórica que mi cabeza echaba humo como una tetera.
En su enfrentamiento, para mí, Shishio representa el Bakumatsu: una figura cuya misma existencia se da a contrarreloj y en llamas, un personaje aferrado con todas sus fuerzas a su Japón ideal, que es un Japón pasado, un Japón cerrado a los bárbaros, fuerte y estable en tanto en cuanto no tenía enemigos (porque no habían llegado). Y en realidad este ideario conservador (que no lidia con su orientación hacia el progreso, ya que él valora la necesidad de modernizar sus infraestructuras y piensa en la conquista de nuevos territorios) no deja de ser el estandarte del Ishin Shishi, que quería una nueva era partiendo de la abolición del shogunato, pero cuyas visiones de esa nueva era se basaban en expulsar a los extranjeros y hacer valer al Emperador. Es lo bonito del Bakumatsu: que no había derechas e izquierdas, no había conservadores y progresistas; ambos bandos tenían mucho de ambas cosas (y dentro de ellos había muchas opiniones y facciones distintas).
También dentro del contexto de este arco y de este encontronazo, Kenshin es la era Meiji: un gobierno de filo invertido, más débil pero garante de una realidad menos sangrienta, con una inquebrantable voluntad de vivir. Y, sin embargo, Kenshin también encarna el giri y los preceptos del Bushido con esa entereza y esa dignidad con que se conduce, respetando el honor y sin menoscabar en ningún momento las ideas y motivos ajenos. Kenshin es la justicia y la protección al débil, como el Bushido y como la Meiji, aun cuando la Meiji acuchillara el Bushido.

Y el Bakumatsu (Shishio, Battousai) terminó y se impuso la Meiji (Kenshin), una era en la que el filo de la espada ya no tenía que estar del lado del adversario.

Saito es el personaje más interesante en esta pelea de cambios, ya que se trata del superviviente del Shinsengumi, una policía armada del Bakufu que ponía a raya a los rebeldes. La gran máxima del Shinsengumi era que uno no podía abandonarlo bajo pena de muerte y, tras la derrota en la guerra Boshin y el arranque de la nueva era, las dos principales personalidades del grupo (Isami Kondo y Toshizo Hijikata) se mantuvieron leales a Tokugawa en resistencia armada hasta morir. Los desertores, que los hubo, bien tuvieron que huir y esconderse (como cuenta la leyenda que hizo Sanosuke Harada), bien fueron ajusticiados por el Shinsengumi. Saito, sin embargo, comenzada la nueva era, pasa a trabajar como policía para el nuevo gobierno e incluso participa en la extinción de la rebelión de Satsuma.
Con la poca información que nos queda (al menos, en inglés) de cómo razonaba él este "cambio de bando" (relativo, ya que Yoshinobu Tokugawa claudicó por sí mismo), sí es posible extraer de sus acciones una lealtad a sí mismo y al Shinsengumi incluso en la adhesión al gobierno Meiji; por eso el personaje, con su justicia personal y sus motivos casi siempre difusos, es una gozada y un gran acierto por parte del autor. Saito ha sido siempre y será siempre uno de los personajes que más quiero de Rurouni Kenshin.


4. Sin dejar la cuestión histórica, uno de mis episodios favoritos es el del Purgatorio (Rengoku), que así se llama el barco de guerra que Shishio planea hacer entrar en la bahía de Tokyo para sembrar el caos mientras sus hombres incendian la antigua capital imperial. Este capítulo es una referencia doble a dos de los momentos más interesantes y sonados del Bakumatsu: el ataque al Ikedaya y la batalla de Toba-Fushimi.
El ataque al Ikedaya es el suceso más famoso de la historia del Shinsengumi. Los rebeldes de Choshu se habían reunido en esta posada para planear el incendio del Palacio Imperial, de manera que pudieran secuestrar al Emperador para negociar con él el fin del shogunato y restablecer el orden en Kyoto. El Shinsengumi les atacó por sorpresa, masacrando a muchos, secuestrando a otros para interrogarlos y suponiendo una gran derrota para la facción de Choshu. No se sabe a ciencia cierta si el plan que se estaba trazando en el Ikedaya consistía sólo en el incendio del palacio o si en realidad pretendían quemar toda la ciudad (no sería tan raro; el daimyo de Tosa había propuesto anteriormente quemar Osaka como medida defensiva). En Kenshin, se acepta la versión más bestia como válida y Shishio propone a sus "diez espadas" que prendan en llamas Kyoto no como fin en sí mismo, sino para distraer la atención de sus oponentes mientras él echa su barco al mar.
El barco se refiere a Toba-Fushimi, una batalla que sigue a la abolición del shogunato por decreto imperial y que enfrenta a las tropas conservadoras del shogunato (Shinsengumi incluido) con ronin de Satsuma y Choshu. En realidad, esta batalla era una provocación de los imperialistas para acabar de hundir el Bakufu y resultó en la declaración de Yoshinobu Tokugawa como enemigo del emperador y en su huida desde el castillo de Osaka a Edo (Tokyo) a bordo de un barco de guerra. Esta huida fue contemplada por muchos de sus leales como un abandono, y a este sentimiento hacen referencia los personajes de Kenshin. La retirada de Yoshinobu fue su propio golpe de gracia (un seppuku político y existencial) y la victoria indiscutible de los rebeldes de la Meiji. Shishio utiliza este hecho que considera el símbolo absoluto del poder cuando decide zarpar desde Osaka en su buque Rengoku para entrar en la bahía de Tokyo abriendo fuego y causando una conmoción inmediata: esa aparición sería un reflejo casi perfecto de la llegada de los Navíos Negros que iniciaron el Bakumatsu y Tokyo se convertiría en la nueva Kyoto sangrienta de aquellos años.

Es bonito porque tanto Saito, como Kenshin y Shishio vivieron los dos acontecimientos originales. Y ahí están los tres, uno trazando planes y los otros desenmarañándolos. Este tipo de guiños son constantes a lo largo de la obra y reconocer muchos de ellos como nunca lo había hecho ha sido increíble.


5. La redención. Si existe un tema fundamental en el manga, es la redención. Se manifiesta a través de muchos personajes que han cometido errores y deben encontrar la forma de compensarlos: Megumi, Aoshi, Anji, Soujiro... La de Aoshi es mi curva argumental favorita porque amo al personaje y porque Watsuki fue lo suficientemente generoso para no sólo permitirle cerrar el arco sino a continuación asumir el papel de héroe en la historia.
Kenshin (como Japón) es un personaje que vaga hacia su redención y esta búsqueda comienza justo cuando termina Toba-Fushimi, cuando cae el Bakufu y la vieja era toca a su fin. Kenshin, asesino en las sombras a quien sus acciones le pesan demasiado, empuña desde entonces una espada con el filo en el lado equivocado para no volver a matar y se lanza a recorrer el mundo sin destino ni itinerario. Diez años más tarde, llega a Tokyo y decide quedarse un tiempo, establece lazos, empieza a formar una familia. La serie entera es un viaje a su psique, a cómo va procesando lo que le sucede y hasta dónde se permite. Cuando arranca la saga de Kyoto y Shishio se señala como un enemigo inevitable, Kenshin renuncia a todo, incluso a su vida, como buen samurái. Sin embargo, a través de su Hiten Mitsurugiryu, descubre que las formas de la nueva era ya no van por ahí, que el Bushido ya no dicta su vida, que la vida importa más que la muerte y que en la muerte no hay redención. 
Hay otro momento interesante, al finalizar la guerra contra Shishio, cuando todos juntos vuelven a Tokyo y Kenshin verbaliza sus sentimientos: "Estoy en casa". Sin embargo, y aunque así es como se siente, le siguen pesando los remordimientos y el miedo a involucrarse hasta el punto de involucrar. Traza una línea imaginaria por la que no reconoce en voz alta que piensa quedarse hasta que los hechos le obligan a ello: a explicar a fondo quién es y lo que ha hecho, a pedir ayuda, a aceptar que le han desafiado a una lucha en el lugar que ahora es su hogar y no puede llevarse ese reto a otro sitio. 
Es interesante ver estas tramas desde la óptica del Japón actual, un país donde el delito no afecta sólo a uno sino también a aquellos "responsables" de ese uno, y donde la reinserción es asunto complicado. Si Shishio y Kyoto obligaban a Kenshin a asesinar a su yo pasado movido por los impulsos de una era sangrienta, la saga del Jinchuu (referencia también muy bonita a uno de los lemas de los Ishin Shishi: tenchuu, justicia divina) es la muerte del vagabundo ya que, al alcanzar la redención, no es necesario volver a vagar. Cuando llega una nueva era, y tras el proceso de desorientación y búsqueda del nuevo Norte, uno se asienta, deja de vagar, mira hacia el futuro.
Kenshin tiene un arco precioso, escrito con un amor desbordante por el personaje y con una comprensión magnífica de sus motivaciones, miedos, remordimientos y máximas de conducta. 

Lo más bello de todo es el propio final, la respuesta que estaba delante de sus narices todo el tiempo: él mismo, ken (espada) - shin (corazón). La verdad que Kenshin descubre es que no puede renunciar a la espada porque él es la espada, pero que esa espada ha de blandirla por las razones adecuadas.


6. Las figuras literarias. Como toda buena obra japonesa (y más si es histórica), Kenshin está lleno de poesía. A medida que releía, me he apuntado no pocas frases, títulos de episodios, nombres de técnicas... 
Hay algunos recursos que me han llamado especialmente la atención y a los que quiero hacer referencia:

-La muerte de Tomoe como paralela a la muerte de Yumi. A Tomoe la asesina Kenshin cuando ella se coloca entre él y su adversario; aunque se la lleva por delante, el adversario también muere de esa estocada. Yumi se ubica entre Kenshin y Shishio, preocupada por la condición de este último, y Shishio (de forma consciente y deliberada) la atraviesa con su espada para herir a Kenshin. Las dos mueren entre su amado y el rival de éste, las dos mueren atravesadas por una hoja y las dos mueren en paz. Sin embargo, creo que la muerte de Tomoe nos enseña una vez más la diferencia entre Kenshin (o Battousai) y Shishio. Kenshin nunca habría matado de forma voluntaria a la persona que amaba; Shishio lo hace sin pestañear, pero también consciente de que Yumi está conforme con esa muerte.

-La metáfora de la espada y la vaina. Esto tiene mucho que ver con los roles de género tradicionales en Japón y la forma de expresarlo es preciosa. Kogoro Katsura le pide a Tomoe que sea la vaina de la espada de Kenshin; que sepa templar su carácter para que no le dominen las emociones de agresividad que lo tienen al límite. Kaoru, después, también ejerce ese papel: lo vemos muy claramente en la pelea contra Jine Udo, cuando es ella la que evita que Kenshin ceda al impulso de matarlo; y lo vuelve a intentar en el enfrentamiento con Saito. Sin embargo, Tomoe y Kaoru son dos mujeres con caracteres muy distintos y, al igual que lo hacían Shishio y Kenshin, también ellas representan eras diferentes. Pero es inevitable ver, en ambos casos, cómo la mujer es la figura que debe contener al marido, la que le debe apoyar y ofrecer una situación de calma y bienestar, manifestarse entera (como Megumi) a pesar de sus sentimientos, no suponer una carga sino el alivio del estrés del marido. La metáfora de la espada y la vaina me parece una forma muy inteligente y poética de representar estos roles tradicionales.
Con todo, Rurouni Kenshin también se desvincula un poco de los estereotipos de género cuando nos presenta mujeres muy distintas de lo que cabría esperar: una doctora, una maestra de kendo, una aprendiz de ninja... Nunca son ni por asomo tan fuertes como los hombres, pero están ahí con toda su valentía y dispuestas a luchar y vencer. También es interesante que las labores domésticas del dojo Kamiya las realice Kenshin, mientras Kaoru imparte sus clases y trae el sueldo a casa.

-El lavado de manos de Kenshin/Battousai. En los episodios en los que Kenshin rememora su vida con Tomoe, aparecen varias escenas de él lavándose las manos, antes y después de conocerla. La primera escena sucede justo cuando acaba de asesinar al prometido de Tomoe y la herida de su rostro no deja de sangrar. Kogoro Katsura y el resto de personajes de Choshu comentan lo taciturno e insondable que se ha vuelto Kenshin, sumido en una oscuridad derivada sin duda de su trabajo como asesino (interesante todo lo que dice entre líneas Shinsaku Takasugi advirtiéndole a Kogoro Katsura que le va a destrozar la vida al chico). Kenshin se lava las manos para lavar su conciencia, pero sigue oliendo a sangre y sólo Tomoe consigue aplacar ese olor. La culpa como peso perenne en la vida de Kenshin, un personaje sumido en la soledad más profunda desde una infancia desdichada hasta que por fin llega a Tokyo en el año 11 de la era Meiji.

-Los animales que representan a algunos de los personajes. Saito, obviamente, es un lobo y el dibujo de sus ataques con la espada toma por base el comportamiento de este animal: sus embestidas son directas y letales. Enishi es un tigre en referencia a sus años en China y los movimientos un poco extraños de sus ataques (basados en el kung-fu) recuerdan en todo momento al felino. 
Kenshin (y Hikko) es un dragón y todas las técnicas del Hiten Mitsurugiryu hacen pensar en los dragones de los mitos chinos y japoneses, en sus formas de moverse y comportarse. Además, el diseño de Kenshin (y de Hikko), el de Saito y el de Enishi son muy reminiscentes de esos animales.


7. El dibujo. Supongo que pasa con todos los manga de larga duración y de hecho lo he visto en otros que he leído, pero ha sido entrañable volver a vivir la evolución del dibujo de Nobuhiro Watsuki a lo largo de los veintiocho tomos de Rurouni Kenshin. Y, habiendo también leído obras posteriores del autor, este cambio no es más que un eslabón en la cadena. El manga comienza muy detallado, con pelos voluminosos y un estilo muy de los 90, y el trazo se va encontrando hasta florecer en su identidad intransferible. Watsuki ha seguido evolucionando como dibujante y el estilo de sus obras posteriores (incluido el arco de Hokkaido de Kenshin, del que NO hablo en estas entradas porque aún no me he atrevido a leerlo) a mí, personalmente, me gusta mucho menos. Se ha simplificado, que era la trayectoria que había empezado en Kenshin, pero creo que en Kenshin está el punto álgido, a medio camino entre lo excesivo de los primeros tomos y la mucho menos personal modernización de sus obras actuales. 
El dibujo de Rurouni Kenshin, pasados los primeros cuatro o cinco tomos, se torna maravilla. Es un estilo reconocible, expresivo, capaz de resumir la identidad de cada personaje sin palabras. Las decisiones que Watsuki y su equipo toman acerca del rostro, peinado, ropa y colores de cada uno dan en el clavo a la hora de explicar quiénes son. Los dibujos de los espacios también me han fascinado: detallados, precisos, muy coherentes con el contexto y con el tono de la obra, muy evocadores de los grabados de Hokusai o Hiroshige.
Watsuki utiliza muchos recursos para dotar de vida y expresividad a su dibujo y uno de mis favoritos es el uso del color. Y sí, soy consciente de que el manga se publica en blanco y negro y a eso me refiero. Personajes como Aoshi carecen de grises y se representan a base del contraste bestial entre sus negros y sus blancos. El uniforme de Saito está coloreado de gris, independientemente del color que haya luego en las portadas. Hay un uso de los contrastes muy consciente y acertado que encumbra el dibujo.
Otros recursos que me han gustado: los chibi que usa como alivio cómico (mucho mejores que los del arco de Hokkaido), los cielos increíbles y muy simbólicos hechos con tramas, la diferencia de trazo tan evidente entre los elementos puramente nipones y los occidentales que se le van colando a la Meiji, la sangre que se siente líquida y caliente, la inversión de colores para aportar tensión, el enmarcado de las páginas en blanco si es el presente y en negro si se trata del pasado.
Lo más sorprendente es que, en 2020, el estilo se sigue sintiendo actual: un dibujo que no ha envejecido nada. Y eso tiene un mérito increíble.


8. Algunos cambios entre la obra original y sus adaptaciones. Antes de empezar esta relectura, me había visto las OVAs Tsuiokuhen (sobre las que tuve que escribir ipso facto) y el anime hasta que termina el arco de Shishio. El anime NUNCA lo había vuelto a ver desde los ¿catorce? años porque fue empezar el manga y renegar de cualquier otra versión (salvo Tsuiokuhen).
El anime está bien hasta ese punto (el resto son historias inventadas que no aportan nada y no me interesan), con mucho relleno y un dibujo regulero al comienzo, pero bien en la saga de Kyoto. Toda la narrativa referente a Shishio y su arco es prácticamente igual a la del manga y el dibujo también es bueno, con episodios donde claramente se gastaron el grueso del presupuesto como la belleza de la despedida de Kenshin y Kaoru. Está bien, pero sin más, en mi opinión. Sí, cuenta lo mismo, la animación está bien, pero le falta toda la chicha del papel. Y falla en las batallas, que ocultan su movimiento y por tanto no tienen sentido en animación. Dicho esto, viendo el anime y volviendo al manga me di cuenta de que Kenshin no se salvó de la censura en su paso a la televisión: peleas como la de Saito contra Usui o la de Aoshi contra Okina están muy suavizadas, al punto de perder gran parte del peso dramático y de desarrollo que debían tener.
Sin embargo, los cambios que más me llamaron la atención son dos pequeños detalles que tienen que ver con las OVAs que mencionaba. AMO Tsuiokuhen y las defenderé las veces que haga falta. Me parecen una maravilla de adaptación y que tienen gran valor en sí mismas por su calidad audiovisual y narrativa: son poesía pura. Sin embargo, y aunque los recuerdos del Kenshin original son prácticamente iguales, hay dos asuntos de su relación con Tomoe que le dan bastante la vuelta a la naturaleza de su relación y que no recordaba porque las OVAs las tenía más frescas en la memoria. La primera diferencia es que Kenshin y Tomoe no se van al campo a hacerse pasar por marido y mujer, como les sugiere Katsura y como ocurre en la animación: Kenshin le dice a Tomoe que no tienen por qué fingirlo y acto seguido se muestra a Takasugi y otros personajes sorprendidos de que el chico se haya casado; ergo, existe un matrimonio real, con todas sus implicaciones. Por otra parte, y esto sé que en su día lo había comentado con mis amigos, la cicatriz de Kenshin: en el manga, Tomoe se la hace de forma accidental al caer fulminada con la daga en la mano; en las OVAs, Tomoe, ya en el suelo y a punto de morir, toma la daga de forma deliberada y le hace el tajo en la cara. 
Son dos diferencias muy pequeñas, pero que le dan la vuelta por completo a la relación de los personajes y a la carga de la cicatriz de Kenshin. Llevo días dándole vueltas a la razón de estas decisiones en la versión animada y no puedo jurar que no vaya a escribir una entrada filosófica al respecto.

9. El amor del autor por sus personajes. No es algo tan sencillo de palpar en una obra, os lo prometo. Cantidad de veces los autores toman decisiones que favorecen la trama, pero para ello deben traicionar a sus personajes. Sin embargo, y desde el primer momento, Watsuki expresa en sus comentarios la decisión de darle a Kenshin un final feliz. Y, aunque no se trata tanto de que el final sea o no feliz, lo cierto es que en este caso ese cierre es un soneto de amor a los personajes que con tanto mimo ha desarrollado. 
Incluso los secundarios muy secundarios, varios de los cuales (la sección cutre del Jupongatana, los compinches de Enishi, Yutaro...) a mí no me interesan a día de hoy, reciben conclusiones compasivas y acordes a su camino. Jine Udo se otorga un final digno de él: un suicidio no ritual, sin honor, en sus propios términos. Shishio arde en sus propias llamas. Aoshi encuentra paz en el silencio y lo cotidiano. Saito se fuma un piti. Sanosuke (como su homónimo del Shinsen) se da a la fuga. 
Kenshin se fustiga cada vez menos mientras la voz narradora, que tiene el timbre compasivo de Kaoru, lo abraza y lo apoya en su camino por ser mejor.
Watsuki dibuja a sus personajes con cariño, sacando lo mejor de ellos y haciéndoles brillar a todos siempre que le es posible, destacando sus cualidades y su crecimiento. 


10. Las enseñanzas. Lo he dicho en la entrada anterior y lo he dicho en la entrada de las OVAs. Kenshin me marcó como persona, me hizo desarrollar ideas y valores de los que hoy soy inseparable. Releer de dónde vienen todas esas pautas (que beben del sistema moral japonés) me ha hecho comprenderme mejor y me ha reorientado. Cuando tenía catorce, quince, veinte años, Kenshin era para mí como la figura de un maestro (aun siendo un personaje ficticio escrito en papel); hoy, con treinta y uno, lo siento exactamente igual: un poco más directo, con menos paciencia, pero con la misma fe y esperanza en la mirada, con la sonrisa en el momento preciso, con el recordatorio de que cada uno porta su propio estandarte basado en creencias profundas. Bueno, algunos lo harán; lo de otros serán otras cosas. 


Pero el idealismo de Kenshin es una realidad que me gusta más que la mía.

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